Votar en los Estados Unidos: de cómo Cuba perdió

Algunos cubanos ya han votado una docena de veces en los Estados Unidos. Lo han hecho bien. Salieron niños de Cuba. Y niños siguen siendo hoy, nonagenarios. El exilio es el lugar donde uno muere de tiempo sin haber envejecido.

Otros cubanos no han votado y tal vez no votarán nunca fuera de la Isla. Muchos apenas han llegado a los Estados Unidos. Pedirles otra cosa sería retraumatizarlos. Tampoco lo han hecho tan mal. Papeles más o papeletas menos, ignoran cómo o por quién votar. O si hacerlo sea una opción segura para sus familias en Cuba.

De punta a punta de una nación desaparecida, la diáspora cubana se asoma otra vez al primer martes de noviembre. Cada cuatro años asistimos a la misma catarsis como colofón. En cada ciclo, salvamos a la democracia norteamericana por un pelito. Pero asegurándonos de que el apocalipsis siga siempre al doblar de la esquina.

Esa multitud de votos desperdiciados ha dado el tiro de gracia a nuestra nación. Gracias a millones de votos y abstenciones, la democracia fantasma de nuestra única República sigue siendo funcional, pero no en el plano geográfico sino sentimental.

De 1959 a 2024, Cuba se quedó con la carroñita incivil. Bastante bien ha salido, después de todo. El castrismo mandó en su campamento militar como si de un país se tratara. Algo es algo.

Votar en los Estados Unidos ha devenido la causa última del hundimiento de una espiritualidad. No supimos acompañarnos. Hicimos de la comunión una cosa cómica.

Los cubanos habíamos dejado de querernos hacía mucho, desde que la dictadura nos humillaba en las urnas del Poder Popular. Ahora, encima, descubrimos que esa pérdida es irrecuperable. Y nadie nos dijo nada. Ser cubano terminó siendo la imposibilidad de amarnos entre cubanos.

Suerte con tu voto demócrata. Suerte con tu voto republicano.





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Diarios de prisión de Alexei Navalny

Por Alexei Navalny

El relato del líder de la oposición rusa sobre sus últimos años y su advertencia a su país y al mundo.