Puedes googlear esta frase: un show mediático.
O, tal vez, haciendo uso de ese remix de diminutivos despectivos con términos aparentemente tecnocráticos (tal como era la costumbre conversacionalista del comandante en jefe en su oratoria pública y privada), puedes googlear mejor esta frase: un showcito mediático.
A la luz de la Revolución Cubana, nada de lo ocurrido en Cuba a partir del primero de enero de 1959 es parte de la historia de la Revolución Cubana. El castrismo fue, en consecuencia, un fenómeno fundamentalmente ahistórico, histriónico. Una cosa como salida de un guion caído de un más allá que tampoco tiene historia a estas alturas de la historia, cuando el siglo XX ya parece un jeroglífico sin más piedra roseta que nuestra amnesia de pueblo en proceso de desaparición.
Solo un hombre habitaba hondamente en la Historia, desde el domingo 26 de julio de 1953. El resto fuimos su público y su escenario, aunque acaso algunos fueran también sus productores a sueldo, sobre todo, en el extranjero. Maldito sea tu nombre, democracia. Maldito sea tu nombre, economía de mercado. Maldito sea tu nombre, civilización occidental.
En cualquier caso, nadie pudo nunca protagonizar nada en Cuba, excepto él, la fuente formidable de todas nuestras narrativas y contranarrativas nacionales. Citizen Cuba.
A la vuelta de casi un siglo de ese fascinante fascismo llamado Fidelidad, con Fidel muerto y todo, la cubanía como concepto debiera llamarse estrictamente castricidad. Somos cubanos en él, por él, para él. Y lo somos aunque nos caguemos en el sagrado corazón del recontracoñísimo de su madre. De hecho, lo somos precisamente por eso (incluso esta columna de lunes así lo demuestra, aferrada atrozmente a aquella era que estaba pariendo un corazón y terminó abortando el órgano necrosado de nuestro desamor).
Ahí lo vemos de nuevo hoy. Fidel Castro libre y joven para siempre. Actuando para las cámaras y micrófonos, ahora nada menos que en Texas, en la primavera de 1959. Abril es el mes más amable.
Se ha reunido con multibillonarios del petróleo y la ganadería. Lo han agasajado senadores y banqueros, además de la babosería bucólica de la prensa anglo, ese asco.
En las afueras de Wharton, las grandes damas del suprevaginismo blanco le abrieron sus brazos y piernas al titán tropical, cansadas de fornicar cowboys capitalistas que eyaculaban antes de violarlas como Dios manda.
Por lo demás, Fidel Castro no le estrechó la mano a un solo afronorteamericano, ni siquiera se le ocurrió preguntar a dónde se habían metido los negros que no vinieron a darle la bienvenida a su emancipador étnico. Gone with the Revolution.
No hizo un solo gesto sin que hubiera una cámara para captarlo. No movió un dedo índice sin que cada uno de sus falangismos quedase registrado para la posteridad. Eso se llama poder y ―por favor, dejémonos de comepingá― nunca ha pertenecido ni pertenecerá al pueblo, sino a una sola persona.
Googlea la frase, anda: un show mediático.
Googléenla: un showcito mediático.
Nuestras biografías sin vida son menos que eso. Hasta tu próxima reencarnación, el espectáculo existencial te lo robó Fidel Castro. Por eso es mejor ahora seguir como si nada. No darnos cuenta de que nuestra debacle no es política, sino biológica. Nunca vivimos en Cuba, nunca fuimos cubanos.