Carta a Alberto Yarini

Jeboso Alberto Yarini y Montes de Oca: 

Tenías razón. Tu frase esa de fresa. Esa que frisa la difusa fosa del escándalo: “A las mujeres hay que darles no sé qué cosa y preocupación”. 

Es genial. Qué chévere con chivirico. Claro, que no me acuerdo muy bien qué cosa hay que darles, ni si la frase es tuya o de algún chino en batilongo. Hasta ahorita mismo la tenía en la punta de la lengua, pero me la mordí, y ahora no sé qué era. Pero el concepto es bueno. Afilado. Una bola de humo. Ya me acordaré de la frase completa y seguro las cosas con las niñas me empiezan a ir mejor. 

Porque mira que tu profesión ha sido mal vista. Y no solo mal vista, sino que yo diría denostada. Y hasta despreciada. Aunque secretamente la envidien. 

Casi siempre sucede que cuando hablan mal de tu profesión, lo hace un tipo de medio metro, con granos en la cara y un ojo montado en sputnik. De esos acomplejados que, para ir al baño, lo miran todo antes, no vaya a ser que haya una cucaracha en el techo y empiece a reírse de ellos. 

Y yo me pregunto: ¿Qué tiene de mala tu profesión? ¿Que no trabajabas de cocinero en una Escuela en el Campo? ¿Que no eras recogedor de papas en Alquízar? ¿Que no eras soldador A en una fundición? 

La gente no solamente es mala, sino que se les va la musa a veces. Porque si hubieras sido cocinero en un lugar de esos y te apareces a las diez de la noche, con mucho diploma de obrero de avanzada y todo, en San Isidro, con peste a leche quemada y a aceite de tren cañero, las francesas esas a las que tú le llevabas su carrera, ¿te hubieran mirado? ¿Tú crees que te iban a dar besitos de coco con el mismo entusiasmo si te hubiera dado por ser jefe de lote y llevaras tierra colorá hasta en el periódico? 

Hay que respetar un poco más las profesiones, por raras que sean. Que la vocación es una cosa así como mágica. A mí me caen como una bomba los lemitas que quieren convencerte para que te metas en algo. Me parece que quieren sobornarme, adobarme la conciencia. Que alguien me está empujando y empujando para que yo sea lo que no quiero o lo que me da miedo ser. 

Tú saliste chulo. Bueno ¿Y qué? Eras bueno como chulo. Se te daba bien. Y vivías honradamente de eso, sin pedirle un peso a nadie. Eso quiere decir que eras un chulo de los buenos. Si te evaluaran, me la corto a que te darían la A. Y eso es lo que vale. 

¿Que vivías de las mujeres? Psshhh. ¿No les coordinabas tú el trabajo de ellas? ¿Protestaban las francesas acaso? 

Yo tengo un amigo que tiene canas hasta entre los dedos de los pies y siempre ha vivido con su madre y sus tías. Nunca ha cogido en sus manos una palita de jardinero siquiera. Y a nadie se le ocurre decirle que es un chulo. Y hay que ver lo entalcado que va. Le almidonan hasta las medias. 

Yo creo firmemente que contigo siempre ha habido mucha envidia. Y la envidia no es productiva. Tú con la envidia no puedes hacer ni un corral para los puercos. Eso es malo para el hígado y te pone cara de chofer de confronta. 

Yo veo tu profesión más o menos como un relaciones públicas. Como un organizador del trabajo, vaya. Alguien en quien confiaban sus empleados, a quien le contaban sus problemas en vez de plantearlos en una reunión del sindicato. 

Que era más fácil que te solicitaran a ti un ventilador directamente a que se pusieran esas muchachas a sacarse trapos sucios en una asamblea de efectos electrodomésticos. Que la pinchita que hacían era de anjá, con nocturnidad y alevosía, y no es para estar convocando a cada rato una asamblea de méritos y deméritos. 

Que tampoco era para tanto, señores. Tú tenías tu área de trabajo definida. San Isidro y ya. Que no te dio por ser coordinador provincial de actividades colchoneras ni nada de eso. Chulo, pero de barrio. Tranquilo ahí, sin aspirar a un cargo municipal. Y el frente que tú atendías funcionaba bien, aunque al envidioso ese de Luis Lotot —el que al final te llevó en la golilla— le hiciera burbujitas en la próstata. Y yo no he encontrado ninguna protesta de tus niñas en ninguna parte. Claro que en esa época tampoco se había inventado el libro de quejas y sugerencias. Que ese artefacto lo coló un genio más tarde. 

Me parece estarte viendo. Parado en una esquina de San Isidro a las once de la madrugada, acabado de bañar y afeitar, porque en tu época no había que estar recogiendo el agua en chivichana ni subiendo cubos en polea. 

Tú te dabas una buena ducha y al combate. Yarini, cará. El Albertico de toda la vida, parado en una esquina con sombrero de castor carmelita oscuro, saco de dril blanco, pantalón de rayas y zapatos amarillos. Si te paras ahora vestido así en cualquier parte, seguro te gritan algo que no te va a gustar. Pero es que se ha perdido mucho el respeto. La gente ha cambiado un poco desde que no dan educación cívica en las escuelas y los muchachos son un poco más espontáneos. 

