La noción de poder blando (soft power) ha sido percibida negativamente por las élites rusas, quienes la han interpretado principalmente como una política de influencia estadounidense destinada a movilizar a las sociedades contra los gobiernos en ejercicio. Para el Kremlin, las revoluciones de colores representan el ejemplo por excelencia de un poder blando occidental empleado con fines geopolíticos. Además, las élites rusas han llegado a considerar la teoría del poder blando como un intento de «desarmar» a los adversarios de Estados Unidos al hacer creer que la influencia cultural basta por sí sola. Sin embargo, Estados Unidos, que representa individualmente el 40% del gasto militar mundial, demuestra lo contrario. Por ello, a diferencia de las élites europeas, que durante mucho tiempo se dejaron llevar por la ilusión de la supuesta obsolescencia del poder militar, el Kremlin percibe el poder blando como un complemento del poder duro (hard power) e, incluso, como una extensión de este último.
En este marco, el enfoque de las autoridades rusas combina una dimensión defensiva y ofensiva: en primer lugar, el objetivo del Kremlin es limitar la influencia occidental en Rusia, especialmente en aquellos ámbitos donde esta influencia se percibe como una amenaza para la soberanía del país. Solo en un segundo momento, Rusia despliega una diplomacia de influencia en el extranjero, tratando de apropiarse de los métodos y herramientas desarrollados en Occidente.
La ciberpotencia rusa: entre soberanía digital y estrategia de influencia
En el ámbito de las nuevas tecnologías de la información (NTI), Rusia se beneficia de una de las mejores escuelas de programación, gracias, en particular, a su excelencia en el campo de las matemáticas. Los programadores rusos suelen destacarse en competiciones internacionales, y algunas de sus creaciones son mundialmente reconocidas, como Tetris, el juego más descargado de la historia, o la aplicación de mensajería Telegram. Menos conocido, pero igualmente significativo, es el hecho de que el principal lenguaje de programación para aplicaciones Android lleva el nombre de Kotlin, denominado así por sus desarrolladores rusos en referencia a la isla que alberga la fortaleza de Kronstadt, cerca de San Petersburgo. Sin embargo, otro aspecto de las competencias rusas en este ámbito es el que más a menudo acapara los titulares de la prensa internacional: los ciberataques de gran envergadura, frecuentemente atribuidos a hackers rusos vinculados a la ciberdelincuencia o a los servicios secretos.

Una investigación cuidadosa sobre el poder de este país-continente. Hélène Richard
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Sin embargo, el principal activo de Rusia en el sector de las nuevas tecnologías de la información radica en la creación de empresas nacionales dinámicas que no solo contribuyen a la modernización de la economía rusa, sino que también son capaces de competir en el mercado interno con los gigantes estadounidenses. Esto permite a Rusia ser una de las pocas potencias que conserva una auténtica autonomía en este ámbito estratégico. Las autoridades rusas consideran el sector digital no solo como una prioridad para la modernización económica, sino también como un desafío crucial para la soberanía nacional. En efecto, la red global de Internet sigue estando en gran medida bajo el control de Estados Unidos, tanto en lo relativo a la gobernanza (como la asignación de nombres de dominio) como al control de las infraestructuras y de las principales redes sociales. Los pilares fundamentales de la estrategia rusa son la soberanía y la influencia: una «soberanización» del Internet ruso en la que las autoridades trabajan intensamente, mientras desarrollan en paralelo una estrategia de influencia a nivel internacional.
El principal activo del kremlin: los «gafam rusos»
Rusia es el único país, junto con China, que cuenta con soluciones digitales independientes y eficaces capaces de competir con los GAFAM en el mercado interno.
En numerosos ámbitos, como los motores de búsqueda, la mensajería, las redes sociales y el comercio electrónico, las plataformas rusas no solo logran imponerse en Rusia, sino también extender su influencia en el espacio rusófono.
Varios grandes grupos de tecnologías de la información han surgido en Rusia, creando ecosistemas digitales consolidados. El grupo Mail.ru, cuyo nombre proviene del principal servicio de mensajería ruso, ofrece una amplia gama de servicios, como almacenamiento de datos y un motor de búsqueda integrado. Este grupo afirma contar con 100 millones de cuentas y 46 millones de usuarios activos, situándose en la quinta posición a nivel mundial en servicios de correo electrónico.
Además, el grupo gestiona los dos principales redes sociales rusas: Odnoklassniki (literalmente, «compañeros de clase»), que cuenta con una audiencia superior a los 70 millones de usuarios. Esta plataforma, especializada en la publicación de vídeos en línea, es particularmente popular en el espacio rusófono, ya que permite reconectar con antiguos compañeros de estudio dispersos por el ex Imperio soviético y más allá. Por otro lado, Vkontakte, frecuentemente descrito como el «Facebook ruso», fue creado por Pável Dúrov antes de ser adquirido por el grupo Mail.ru, en lo que se interpretó como una recuperación por parte de una empresa cercana al Kremlin. Vkontakte es la red más popular en el espacio rusohablante, con 97 millones de usuarios mensuales y una oferta de servicios que incluye pagos electrónicos, descarga de música y organización de conciertos en línea.
Por último, el grupo controla también el servicio de juegos en línea My.game, probablemente el más internacionalizado, con un total estimado de 740 millones de jugadores en todo el mundo.
El segundo gran actor del Internet ruso es el grupo Yandex, cuyo motor de búsqueda es el más utilizado en el espacio rusófono, representando cerca del 60% de las búsquedas en el Runet (Internet ruso).[1] Yandex es, de hecho, el actor más dinámico del ciberespacio ruso y lidera la capitalización en el sector, con un valor de 23.000 millones de dólares en 2021, cifra que se ha triplicado en cinco años. El éxito de Yandex radica en la gran coherencia de la expansión de sus servicios, todos accesibles desde su motor de búsqueda.

