© Malva.
Su país, en estampida. Los edificios, desplomándose. Los viejos, solos. Los jóvenes, dándose machetazos en las calles de La Habana o Miami. Los hospitales, templos de mugre para patógenos y pésimos profesionales. El feminicidio, a la orden del día (por puta, por tarrú). La prostitución, en su más perfecta minoría de edad. El abuso con los animales, al nivel del abuso con las personas. Y, aquellos bellos barrios de la República, con la yerba en alto y sus fosas fecales desbordadas.
No alcanza el combustible y, cuando hay, racionado. Los maestros, con menos ortografía que sus educandos. No alcanza la comida y, cuando hay, racionada. El dinero unificado, una tragedia peor que la doble moneda. No alcanza el transporte y, cuando hay, racionado. La intelectualidad y la academia, títeres que se quedaron sin titiritero. No alcanza la electricidad y, cuando hay, racionada.
Solo abunda la represión, a palos. Mientras la Constitución consagra a un solo partido político, hasta el fin de los tiempos. Solo abundan las máscaras, al descaro. La cultura de la simulación nos hizo una pantomima de nación. Solo abunda el cinismo, cuya complicidad terminal es esa tristeza que apaga el alma de los cubanos que quedaron.
Ah, pero el viejito de la guitarra continúa cantándole a otras causas sagradas. Nunca miró a Cuba, ni siquiera para coger impulso antes del volver al capitalismo exterior, donde único ha sido rentable la Revolución.
Ah, pero al viejito de la guitarra lo inspira echar sus dardos politonales al imperialismo yanqui, ahora en la fase superior del fascismo Made in Trump. No por gusto el poeta insigne y el dictador infame son sendos septuagenarios nacidos en 1946.
Ah, pero el viejito de la guitarra la emprende a versos contra la élite neoliberal del hemisferio, culpable de importar a Nuestra América la democracia y la economía de mercado.
Ah, pero el viejito de la guitarra remata su vida al compás apocalíptico de aquellas “Reflexiones del compañero Fidel”. Le preocupa el futuro ecológico de la Tierra. Aspira a que el Ché Guevara llegue a Marte antes que el propio Elon Musk. Lo aterra una Cuba sin Comité Central, donde ser de derechas o de izquierdas no sea una dádiva, sino un derecho. Y, a la hora de facturar sus cheques, se declara un perseguido político, bloqueado por la intolerancia de sus ex compatriotas del exilio.
El viejito de la guitarra parte ahora a su última gira. Se cree que lo dice todo, que se juega la vida. En la práctica, el hombre de donde hubo un río nunca tuvo ningún problema con el G-2.
Cuando muera, ojalá que como vivió, en pleno concierto en una noche del penúltimo mes, lo último que oirá, antes de volar a guitarrazo limpio de planeta en planeta, serán los aplausos de un público con cero cubanos. Cuando lo amamos en Cuba, él nos mandaba a callar. Su epitafio, en una urnita de San Antonio de los Baños con ofrendas de unicornios y africanas, debería ser: Despreció las polifonías del proletariado local (1946-2026).
Así y todo, al final de este viaje por la vida queda algo que lo une con el resto de los cubanos. El viejito de la guitarra, como ellos, resucita tan pronto como se ve fuera de Cuba. Su carapálida de fidelista sin Fidel, rejuvenece, risueña y rozagante. Lejos de su pueblo, por fin puede sentir que la gente aún lo recuerda. Que todavía alguien lo quiere.
El duelo por nuestro viejito de la guitarra será sin lágrimas por sus acordes que han ido de lo encabritado a lo enclenque. Hace tres años que los cubanos agotamos el llanto, cuando murió el otro viejito de la guitarra, a quien la indigencia moral de Silvio Rodríguez no le dedicó ni un ultimátum de adiós.
En la foto de hoy, la suya es una bandera obsoleta, de cuando Chile iba a ser la Cuba que hoy sigue siendo a perpetuidad. Sus musas son los desaparecidos latinoamericanos, no la apariencia atroz de un pueblo cubano que despeñó su suerte por un tiempo que siempre iba a ser mejor.
A estas alturas de la historieta, da igual cómo pose el poeta para su foto geriátrica. A nosotros, mamey… Hace mucho que el viejito de la guitarra es el menos influencer de los cubanos. Del parnaso de los inmortales devino materia prima para memes. Ni él mismo se traga el mendazamor de su poesía.
Los cantores, cobardes, no llegan al fuego emancipador de su propio canto. Se quedan traspapelados allí, como una historia grosera a pesar de su genialidad, por carecer de cojones para clavarnos su testamento en el corazón.