Un cuento francés y unas ovejas chinas

“Estoy viva”. Lo digo en voz alta para no caer en el océano tempestuoso de las dudas. No puedo sostener por mucho tiempo una verdad. En Marsella discutí el por qué me identifico con los valores que defiende la izquierda. ¿Pero cómo hacerme entender? ¿Qué es la izquierda? ¿Qué es la derecha? 

Está todo tan corrompido. Putin ordena un comercial donde se habla de ballet, bellas mujeres, gas barato y un corte brusco de la hoz martilla los sentidos de los espectadores. 

Tuve que responder con dudas, en vez de certezas. Enseguida que me asaltan las dudas, cualquier interlocutor convencido, me vence. Es un compromiso sostener un argumento así, en la cuna de las revoluciones.

Creer es vivir dos veces, dice Camus cada noche al encenderse la ciudad. Creer que sigo viva me hace tener fuerzas para vivir. 

“Nunca he visto a nadie de derechas cuestionar al capitalismo, por ejemplo”, le digo a Ernesto, un ingeniero civil cubano casado con Francis, una profesora francesa jubilada encargada de atenderme, quien me hizo sentir que probablemente olvidé que yo había nacido en Marsella y ella era mi madre. 

Creer que sigo viva me hace tener fuerzas para vivir.

Francis es tan amorosa, la Bonne Maman. Ernesto me increpa y escudriña cada una de mis frases. Está absolutamente convencido de que el comunismo es el mal. 

Me cuenta el acto de inauguración de una piscina en el Puerto de Mariel, donde el agua se esfumó al verterla. Al parecer, los albañiles revendieron la mitad del material destinado a la obra y la placa del fondo no aguantó el peso. Me río de la imagen porque es grotesca. Pero no acepto que marginalicen las ideas, mucho menos las del Manifiesto comunista de Marx. 

Cuando se realiza este tipo de exterminio, me gusta buscar las causas. Marx no dijo que se llegaría al comunismo a través de una revolución. Un ideal expresado por un occidental, fue violentado por la revolución de los bolcheviques. 

La Revolución de 1917 no era marxista. No podía serlo, no estaba lista. Para empezar, antes no hubo capitalismo ni una crisis de este en Rusia. Tal vez la historia del Hombre tiene un guion circular y todo termine en las cavernas. 

De cualquier forma, Marx, ante todo, era un filósofo. El Manifiesto comunista es la expresión de un ideal. Marx pensaba que la filosofía debía influir en la sociedad, a diferencia de Nietzsche, por ejemplo. De hecho, Nietzsche consideraba que había nacido póstumo. Además de poner en crisis la moral de su época, expresaba la condena de pensar. 

No acepto que marginalicen las ideas, mucho menos las del Manifiesto comunista de Marx.

La sociedad no sobrevive sin la simulación. En el comunismo, la representación es más palpable que cuando simplemente lo que está en juego es el vacío. El consumismo quiere llenarte de afuera hacia dentro y el marxismo quiere que el hombre alcance una densidad por medio de un ideal. 

El ciudadano común debe ser un hombre de fe. El ciudadano común también puede cambiar el mundo. Esto es una idea secuestrada a la Iglesia. Pero, en este caso, la renovación del ser ocurre en un nuevo mundo tangible. Tanto los sacerdotes, como los líderes, son mensajeros entre los hombres y Dios (ideal). 

El hombre del hombre es el hermano,
Cese la desigualdad…
El trabajo es el sostén que, a todos, 
De la abundancia hará gozar
.

Caminé con Emmanuel Larraz por la Canebière, la calle más céntrica de Marsella. Emmanuel Larraz es un hombre que viene del futuro. Ha vivido más que yo. Conoció a Julio Cortázar, a quien encontró de manera fortuita. 

El consumismo quiere llenarte de afuera hacia dentro y el marxismo quiere que el hombre alcance una densidad por medio de un ideal.

Emmanuel Larraz es un entendido del cine español, motivado posiblemente por sus orígenes.  