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Además de las búsquedas en línea, en las que el grupo ha invertido 1500 millones de dólares en los últimos tres años, las principales actividades de Yandex incluyen el comercio electrónico (Yandex.Market) y Yandex.Taxi (el equivalente ruso de Uber), presente en 18 países. Asimismo, el grupo desarrolla servicios de entrega a domicilio, que han experimentado un gran crecimiento debido a la crisis sanitaria. Desde 2017, Yandex también trabaja en el desarrollo de coches autónomos, que se están probando en Rusia, Estados Unidos e Israel.
Por su parte, el grupo Sberbank, el banco más grande del país y controlado por el Estado, bajo la dirección del exministro de Economía German Gref, ha diversificado sus actividades creando un ecosistema digital propio. Sberbank utiliza su ventaja en servicios bancarios en línea para ofrecer otras soluciones en sus plataformas digitales, como e-commerce, medicina en línea, entregas a domicilio, videos bajo demanda y almacenamiento de datos. Aunque los ingresos de estas actividades digitales están creciendo exponencialmente, aún no son rentables en un mercado ruso especialmente competitivo.
Paradójicamente, el sector digital en Rusia presenta un nivel de competencia superior al de Occidente, donde los monopolios de gigantes estadounidenses sofocan el surgimiento de nuevos actores. Esto resulta beneficioso para los consumidores rusos y fomenta la innovación en el país, aunque también podría limitar la capacidad de las empresas rusas para obtener los recursos necesarios para internacionalizarse. La banca central rusa, preocupada por el enfoque de los bancos rusos en la creación de ecosistemas digitales, advierte del riesgo de que estas entidades pierdan de vista su función bancaria principal, lo que podría generar riesgos financieros significativos. Por esta razón, busca restringir la proporción de sus activos dedicados a este sector.
La fuerza de los actores rusos en el ámbito de la economía digital se ilustra tanto por su dominio en la mayoría de los sectores digitales en el mercado ruso como por la necesidad que tienen los actores internacionales de asociarse con compañías rusas para poder mantenerse en ese mismo mercado. Así, el estadounidense Uber, que se implantó en Rusia en 2014, encontró allí una situación muy diferente de la que había encontrado en los países occidentales, donde se encuentra en una posición dominante: la competencia en Rusia fue tal que la compañía estadounidense prefirió fusionar sus actividades, en toda la CEI, con su competidor ruso Yandex.Taxi, que obtuvo casi el 60% de la empresa conjunta y lleva a cabo una política de compra progresiva de las participaciones de su socio estadounidense.
En cuanto al gigante chino Alibaba, también decidió asociarse con actores rusos para implantarse de manera duradera en un mercado ruso de comercio en línea igualmente muy competitivo: AliExpress Rusia es una empresa conjunta sino-rusa controlada en un 55% por el grupo chino, siendo el resto propiedad de Megafon (telecomunicaciones), el grupo Mail.ru y el Fondo Ruso de Inversiones Directas. De hecho, Alibaba se enfrenta en Rusia a dos actores rusos del e-commerce ya bien implantados: el grupo Ozon, creado en 1998, que durante mucho tiempo fue descrito como el equivalente ruso de Amazon, y el sitio de comercio en línea Wildberries, más reciente pero con un fuerte crecimiento.
La trayectoria de Wildberries es comparable a una historia de éxito al estilo estadounidense e ilustra el dinamismo ruso en este campo: la empresa fue fundada en 2004 por Tatiana Bakaltchuk, una antigua profesora de inglés que buscaba complementar sus ingresos vendiendo productos por correspondencia. Actualmente, es la segunda mujer más rica de Rusia, mientras que Wildberries experimenta un éxito vertiginoso en Rusia y en los países vecinos, con una cifra de ventas que alcanzó los 6000 millones de dólares en 2020, lo que representa un aumento del 96% respecto al año anterior.[2] Y mientras que Ozon concentra sus actividades en el mercado ruso, Wildberries comenzó su expansión en los mercados occidentales (Europa, Estados Unidos). Esta expansión más allá del espacio rusófono marca una nueva etapa para el desarrollo de los actores de Internet rusos que, con la excepción de los editores de antivirus (Kaspersky, Doktorweb), rara vez han dado el paso hacia la conquista del mercado global.

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El éxito de las grandes empresas rusas de Internet también está vinculado a una relación generalmente constructiva con las autoridades. Estas empresas desempeñan un papel importante en la definición de la política a seguir a través de órganos consultivos que les permiten orientar la legislación en este campo. La prioridad que el Kremlin otorga a la industria digital se confirmó en 2020 con Vladímir Putin, quien decidió otorgar importantes beneficios fiscales al sector de la electrónica y las nuevas tecnologías de la información: reducción de las cargas patronales del 14% al 7,6% y, lo más importante, de los impuestos sobre beneficios del 20% al 3%. No obstante, los beneficios otorgados por el Kremlin a la industria digital, incluidos ciertos proteccionismos frente a los competidores extranjeros, van acompañados de una voluntad de control. Esta se expresó primero a principios de la década de 2010 con la compra de varios actores independientes por los grandes grupos cercanos al Kremlin. Posteriormente, se tradujo en un activismo legislativo y regulatorio que intenta establecer un control cada vez más estrecho sobre Internet en Rusia.
La construcción de un «Internet soberano»
Desde la época soviética, las autoridades rusas han sido conscientes de los riesgos de espionaje derivados de la importación de equipos informáticos y software extranjeros, especialmente occidentales, que podrían contener «puertas traseras», vectores potenciales de infiltración en los sistemas rusos. Las revelaciones de Edward Snowden, a quien Rusia concedió asilo y protección, solo reforzaron la convicción del Kremlin sobre la magnitud de la amenaza en términos de soberanía. De manera más amplia:
Moscú critica […] la supremacía estadounidense sobre la gestión de Internet: no solo las grandes empresas de Silicon Valley deben transmitir la información sobre sus usuarios cuando las autoridades estadounidenses lo solicitan, sino que los principales servidores en la nube y todos los dominios .com, .org, etc., están ubicados en territorio estadounidense.[3]
Las autoridades rusas desean protegerse tanto de la amenaza de las «revoluciones de Facebook», como también restringir la capacidad de las potencias externas para recopilar datos en las redes rusas, favoreciendo para ello las soluciones ofrecidas por la industria digital nacional. Esta voluntad, que se extiende de manera más amplia al control del espacio informativo ruso, fue formalizada a través de un programa estatal titulado «Sociedad de la información» para el periodo 2011-2020.
La construcción de un Runet (Internet ruso) soberano «tiene como objetivo construir una red completamente independiente de la red del Internet mundial en toda su estructura (desde la capa material de la red hasta su capa aplicativa)».[4] Así, forma parte de una estrategia más amplia de soberanía digital que implica, entre otras cosas, el desarrollo de aplicaciones rusas (sistemas operativos, software, redes sociales, etc.) que puedan otorgar a Rusia una capacidad soberana en todo el ámbito de la información y las redes de telecomunicaciones. Se trata, en particular, de «rusificar» todas las aplicaciones utilizadas en Rusia en sectores considerados estratégicos (administraciones, industria de defensa, grandes corporaciones estatales…) para garantizar la «ciber-soberanía» del país. Es así que los ministerios de seguridad (FSB, ministerios de Defensa e Interior) y algunas administraciones utilizan ahora sistemas operativos rusos desarrollados a partir de Linux.