De todos modos, con cariño y respeto, con esa pinta no me paro yo en ninguna parte ni para recibir al presidente de Uganda. Pero es un problema de gusto personal, que a lo mejor a ti la leva te caía de miedo. Y los tacos amarillos le mataban un poco el fulgor a las rayas del pantalón. Digo yo, que no sé nada de modas, ni trabajé en la revista Opina. Ya el sombrero de castor carmelita oscuro, con el sol de La Habana, me parece que pudiera provocar algún problema cerebral. Te lo digo porque Humphrey Bogart usaba uno parecido allá en el norte, y mira lo raro que hablaba. 

Pero si la brigada femenina que tú atendías no le hacía ningún asco a tu pinta, mejor que mejor. A los frijoles, caballero. Que si la cosa es recoger la recaudación de la noche anterior y cuadrar la caja sin demorarse mucho, uno va vestido como le salga de la gandinga. Con ese estalaje ya voy entendiendo un poco más la segunda parte de tu frase: “A las mujeres hay que darles no sé qué y preocupación”. 

Por lo menos la preocupación se la ponías en bandeja. Si mi hijo sale vestido así, yo enseguida me pongo a recorrer estaciones de policía y vitrinas de Galiano. 

Yo descubrí el otro día de dónde venía el nombre de tu cargo. Chulo es cuchillo en caló, el idioma de los gitanos. De modo que ser chulo es ser un pérfido cortante. Hay otros que en su trabajo son buenos y la gente, cuando habla bien de ellos, dice: “Fulano es hacha y machete”. Tú ya tienes lo de la hoja de metal adelantada. 

Pero yo nunca he escuchado decir de ti: “Yarini es un chulo en lo suyo”. Aunque sea un chulo para untar mantequilla. (La mantequilla es una cosa amarilla que dan las vacas cuando son felices). 

Me imagino la cara que puede poner el tipo del registro laboral de tu municipio si te va a llenar la planilla y tú le dices: “¿Profesión? Cuchillo”. Claro que lo que le queda de cerebro va a sonar como una Aurika, pero lo dejarías procesando. Porque a los cirujanos les dicen algo parecido: “Fulano es tremenda cuchilla”, y están hablando del que le sacó la hernia a tu abuelo, no de Malanga, el del Palo cagao, que usa un instrumento parecido para mostrar su inconformidad con algunos detalles molestos de la convivencia. 

A ti lo que te tronchó la carrera fue la envidia. Y también lo peligroso que es trabajar con extranjeros, que da mucho que hablar también por envidia. Y además, que empezaste a meterte en política, y eso da mala sombra, ruido en el sistema. Si te hubieras dedicado nada más a mejorar tu brigadita de producción nocturna, a darle tratamiento a las más destacadas, a echarle maíz a la cantera, y, aunque fuera vestido así, a asistir a tus reuniones semanales de abakuás, no te hubiera salido ni salpullido. 

La política es un pudín más enchumbado, donde revolotea otro tipo de moscas, usualmente personas con desajustes de personalidad y traumas de la infancia. Y donde no te miran mucho los zapatos amarillos, pero sí la manera de meter la turca. Y fíjate si es un aguaje distinto, que si montas el santo de mejorarle el quimbombó a la humanidad y eres decente, terminas clavado en una cruz en calzoncillos. Lo que quiere decir que tienes que volverte tiburón y prometer y cambiar las velocidades a ritmo de mozambique. 

Eso de la política te perdió, porque a esa burundanga hay que dedicarle más tiempo que al ajedrez. Y si con tu ganado tenías una onda suave, elegante; y tu piropito para la madmuasel y tu pellizco de estímulo, ya eso no funciona con los electores de la circunscripción, donde entran a jugar también hasta algunas ancianitas con desajustes morales, que lo de ser cuchillo o chulo no les iba a caer muy digestivo. Y hubieras tenido que cambiar de método para tupir a más gente y ya eso te quita el encanto. 

Porque, si lo piensas mejor, cualquiera de esas muchachitas a quienes orientabas en su labor social y nocturna, sería mejor gobernante que todos nosotros. Ellas conocen mejor que nadie de qué pie cojean los seres humanos, aunque no sea precisamente el pie su instrumento de trabajo. 

Pero sí le muerden la monda al mundo. Y si la política la llevaran ellas todo sería Jauja, jajá la jardinera. Fíjate que el mundo anda como anda, porque hasta ahora han gobernado sus hijos. Y todo ha sido una reverenda miermelada. 

Y al final, no me acordé de tu frase completa. Me voy del aire sin saber qué otra cosa, además de preocupación, hay que darles a las mujeres. 

Más chuleta que chulo,

Ramón.

Del libro Cuba a la carta (Editorial Hypermedia, 2019).
Imagen de cubierta Alberto Morales Ajubel.




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Cuba a la carta - Ramón Fernández-Larrea

Ramón Fernández-Larrea decidió reinventarse el humor. Reírse de cosas de las que los cubanos no estábamos acostumbrados a burlarnos. Y entre las tantas cosas a las que los cubanos no estábamos acostumbrados a burlarnos estaban la Historia y la Cultura cubanas. Con Mayúsculas.
Enrique Del Risco




El hombre que amaba las cartas

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Lo que hace grande a un humorista es enseñarnos a reírnos de lo que antes nos parecía asunto serio. O enseñarnos un nuevo modo de reírnos de cosas de las que ya nos reíamos. Pasa el tiempo y nos parece lo más natural del mundo reírnos de ciertos asuntos, mientras nuevas generaciones de humoristas buscan otros modos de burlarse de nuevos temas.