—Ustedes tienen cultura, eso es algo muy valioso. Yo, por ejemplo, me sentiría seguro si enviara a mi hijo a Cuba. No me pasa así con muchos otros lugares de Latinoamérica. 

Se suma a nuestro recorrido María Rosa, exalumna de Emmanuel Larraz, la esposa de un miembro del Partido Comunista en Francia. Descubro el platan. El árbol de plátano tiene las hojas de mis sueños, las que son barridas por el viento para dar el paso del tiempo en el cine europeo. 

Recogí una hoja seca del suelo y la puse en mi libro. Luego, otro libro me condujo a la suposición de Platón de que Sócrates, bajo la sombra de un platan, tuvo sus coloquios con Fedro y Cicerón.




El platan ofrece su sombra desde hace quinientos años. “Platón, platan y las sombras” sería un buen título. 

La cultura en Francia te llega sola, como en Moscú, no tienes que salir a buscarla. “Respect pour les femmes”, fue la primera publicidad que leí al caminar por el aeropuerto de París, Charles de Gaulle (el restaurador de la democracia en Francia después de la Segunda Guerra Mundial). 

Qué delicadeza y bienvenida. Le hice una seña a la mujer rubia que aparecía en la publicidad y le dije: “Plenamente de acuerdo”. 

“Me sentiría seguro si enviara a mi hijo a Cuba. No me pasa así con muchos otros lugares de Latinoamérica.”

No sé si alguien me estaba mirando, o peor, escuchando. Qué más da, estaba en París.

Había soñado tantas veces visitar Francia. De hecho, mi usuario de correo se llama lynnparisb. Soy amante del cine francés, creo que esto ya lo he dicho en otra parte. A menudo me repito porque tengo obsesión con el olvido. Con que todo carezca de importancia. 

Claro, otra persona en mi lugar estaría dando gritos. Yo no, yo siento que ese momento pasó. Ya di mis buenos gritos y puede que mi horror se eclipsara porque nadie vino en mi auxilio. He dicho también que, en el lugar donde me encuentro ahora, estoy segura de que nadie puede escucharse, o más bien, entenderse. 

¿Patria o muerte?”, escucho esta frase en un mercado turco. 

Delante de mí tengo al dependiente, un hombre joven, apuesto y tan negro como mis zapatos nuevos. Acaba de leer un peso brillante que por equivocación le di entre todo el menudo que tenía en la cartera. Me lo devuelve.

—¿Qué significa? 

Su español se parece a mi francés. 

—Patria is motherland y muerte is death. Soy cubana.

—¡Cuba! Fidel Castro.

Había soñado tantas veces visitar Francia. De hecho, mi usuario de correo se llama lynnparisb.

Aún para los de afuera sigue siendo la isla de Fidel Castro. Fue tan extraño que, después de caminar más de una cuadra regresé a la tienda para obsequiarle el peso. Me agradeció sonriente, salí y me perdí entre la multitud. 

Estaba buscando aceite, chocolate, papel higiénico, estropajos, tornillos y suvenires baratos. Francis me había dicho que allí era más económico, pero “que tuviera cuidado, porque una vez que te alejas de la Canebière…”. 

Yo interpreté que todo se vuelve más salvaje. Y como soy sensible a las imágenes, empecé a sentirme atraída por los lobos. 

Marsella es un puerto de mar y se dice que por los puertos entra todo. Entonces me construí nuevas historias con hombres franceses, turcos y africanos apostados en las esquinas. Y nuevamente el brillo del peso con la imagen de Martí estaba ante mis ojos. El dependiente me había seguido y sostenía la moneda mientras me interrogaba en su español básico.

—¿Qué puedo comprar con un peso en Cuba?

Sentí vergüenza.  

Take it as a symbol of luck.

Como soy sensible a las imágenes, empecé a sentirme atraída por los lobos.

No quise explicar el mísero valor de un peso cubano. No quise matarle la ilusión. 

Un niño francés gira en círculos concéntricos en la valla del aeropuerto. Me provoca hipnosis. El niño le pide a la madre: “Maman, s’il te plait je veux entrer”. 