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Las autoridades rusas han multiplicado los actos legislativos destinados a regular Internet en Rusia, con una clara intención tanto de reforzar el control estatal sobre los contenidos como de proteger a las empresas rusas del sector frente a los gigantes estadounidenses. Desde 2014, la ley rusa obliga a las plataformas a localizar los datos personales de los rusos en servidores situados en Rusia, lo que ha permitido el desarrollo de centros de datos en el país. Una segunda ley, adoptada en 2016, obliga a los operadores a conservar, durante un período definido, todas las conversaciones telefónicas, el tráfico de Internet y el contenido de las redes sociales, y al mismo tiempo debe permitir a los servicios secretos rusos (FSB) acceder a estos datos a solicitud. La aplicación de esta ley, muy controvertida por los riesgos que conlleva en cuanto a la privacidad, llevó a un conflicto entre las autoridades rusas y Pável Dúrov, quien se negaba a entregarles las claves de cifrado de la mensajería Telegram. Finalmente, una nueva ley adoptada en junio de 2021 obliga a las empresas extranjeras de Internet con una audiencia diaria superior a 500.000 usuarios rusos a abrir una entidad jurídica en Rusia que pueda responder por posibles infracciones a la legislación rusa: esto afecta a Facebook, Instagram, Twitter y TikTok en el caso de las redes sociales, YouTube y Twitch en el caso de alojamiento de videos, o WhatsApp y Telegram en el caso de mensajería instantánea, así como a los sitios de distribución en línea (Amazon, Ikea…). En caso de no cumplimiento, la ley prevé una serie de sanciones que van desde la ralentización de los servicios hasta el bloqueo total, pasando por la prohibición de contenidos publicitarios dirigidos a usuarios rusos. Las autoridades rusas acusan oficialmente a los gigantes estadounidenses de censurar ciertos sitios rusos, mientras permiten la difusión de contenidos que promueven el uso de drogas o el suicidio. Estimando que los gigantes estadounidenses de la web muestran mala voluntad y no respetan la legislación rusa, ya se han aplicado sanciones contra Twitter (ralentización de la plataforma) y se han multiplicado las multas contra Google. Los opositores al poder ruso, por su parte, denuncian medidas que buscan restringir la libertad de expresión en un contexto de tensión de las autoridades frente a la contestación política.
En realidad, la versión rusa de la regulación de Internet se sitúa, como en muchos otros ámbitos, a medio camino entre las disposiciones adoptadas en Europa y las de China. Rusia comparte con Europa la presencia de los gigantes estadounidenses de Internet, que tienen una audiencia importante en el Runet (esto es especialmente cierto en el caso de YouTube). Las autoridades rusas intentan, con más o menos éxito, hacer que respeten la legislación rusa y restringir sus tendencias hegemónicas y monopolísticas. Pero a diferencia de Europa, que es en gran medida impotente en este ámbito, Rusia puede apoyarse en campeones nacionales presentes en todos los segmentos de Internet para mantenerse autónoma y ofrecer soluciones alternativas a los internautas rusos. Comparte con China la voluntad de las autoridades de construir un Internet soberano que podría funcionar de manera cerrada, pero, a diferencia de este, sigue estando mayormente abierta a las soluciones occidentales. De hecho, Rusia es probablemente la única potencia en la que se expresa una verdadera competencia entre los GAFAM y sus equivalentes locales.

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El reto de las infraestructuras
En el ámbito de las infraestructuras, el principal activo de Rusia se llama Transit Europe-Asia (TEA). Se trata de una red de cables que conecta Europa con Asia a través del territorio ruso, y es la única alternativa continental a las redes submarinas de cables, que están mayormente controladas por empresas estadounidenses. TEA permite comunicaciones más rápidas entre las capitales europeas y asiáticas en comparación con las rutas oceánicas alternativas. Además, otorga a Rusia una forma de centralidad, ya que China, Japón y, sobre todo, las repúblicas de la antigua Unión Soviética (muchas de las cuales a menudo no tienen alternativas) están conectadas a través del territorio ruso. Además, esta red ofrece conexiones de alta calidad a muchas regiones de Rusia, incluida Siberia. Y, por supuesto, las enormes cantidades de información que circulan por ella pueden ser de gran interés para los servicios de inteligencia rusos. La existencia de esta red internacional en el territorio ruso puede ser un factor explicativo, entre otros, de la naturaleza relativamente abierta del Internet ruso en comparación con su homólogo chino. Sin embargo, las autoridades rusas han estado trabajando durante varios años para reorganizar las conexiones internacionales de la red rusa con el fin de permitir que el Runet funcione en un circuito cerrado en el futuro. La política, formalizada por una ley sobre la soberanía de Internet de 2019, es denunciada por sus opositores como un intento adicional de controlar los contenidos de Internet ruso.
Las autoridades rusas continúan invirtiendo en infraestructuras físicas con el objetivo de disponer de una red suficientemente potente y estructurada para funcionar de manera autónoma. Así, en febrero de 2021, Rostelecom completó la instalación de un cable submarino de fibra óptica que conecta el territorio ruso con el enclave de Kaliningrado, con el fin de no depender de los países bálticos y Polonia para las conexiones con el enclave ruso. En agosto de 2021, Rusia inició un proyecto mucho más ambicioso al comenzar la instalación de un cable submarino de 12.600 kilómetros que deberá conectar, para 2026, Mourmansk con Vladivostok siguiendo las costas árticas. Esta conexión contribuirá a la conectividad de los territorios del Ártico (ciudades, instalaciones petroleras…) y los puertos y otras instalaciones estratégicas a lo largo de la Ruta Marítima del Norte. Además, la Compañía de Ferrocarriles Rusos (RZD) lanzó, en junio de 2021, la primera línea cuántica entre Moscú y San Petersburgo. Se trata de una nueva tecnología que permite una comunicación rápida y ultrasegura, en la que China tiene una ventaja en términos de infraestructuras. Siguiendo el modelo chino, Rusia planea establecer una red de líneas cuánticas de más de 7000 kilómetros para 2024.
Sin embargo, en el ámbito de las nuevas tecnologías, la principal debilidad de Rusia radica en su capacidad de fabricación de componentes electrónicos, los cuales, en realidad, son importados en su mayoría. Desde principios de la década de 2000, las autoridades rusas han comenzado a apoyar el sector electrónico a través de varios programas plurianuales. Moscú intenta mantener competencias en este campo, como es el caso del desarrollo del procesador Elbrous. En 2020, el gobierno también anunció un aumento por diez del apoyo financiero a las empresas electrónicas rusas.
¿Una ciberpotencia ofensiva?
A nivel internacional, a Rusia se le acusa frecuentemente de llevar a cabo acciones de ciberespionaje agresivas. Varios ataques espectaculares han sido atribuidos por Estados Unidos a los servicios secretos rusos: en 2020, los piratas informáticos lograron infiltrarse en las redes informáticas de grandes empresas y administraciones estadounidenses (incluyendo el Departamento del Tesoro, el Departamento de Seguridad Nacional y el Pentágono) instalando una «puerta trasera» en el software de la empresa estadounidense SolarWinds. Descrita por Microsoft como «una de las intrusiones más largas y sofisticadas de la década»,[5] esta acción permitió a los piratas espiar a varias miles de entidades durante casi un año. Sin embargo, dado que la atribución de los ataques informáticos es particularmente compleja, ya que los piratas tienen medios para borrar sus huellas, la Casa Blanca designó oficialmente al servicio de inteligencia exterior ruso (SVR) como responsable de este ataque. Este caso formó parte de los argumentos presentados por Joe Biden, en abril de 2021, para anunciar la expulsión de diez diplomáticos rusos, sanciones contra la deuda emitida por Rusia y sanciones contra seis empresas tecnológicas rusas. Una manera de eliminar a la vez a los competidores rusos en este sector estratégico.

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La particularidad de la situación en el ciberespacio es que los Estados suelen evitar atribuir oficialmente los ciberataques, prefiriendo una aproximación más discreta para resolver los desacuerdos en este ámbito. El hecho de que Rusia sea regularmente acusada por Estados Unidos contribuye a la tensión entre ambos países. Es difícil saber si esto responde a un activismo particularmente importante de los actores rusos contra Estados Unidos, que obligaría a estos últimos a hacer públicas estas agresiones, o si se trata de la intención de señalar a Rusia en el contexto más amplio de la degradación de las relaciones bilaterales.
Sin embargo, el estatus de ciberpotencia de Rusia fue confirmado indirectamente en julio de 2021, durante el escándalo de las escuchas telefónicas organizadas por varios Estados mediante el software Pegasus. En efecto, la empresa israelí NSO habría prohibido a sus clientes usar su software espía Pegasus en números de teléfonos móviles de cuatro grandes países (Estados Unidos, China, Rusia y el Reino Unido). Esta prohibición coloca a Rusia entre las grandes potencias de inteligencia cibernética, capaces de dar una respuesta fuerte y disuasoria en este campo, a diferencia de los países miembros de la Unión Europea, que, como Francia, no se beneficiaron de esta medida.
Ya sea en el ámbito del correo electrónico (Mail.Ru), los motores de búsqueda (Yandex), las redes sociales (VKontakte) o el comercio electrónico (Wildeberries, Ozon), las soluciones rusas dominan el Internet ruso, desplazando a sus equivalentes occidentales. Aunque carecen de la capacidad de los gigantes chinos de Internet y no cuentan con el mismo nivel de proteccionismo, las empresas digitales rusas permiten a Moscú mantener su autonomía en este sector estratégico. A través del Internet rusófono, Rusia dispone de un poderoso instrumento de integración de su territorio, un canal de conexión con su «diáspora» global y una capacidad significativa de influencia sobre las poblaciones de su entorno cercano, que en su mayoría lo utilizan. Sin embargo, a nivel internacional, Rusia es conocida principalmente por problemas de cibercriminalidad y espionaje, lo que refuerza su imagen como una potencia generadora de inseguridad para Occidente. Esto representa un obstáculo importante para las empresas rusas que buscan expandirse internacionalmente, enfrentándose a medidas proteccionistas que, en ocasiones, adoptan la forma de sanciones (como en el caso de Ucrania y Estados Unidos).
Política de influencia: entre Eurasia, el «mundo ruso» y el extranjero lejano
No hay que engañarse: en el ámbito de la influencia sobre la opinión pública,
[…] Europa es mucho más fuerte y activa que nosotros.
Nikolaï Danilevsky, Rusia y Europa, 1869.
Las élites rusas son conscientes desde hace mucho tiempo de las dificultades del país para llevar a cabo una política de influencia en igualdad de condiciones con el mundo occidental, que ha sido el referente en este ámbito durante varios siglos. Así, la tentación rusa es cerrar el país a influencias exteriores, mientras lleva a cabo una política de influencia dirigida que adopta las herramientas desarrolladas en Occidente. Sin embargo, al salir de la URSS, la nueva Rusia no solo dejó de tener una ideología que exportar, sino que su imagen comenzó a deteriorarse rápidamente. Rusia es percibida como una potencia en decadencia irremediable, fuente de inestabilidad y corrupción. Para colmo, con la «guerra sucia» en Chechenia, se enemistó tanto con Occidente como con el mundo árabe-musulmán y perdió credibilidad ante sus vecinos postsoviéticos.
A su llegada al poder, Vladímir Putin desea invertir esta tendencia tomando el camino opuesto al periodo anterior: acabar con el separatismo checheno por la fuerza, luego utilizar a la Chechenia de Ramzan Kadyrov como intermediario en sus relaciones con el mundo musulmán; reafirmar el liderazgo ruso en Eurasia y posicionar a Rusia como una potencia que dispone de su propio sistema de valores en un mundo multipolar en formación. Para ello, el Kremlin retoma una forma de antiimperialismo heredada de la Unión Soviética y mezclada con valores tradicionales: según Jean de Gliniasty, «Rusia cabalga sobre la exasperación general de los Estados emergentes o en desarrollo contra lo que perciben como un intento, armado o no, de los occidentales para imponer sus valores. Desarrolla una ideología tradicionalista y conservadora opuesta al individualismo occidental mal comprendido en muchos países».[6] Así, la política de influencia rusa, que cuenta con una especie de caja de herramientas ideológicas (soberanismo, respeto de los particularismos culturales, rechazo del universalismo occidental, etc.), se despliega según modalidades diferentes en tres direcciones principales: Eurasia, el mundo ruso y el extranjero lejano.

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El Kremlin: ¿heraldo de los «valores tradicionales»?
El giro conservador del Kremlin se interpreta con mayor frecuencia a través de las relaciones con Occidente. Esta postura permite al Kremlin acercarse a los movimientos populistas euroescépticos y conservadores, lo que se refiere al objetivo de debilitar la Unión Europea o, al menos, orientarla hacia una postura más acorde con los intereses rusos. Según Maxime Audinet, «este discurso representa, más que un modelo ideológico exportable, una base normativa destinada a situar a Rusia en una oposición estructurante al “Occidente liberal”, aprovechando las transformaciones y las crisis políticas que atraviesan sus sociedades».[7] Sin embargo, el credo conservador del Kremlin no se puede reducir al único objetivo de desarrollar un discurso alternativo que dé una dimensión ideológica a la oposición ruso-occidental.
La defensa de los valores tradicionales y el énfasis en una identidad eurasiática también buscan reunir los principales componentes etnorreligiosos de la sociedad rusa (eslavos y turcohablantes, ortodoxos y musulmanes). Se trata de proponer un denominador común capaz de contrarrestar tanto el islamismo radical como el nacionalismo étnico ruso, dos tendencias que se alimentan mutuamente y amenazan la cohesión de la Federación Rusa. Así, el giro conservador del Kremlin tiene una doble finalidad interna y externa que se complementan: asegurar a Rusia una cohesión identitaria, ideológica y social en torno a la defensa de los valores tradicionales frente a la posmodernidad occidental. Para ello, el Kremlin se apoya en la ortodoxia como religión mayoritaria, portadora de una ética cristiana opuesta al «relativismo moral» occidental, al mismo tiempo que da garantías a una comunidad musulmana en fuerte crecimiento en Rusia (dinamismo demográfico de los pueblos del Cáucaso del Norte, inmigración proveniente de Asia Central). Así, en 2015, la inauguración en Moscú de la «mezquita más grande de Europa», que puede acoger hasta 10.000 fieles, tuvo lugar en presencia de los dignatarios religiosos y los jefes de las repúblicas musulmanas de Rusia, pero también de los presidentes Putin y Erdogan, así como de numerosos representantes extranjeros. Una de las maneras en que el Kremlin escenificó su voluntad de acercarse al mundo árabe-musulmán.
Internamente, el nuevo curso conservador del Kremlin se tradujo en 2013 por la adopción de una ley que prohíbe la propaganda de la homosexualidad entre los menores. Se amplió en 2020 con la inclusión en la nueva Constitución rusa de la creencia en Dios, la defensa de los valores familiares tradicionales y la definición del matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer. Sin embargo, a menudo resaltada tanto por los partidarios del Kremlin como por sus detractores en el extranjero, la dimensión conservadora de la política de Vladímir Putin es frecuentemente sobrevalorada en sus traducciones prácticas: la sociedad rusa está en gran medida secularizada, presenta tasas de divorcio y aborto de las más altas del mundo, mientras que la gestación subrogada, legal desde hace más de 25 años, se practica de manera extendida. En términos de conservadurismo, la Rusia de Vladímir Putin está muy por detrás de Polonia bajo el liderazgo de Jaroslaw Kaczyński, un país miembro de la Unión Europea con el que Moscú mantiene relaciones pésimas, lo que ilustra los límites del giro conservador en términos de influencia en Europa.