La madre da un paso hacia atrás. El niño tiene una misión importante allí. Cree él. 

Catorce días lleva un grupo de ovejas dando vueltas en círculo en una granja china. Otras cuatro o cinco permanecen sin moverse en el centro del círculo (como si nos dejaran saber que en todo círculo hay sus excepciones). ¿El niño que da vueltas frente a mí tendrá comunicación telepática con las ovejas que giran? Nadie puede dar una respuesta precisa. 

La mente viaja tan rápido que empecé a ver ojos rasgados en los rostros de cada una de las ovejas chinas. ¿Sueña Mai-ling con ovejas chinas? 

Existen varias hipótesis relacionadas con una extraña enfermedad, pero las ovejas han superado los síntomas. Los científicos no quieren atribuirlo a la peste. Lo mío tampoco tiene relación directa con la peste. 

Ha llegado el turno a sus padres y el niño no quiere dejar de hacer círculos. Me siento incómoda. El día comienza a nublarse y parece que va a llover. Esa sensación de humedad me provoca asfixia. Sé lo que va a pasar con mi cuerpo y no quiero que nada nuble mi tranquilidad o mi invitación al cine Alhambra. 

Hay un cine Alhambra en cualquier parte.

Le hablo a Emmanuel Larraz del Alhambra en La Habana y me dice “que hay un cine Alhambra en cualquier parte”.

Hace más de un siglo en El Edén, el cine más antiguo del mundo que está cerca de Marsella, una locomotora conducida por los hermanos Lumière se abalanzó hacia los espectadores. No hay un Edén en cualquier parte del mundo. Ahora hay conciencia de la ilusión, pero es inevitable vivir el drama. 

La audiencia francesa me pregunta: “¿cómo puedes volver a Cuba después de haber trabajado en una película como Corazón azul?” 

—Es un misterio, se sabe por qué algunas personas no pueden entrar o salir de la Isla, pero lo que uno no sabe con certeza es por qué te permiten entrar o salir. Puede que sea para fomentar aún más la desconfianza —agregué. 

Le dije al azafato que quería champán y me sonrió. Después me dio una botella de vino tinto. Más tarde me ofreció todo el carro de bebida. Luego se agachó y me mostró cómo acceder a mis millas. Era más joven que yo. Me dijo que necesitaba mis datos. Creo que en el fondo lo que quería era saber mi edad. 

—No he visto ni una sola máquina para cobrar la comida. Me han dicho en Marsella que los franceses preservan con orgullo los ideales de la Revolución: libertéégalitéfraternité

Las maletas para aplacar el hambre y la sed que no han saciado más de medio siglo de Revolución cubana.

—No, es que tenemos una fuerte tradición en los servicios, es algo que distingue a los franceses.

El simpático azafato y yo estábamos en dimensiones distintas. Recordé que Emmanuel Larraz se iluminó al hablarme de sus ideales revolucionarios. Tal vez por esa razón asocié la abundancia de comida y bebida en Air France con la Revolución Francesa.  

—Lo cierto es que no todas las aerolíneas son tan generosas con la clase económica —concluí.

Era inevitable pensar en mis maletas. Las maletas para aplacar el hambre y la sed que no han saciado más de medio siglo de Revolución cubana.

Llegó el momento de mayor tensión para mí, el aterrizaje. Mi estómago siente cada uno de los giros y volteretas del avión. Ese momento de tensión en que parece que se cae. Me viene a la mente cuando en los bancos de Cuba dicen “se cayó el sistema”, para referirse a la red. 

Estoy atrapada como un cucarachón enorme dentro de una habitación sin puertas. El suelo y las paredes están húmedas a causa del aguacero. Yo solo quiero dormir y pensar, como Calderón de la Barca, “que es verdad que la vida es sueño y los sueños, sueños son”. 




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El país del sí

Lynn Cruz

Hablo desde un lugar que, de no ser porque me aseguraron que íbamos a estar bien, diría que es lo más parecido a una tumba.






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