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De Eurasia al mundo ruso
El «extranjero cercano» es en realidad el único espacio en el que Rusia mantiene una influencia importante. Para intentar conservarla, Moscú se apoya principalmente en las estructuras de integración regional (CEI, Unión Euroasiática). Además de los aspectos económicos y políticos, la integración euroasiática permite a Rusia exportar sus normas y mantener un espacio cultural y lingüístico integrado. Más allá de la integración institucional, la existencia de vínculos humanos estrechos (familias dispersas por el territorio de la ex-URSS…), que se perpetúan gracias a la intensificación de los intercambios migratorios, es un factor poderoso para mantener un espacio cultural y lingüístico común entre Rusia y su extranjero cercano, a pesar de las políticas de desrussificación implementadas desde las independencias. Una de las razones por las que los vecinos de Rusia participan en la CEI y en la Unión Euroasiática radica precisamente en el régimen sin visado instaurado entre los Estados miembros. Más ampliamente, Moscú conserva una influencia cultural considerable sobre su extranjero cercano gracias al poder de los medios de comunicación y el espectáculo ruso. Paradójicamente, Rusia sigue desempeñando el papel de intermediario entre la cultura occidental y la de sus vecinos. Así, el rap, el hip-hop o los bloggers rusos marcan tendencia entre una buena parte de la juventud postsoviética.
Sin embargo, el Kremlin se dio cuenta de que, si bien la integración euroasiática permite mantener lazos fuertes con los países vecinos, no otorga un lugar especial a los rusos y rusoparlantes en el extranjero, que constituyen una de las «diásporas» más grandes del mundo. De hecho, a la emigración blanca se sumaron los aproximadamente 25 millones de rusos que se encontraron fuera del país cuando las antiguas repúblicas soviéticas declararon su independencia. Para conceptualizar y estructurar una política destinada a reforzar los vínculos entre Rusia y sus «compatriotas en el extranjero», Vladímir Putin adoptó el concepto abarcador de «mundo ruso» (russky mir). Este concepto fue popularizado a finales de los años 1990 por varios académicos e ideólogos rusos (principalmente Piotr Chedrovitsky) para designar a todas las comunidades de cultura y lengua rusa que viven fuera de las fronteras de Rusia, ya sea como resultado de la disolución de la URSS o a través de diferentes olas de emigración (emigración blanca tras la revolución de 1917, disidencia soviética, emigración económica postsoviética).
El «mundo ruso» se despliega alrededor de su núcleo, Rusia, en varios círculos concéntricos que se superponen parcialmente. Geográficamente, el primer círculo corresponde al «extranjero cercano» (ex-repúblicas soviéticas), donde se concentra la mayoría de los rusos y rusoparlantes; el segundo círculo se refiere a Europa y el espacio mediterráneo: descendientes de los «rusos blancos», especialmente en Francia, grandes comunidades de rusoparlantes en Alemania (emigración postsoviética), en Israel (más de un millón de personas) o, incluso, en Chipre. El tercer círculo corresponde al resto del mundo (comunidades más dispersas en Estados Unidos, América del Sur o Australia…). También se pueden distinguir varios círculos etnoculturales: el núcleo del mundo ruso lo constituyen los rusos «étnicos», a los que se suman los eslavos del este, mayoritariamente ortodoxos y rusoparlantes (bielorrusos, ucranianos), y luego las poblaciones postsoviéticas que comparten el idioma y la cultura rusa en diferentes grados.

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La ortodoxia en el corazón del «mundo ruso»
La Iglesia ortodoxa rusa está en el corazón del «mundo ruso», dado que el territorio canónico del Patriarcado de Moscú se extiende por la mayoría de las antiguas repúblicas soviéticas y busca reforzar su presencia entre las comunidades rusas emigradas, para las cuales la Iglesia ortodoxa sirve como espacio de socialización y punto de referencia identitario con una dimensión diaspórica. El Patriarcado de Moscú ha logrado avances significativos en este sentido: tras la caída de la URSS, la mayoría de las parroquias de la «diáspora» estaban vinculadas al Patriarcado de Constantinopla o a la Iglesia ortodoxa rusa fuera de las fronteras (una estructura independiente), debido a la gran desconfianza de los rusos blancos hacia un Patriarcado de Moscú considerado subordinado al poder soviético. Sin embargo, en 2007, la Iglesia ortodoxa rusa fuera de las fronteras se integró al Patriarcado de Moscú como una estructura autónoma. El hecho de que Vladímir Putin, exoficial del KGB, haya desempeñado el papel de facilitador para lograr esta reconciliación no es una paradoja pequeña y subraya el acercamiento entre una parte de la emigración blanca y el Kremlin. El movimiento de reunificación de la ortodoxia rusa se completó prácticamente en 2019, cuando las iglesias de tradición rusa vinculadas al Patriarcado de Constantinopla también se unieron al Patriarcado de Moscú, un evento bastante inesperado dado su posicionamiento crítico hacia la Iglesia rusa contemporánea. En Moscú, se vio como el símbolo de la reconciliación entre las diversas partes del mundo ruso que se habían desgarrado un siglo antes durante la guerra civil. Este movimiento de consolidación de la ortodoxia rusa ha reforzado la convicción del Kremlin de que juega un papel central en el mantenimiento de la identidad rusa en el extranjero, razón por la cual está integrada en la estrategia de influencia cultural rusa: uno de los símbolos más elocuentes de este enfoque es el nuevo Centro cultural ruso en París, inaugurado en 2016, que está dominado por las cúpulas doradas de la catedral de la Santa Trinidad, construida a gran costo para la ocasión en el muelle (quai) Branly, cerca de la Torre Eiffel.
El «mundo ruso» y la construcción eurasiática son, por tanto, dos aspectos relativamente complementarios de la política de influencia rusa. Uno ofrece un marco conceptual para las relaciones entre Moscú y su «diáspora», mientras que el otro tiene una dimensión más institucional y permite a Moscú mantener a parte de sus vecinos en su esfera de influencia. Sin embargo, la crisis ucraniana ha revelado los límites de esta política. De hecho, parte de los vecinos de Rusia ahora sospechan que Moscú quiere instrumentalizar a las comunidades rusófonas para justificar una política de injerencia. La desconfianza de las élites nacionales de los países vecinos de Rusia, que se ha expresado desde el fin de la URSS hacia la antigua metrópoli, no pudo más que verse significativamente reforzada por la anexión de Crimea y las injerencias rusas en el conflicto ucraniano.
Esta desconfianza se traduce no solo por restricciones en los derechos lingüísticos de los rusohablantes, sino que, también, tiene consecuencias en el ámbito religioso. Así, el expresidente ucraniano Petró Poroshenko trabajó para la creación de una nueva Iglesia ucraniana, separada de la ortodoxia rusa. Para ello, logró convencer al Patriarcado de Constantinopla de apoyar la «autocefalía» de la Iglesia ucraniana. Sin embargo, los resultados de la creación de esta nueva estructura no estuvieron a la altura de las expectativas del poder ucraniano: de hecho, el clero de la Iglesia ortodoxa ucraniana canónica (dependiente del Patriarcado de Moscú) rechazó en su mayoría unirse a la nueva Iglesia, a pesar de las fuertes presiones ejercidas por el gobierno (detenciones de sacerdotes, registros en lugares de culto…). La nueva Iglesia reúne, por tanto, las estructuras preexistentes que ya estaban en ruptura con Moscú y fueron «legalizadas» gracias al reconocimiento de Constantinopla, mientras que la Iglesia ortodoxa ucraniana permaneció mayoritariamente fiel al Patriarcado de Moscú. La iniciativa del presidente ucraniano Poroshenko agravó aún más las divisiones dentro del país e ilustró hasta qué punto la política de ruptura con el «mundo ruso» está lejos de ser unánime en su país. Sin embargo, la decisión de Constantinopla fue percibida por la Iglesia ortodoxa rusa como una injerencia injustificada en lo que corresponde a su territorio canónico, por lo que el Patriarcado de Moscú rompió sus relaciones con Constantinopla.

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Esta crisis entre las dos grandes capitales de la ortodoxia pone en peligro la voluntad del Kremlin de posicionarse como protector del mundo ortodoxo en su conjunto. Muestra, una vez más, el carácter central del problema ucraniano para las posiciones rusas en la escena internacional y refuerza a los defensores de la especificidad eslava y eurasiática de Rusia en los círculos conservadores rusos. Así, aunque la estructuración del «mundo ruso» en su dimensión diaspórica ha tenido cierto éxito, el posicionamiento de Rusia como líder del mundo ortodoxo es decepcionante. Esto no puede más que incitar al Kremlin a apoyarse en instrumentos complementarios para llevar a cabo su diplomacia de influencia.
Diplomacia de influencia: cultura, deporte y medios
Para desplegar su diplomacia cultural, el gobierno ruso se apoya en la red de Centros de Ciencia y Cultura heredados de la Unión Soviética. Estos centros están gestionados por la Agencia Federal Rossotrudnichestvo, que depende del Ministerio de Asuntos Exteriores. Su nombre completo, Agencia Federal para la CEI, los compatriotas que viven en el extranjero y la cooperación cultural internacional, refleja perfectamente las prioridades de la política de influencia rusa. La acción de la Agencia se complementa con la de fundaciones creadas al estilo occidental, ya sea por el sector privado (oligarcas) o por las autoridades rusas. La más importante de estas fundaciones, creada en 2007 por iniciativa de Vladímir Putin, no es otra que la Fundación Russky Mir («Mundo ruso»), cuya misión principal es la enseñanza de la lengua y la cultura rusas en el extranjero. Para ello, la Fundación se apoya en una red de centros rusos instalados en universidades e instituciones culturales extranjeras, siguiendo el modelo de los Institutos Confucio.
La diplomacia cultural rusa se apoya especialmente en la edad de oro de la cultura rusa del siglo xix en todos los ámbitos de la cultura clásica: Tolstói, Dostoievski y Turguéniev en literatura; Chéjov para el teatro; Tchaikovsky para la ópera y el ballet son solo algunos de los grandes nombres entre una plétora de autores, compositores y artistas rusos que constituyen la mejor carta de presentación de Rusia en el extranjero. Las autoridades rusas buscan así resaltar esta ventaja comparativa en su política de influencia: han lanzado, entre otros, un programa titulado «Cien libros imprescindibles de la literatura rusa». El objetivo es proponer a las editoriales de cada país elegir 100 títulos de una lista de 150, cuya traducción y publicación son completamente financiadas por Rusia. El programa comenzó en los Estados Unidos, China y el Reino Unido, y luego continuó en Francia. El financiamiento del programa de traducción de obras rusas cuenta con el apoyo de oligarcas como Mijaíl Prokhorov o Roman Abramovich: una tendencia importante de la estrategia rusa de soft power que intenta asociar las iniciativas privadas con la acción de las autoridades.
Pero más allá de la cultura clásica, que sigue siendo el dominio de un público culto restringido, Rusia tiene muchas más dificultades para exportar productos culturales de masas fuera del espacio rusófono. En el siglo xx, aunque Moscú logró reexportar la ideología comunista a todo el mundo, esto se hizo en gran parte a expensas de la cultura rusa. Este fue el caso del cine ruso-soviético, que siguió siendo en gran medida desconocido para el público occidental. En Francia, el festival de cine ruso en París, lanzado en 2015, tiene precisamente como misión dar a conocer el cine ruso y soviético, que aún es poco conocido y a menudo asociado con algunos filmes de autor oscuros sobre una realidad sórdida. Pero aunque este festival sea un éxito entre el público parisino, que descubre la gran diversidad y riqueza de los filmes rusos y soviéticos, también demuestra, implícitamente, hasta qué punto Occidente sigue siendo cerrado a la cultura rusa contemporánea, fuera de círculos restringidos de iniciados. Ciertamente, el cine ruso enfrenta en Occidente el casi monopolio hollywoodiense, del cual no es el único que sufre. Pero el problema es quizás más profundo en el caso de Rusia, que sufre de una imagen negativa en Occidente. El fundador del festival, Marc Ruscart, comenta: «Estábamos al fondo de la mina, y seguimos un poco allí, porque mucha gente odia Rusia y asocia la política con el arte y la cultura».[8] Sin embargo, se puede observar que Rusia tiene el potencial para encontrar su lugar en el mercado global de la cultura de masas, como lo demuestra el éxito mundial del dibujo animado Masha y el Oso, que en pocos años se ha convertido en un verdadero éxito mundial. Un éxito que no ha dejado de suscitar comentarios negativos del diario británico The Times, que logró encontrar elementos de propaganda del Kremlin en las travesuras de la pequeña siberiana.[9]

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El Kremlin también ha desarrollado una verdadera diplomacia deportiva que se apoya tanto en una serie de deportes en los que los rusos destacan, como en la organización de grandes competiciones internacionales, como los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi en 2014 y la Copa del Mundo de Fútbol en 2018. El objetivo es transmitir al mundo (y también a la opinión rusa) una imagen de modernidad y éxito internacional que permita contrarrestar el impacto negativo de las malas relaciones entre Rusia y Occidente. También se trata, para las autoridades rusas, de promover las actividades deportivas entre la población, ya que el deporte es percibido como un elemento importante para la salud de la nación. Los Juegos en Sochi y la Copa del Mundo de Fútbol fueron, de hecho, éxitos que demostraron las capacidades organizativas de Rusia. Sin embargo, el enorme escándalo de dopaje en el deporte ruso, desatado por un desertor refugiado en los Estados Unidos, llevó a medidas de exclusión masiva de los atletas rusos en varias competiciones internacionales, lo que dio un golpe serio a la diplomacia deportiva del Kremlin. Pero mientras las consecuencias de los escándalos de dopaje parecían desvanecerse, la exclusión de los deportistas rusos de las grandes competiciones internacionales debido a la invasión de Ucrania asestó un golpe aún más severo al deporte ruso. Aunque denuncian lo que consideran una instrumentalización del deporte con fines políticos, la respuesta de las autoridades rusas oscila entre dos posturas: un activismo diplomático para lograr un retorno progresivo a las competiciones internacionales, y la creación de competiciones alternativas con países emergentes (como los Juegos de los BRICS), lo que podría conducir potencialmente a una fragmentación del deporte mundial.
Junto al deporte, los medios internacionales son otro sector en el que el Kremlin ha invertido considerablemente. El canal de televisión Russia Today (RT), que se presenta como el equivalente ruso de BBC Internacional o France 24, es el símbolo más conocido de la política de influencia rusa desplegada en los medios. Inicialmente creado en su versión solo en inglés con el objetivo limitado de difundir una imagen positiva de Rusia (de ahí su nombre original), RT ha evolucionado hacia el modelo de un canal de información generalista e internacional a partir de finales de la década de 2000. De hecho, la guerra ruso-georgiana de 2008 había ilustrado las capacidades limitadas de Rusia para difundir su punto de vista mientras los medios occidentales daban mayoritariamente espacio a las tesis georgianas.
En 2013, el Kremlin creó la agencia Rossia Segodnia, que agrupa, entre otras, la agencia de noticias Ria Novosti (contenidos en ruso) y la agencia Sputnik (que funciona tanto como agencia de noticias como emisora internacional). El objetivo era adaptarse a las nuevas prácticas informativas ocupando el terreno de las nuevas plataformas en Internet (YouTube, redes sociales). RT y Sputnik se convirtieron rápidamente en los símbolos de una política de influencia rusa ofensiva, que en Occidente ha sido criticada como propaganda al servicio de la política exterior del Kremlin. En este sentido, se recuerdan las palabras de Emmanuel Macron, quien, tras ser elegido presidente y recibir a Vladímir Putin en Versalles, dijo durante una rueda de prensa conjunta que «Russia Today y Sputnik no se comportaron como órganos de prensa y periodistas, sino como órganos de influencia, de propaganda, y de propaganda mentirosa, ni más ni menos».[10] Los analistas occidentales señalan el enfoque «negativo» de RT, que se centraría principalmente en resaltar los disfuncionamientos de las sociedades occidentales. Este enfoque estaría relacionado con la dificultad del Kremlin de proponer un modelo positivo, pero también podría verse como una respuesta al tratamiento sistemáticamente negativo de Rusia por parte de los grandes medios occidentales.

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De hecho, el canal dirigido por Margarita Simonian se ha especializado, desde su lanzamiento, en contrarrestar los medios principales occidentales con la ambición de transmitir un punto de vista alternativo. Pero, más allá de las motivaciones políticas, en un mercado audiovisual dominado por los grandes medios occidentales, esta línea editorial adoptada por RT responde a una estrategia de marketing de diferenciación, probablemente la única capaz de atraer audiencias importantes entre los públicos que no tienen afinidades particulares con Rusia. Es un hecho que RT, que ha desarrollado versiones en árabe, español y francés, ha logrado índices de audiencia relativamente altos, especialmente en Internet, un resultado inesperado dada las recurrentes dificultades de la nueva Rusia para destacar en la escena internacional. Queda por ver hasta qué punto RT y Sputnik permitirán a Rusia aumentar su influencia sobre las élites de los países objetivo. A juzgar por las reacciones hostiles de las élites occidentales y la clasificación de RT como «agente extranjero» en 2017 en los Estados Unidos, este objetivo está lejos de alcanzarse, al menos en Occidente.
Sputnik-v: el regreso de una influencia mundial
La vacuna Sputnik-v ha permitido a Rusia darle una nueva dimensión a su soft power, que asocia a la vez modernidad, innovación y una capacidad de proyección mundial, a diferencia de la mayoría de los otros instrumentos disponibles para el Kremlin en su política de influencia. Vladímir Putin asumió una cierta toma de riesgos al anunciar él mismo el registro «de la primera vacuna contra el coronavirus», pero, a pesar de las polémicas en Occidente, la operación de comunicación alrededor de Sputnik-v ha sido, en su conjunto, un éxito.
Dado el dominio absoluto de la «gran farmacéutica» occidental, esta situación permitió a Rusia afirmarse de manera muy inesperada como una de las grandes potencias en el campo de las vacunas. Moscú ha logrado así desplegar una verdadera diplomacia de vacunas a nivel mundial. No solo se aprobó el uso de Sputnik-v en más de 70 países, sino que los laboratorios rusos también lograron desarrollar varias otras vacunas contra el coronavirus. El éxito de Sputnik-v ilustra la capacidad de Rusia para seguir innovando en un campo en el que no era necesariamente esperada (aunque cuente con una experiencia larga y rica en el área de las vacunas), gracias a la implementación de nuevos instrumentos para financiar la innovación. De hecho, el financiamiento de la investigación que permitió la creación de Sputnik-v por el laboratorio Gamaleia fue asegurado por el Fondo de Inversión Directa Ruso, que también se encargó de su promoción, seguimiento comercial y logística de exportación. El saber hacer y los contactos políticos y económicos de los que dispone el Fondo fueron un activo muy importante para el laboratorio Gamaleia, que, aunque es reconocido en el campo de las vacunas, no tiene la capacidad ni las competencias para comercializar a nivel internacional.
En julio de 2021, Sputnik-v ya se había exportado a 46 países. Sputnik-v permitió a Rusia posicionarse en el exclusivo club de los grandes exportadores de vacunas: las exportaciones rusas de vacunas crecieron de manera explosiva, pasando de menos de 10 millones de dólares en abril-mayo de 2020 a más de 303 millones durante los primeros cinco meses de 2021. Esta cifra situó a Rusia en el quinto lugar, por detrás de la Unión Europea, China, Estados Unidos e India, cuyos volúmenes de exportación también experimentaron un importante aumento.[11] Aunque Rusia no pudo aprovechar completamente la alta demanda de vacunas contra la Covid-19 debido a sus limitaciones en capacidad de producción, las exportaciones de Sputnik-v alcanzaron más de 1300 millones de dólares en dos años (2020-2022). Si bien esta cifra está muy por debajo de los ingresos logrados por las compañías occidentales, representó un éxito sin precedentes para la industria farmacéutica rusa.

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Para alcanzar este objetivo, Rusia implementó inicialmente una política agresiva de exportación hacia los países europeos que solicitaron su ayuda, como Hungría y Eslovaquia. La interpretación más común en Occidente es que se trataba de una estrategia diplomática destinada a dividir a los países europeos sobre la política de vacunación. No obstante, probablemente también hubo un aspecto comercial igualmente importante, ya que la aprobación y el uso de Sputnik-v por parte de países europeos solo podría haber tenido un impacto positivo en la imagen de la vacuna y aumentar sus posibilidades a nivel internacional. De hecho, esa es la razón por la cual las autoridades rusas destacaron las publicaciones sobre la vacuna en revistas científicas occidentales (Lancet y Nature), cuya validación científica fue un potente medio para dar credibilidad a la vacuna rusa frente, en particular, a una cobertura mediática occidental mayoritariamente desfavorable. En este sentido, el desfase entre las declaraciones escépticas, e incluso abiertamente hostiles, de responsables occidentales y la validación de la eficacia de la vacuna a través de publicaciones científicas occidentales pareció reforzar la tesis del Kremlin de que las élites occidentales transmiten representaciones hostiles hacia Rusia, a las que se denuncia como rusofobia. Pero, en este caso, el desafío también es económico, dado que se trata de un mercado de varios miles de millones de dólares en el que los laboratorios occidentales no desean ver aparecer a un nuevo competidor.
La falta de capacidades de producción ha llevado a Rusia a proponer a los países socios con las competencias necesarias que produzcan Sputnik-v bajo licencia. Así fue como Argentina comenzó la producción en agosto de 2021. En la mayoría de los países, el objetivo es abastecer el mercado nacional, mientras que otros, con capacidades de producción significativas, como India, deberían contribuir a satisfacer la demanda mundial de la vacuna rusa. La descentralización de la producción permite ofrecer a los países socios una cooperación más equilibrada que la simple importación, lo que puede constituir una ventaja para Sputnik-v en comparación con algunas vacunas occidentales. En septiembre de 2021, 14 países habían comenzado a producir la vacuna rusa, principalmente en Asia, América Latina y el extranjero cercano. El mapa de los países que utilizan Sputnik-v dibuja una influencia rusa que se extiende a nivel mundial, desde América Latina hasta Asia, pasando por África y el Medio Oriente. Esto constituye una ilustración adicional del regreso de Rusia a la escena internacional.

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La política de influencia rusa tiene, en primer lugar, una dimensión defensiva. Se trata de preservar la soberanía informativa del país mediante el dominio de las nuevas tecnologías de la información. Desde este punto de vista, Rusia puede jactarse de contar con el raro privilegio de disponer de campeones nacionales capaces de competir con los GAFAM en el mercado interior. El Kremlin se apoya en este conocimiento para llevar a cabo una política ofensiva en el ciberespacio, que, sin embargo, se orienta más hacia la búsqueda del equilibrio de poder que hacia una estrategia de influencia. Esta última, cuya prioridad es Eurasia y el mundo ruso, se expresa de manera más clásica a través de una diplomacia cultural que otorga un papel destacado al deporte y a los medios internacionales. De hecho, el canal RT es probablemente uno de los instrumentos de soft power ruso más conocidos, pero también uno de los más controvertidos en Occidente. Otro motivo de discordia con las élites occidentales es la defensa de los «valores tradicionales», que es un asunto de política interna antes de ser una postura internacional, postura que, por otro lado, es bien recibida en los países emergentes. Finalmente, será la capacidad de Rusia para recuperar su capacidad de innovar lo que probablemente constituya el mejor medio para ampliar su influencia a nivel mundial, como lo demuestra el éxito de Sputnik-v.
Notas:
[1] «Яндекс объявляет финансовые результаты за I квартал 2021 года», Пресс-служба компании Яндекс («Yandex anuncia sus resultados financieros para el primer trimestre de 2021», Servicio de prensa de Yandex), yandex.ru, 28/04/2021.
[2] Морозова Т., «Оборот Wildberries в 2020 году вырос почти вдвое», Ведомости (Morozova T., «El volumen de negocios de Wildberries casi se duplicó en 2020», Vedomosti), vedomosti.ru, 15/01/2021.
[3] Radvanyi J. et Laruelle M., La Russie: entre peurs et défis, París, Armand Colin, 2016, p. 210.
[4] Bertran M.-G., «La recherche d’une souveraineté numérique en Russie: à qui profite-t-elle ?», diploweb.com, 13/06/2021.
[5] Untersinger M., «L’affaire SolarWinds, une des opérations de cyberespionnage “les plus sophistiquées de la décennie”», Le Monde, 27/01/2021.
[6] Gliniasty J. (DE), Géopolitique de la Russie, París, Eyrolles, 2018, p. 89.
[7] Audinet M., «Une diplomatie publique concurrentielle: approche institutionnelle du soft power russe», Regards de l’Observatoire franco-russe, 2018, p. 71.
[8] Schmitz I., «Festival “Quand les Russes”: une programmation bouleversante», lefigaro.fr, 01/07/2021.
[9] Bridge M., «Children’s Show is Propaganda for Putin, Say Critics», thetimes.co.uk, 17/11/2018.
[10] Bacqué R. y Piquard A., «Russia Today France: l’arme du “soft power” russe», lemonde.fr, 06/12/2017.
[11] Левинская А., Ткачёв И., «Таможня зафиксировала резкий рост экспорта вакцин из России», РБК (Levinskaya A. y Tkachev I., «Las aduanas registraron un fuerte aumento de las exportaciones de vacunas rusas», RBC), rbc.ru, 04/08/2021.

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