Para SP en SL, con causas y azares.
Arco,
que parece una palabra en latín.
Un término de ultratumba,
una deidad muerta,
un músculo poco usado o una enfermedad incomún.
Arco,
la gran vértebra del siglo XX que se nos dislocó.
Herradura para espantar apariciones.
Imán como caído del cosmos
en la noche incivil de los desaparecidos cubanos.
Arco,
progenitor de mis propias palabras
ante tu curvatura de contemporáneo.
Sobre el Arco,
el norte manso y benéfico.
Mapamundi de estrellas y constelaciones
con nombre anglo.
Brújula de la victoria para los que llegamos a ti,
ante ti,
huyendo del paraíso terrenal.
Bajo el Arco,
el sur amargado y amable.
Ladrillos que ladran en el downtown de Saint Louis,
crucigramas en cada letra doble del Mississippi.
Arquitectura aburrida,
abortada,
a imitación de tus expedicionarios y linchamientos.
Arco, ábrete.
Letra U invertida,
vocal hambrienta entre cuyos muslos de stainless steel
yo me tiendo ahora como tu penúltimo amante.
Arco, ábreme
con tus tarros enterrados a mitad de exilio.
Hazme flor sobre esta hierba tan norteamericana.
Todo en ti es resplandor,
arco reflejo solar.
Latón de trashman que brilla bajo una luna de tramoya.
Arco,
sin otra dramaturgia que mi memoria,
entre el susto de la democracia y un terror inercial.
Te colmaría de discursos y dinamita,
con el cariño requerido por cualquier Plaza de la Revolución.
Arco, no temas.
Maravilla muda, malabarista.
Arco, témeme.
Violenta vocación de vértigo y vacío.
Arco,
que no significa nada en latín.
Otro término sin etimología,
otro arcaísmo o carcajada.
Coda del corazón de un pueblo perdido
en sus propias parábolas.
Arco,
soñado por un individuo en sus madrugadas con patria.
Nacimos casi juntos,
en una época que nunca iba a pertenecer al pasado.
Pero perteneció.
Allí te vi, Arco,
película futurista en blanco y negro.
Murumaca de grúas y obreros
en mi ciudad homónima,
carente de metro y de sindicatos.
Allí tú me viste, Arco,
en el cataclismo infantil de mis pesadillas.
Temiendo una guerra nuclear
provocada por nuestro imperialismo de escuelita primaria.
Te soñé
antena parabólica para detectar alienígenas.
Tal vez,
tete mojado con café en un hogar de La Habana.
Y fui uno de los 762 mil firmantes de los años 70
que aún pernoctan en la cápsula de tiempo que te corona.
Nacimos casi juntos,
en una época que iba a ser el fin del pasado.
Pero fue sólo su inicio.
Arco,
fuiste tú quien lloró conmigo
abrazado a la mano de una madre cubana
entre los barrotes de mi cuna de contrabando.
Arco,
fui yo quien decapitaba las décadas y la decadencia
de una isla arqueándose en un rompimiento interior,
una caída suave.
Como caen los árboles y los personajes memorables.
Arco atroz.
Arco amor.
Ave, Arco:
no nos dejes sin futuro de nuevo a los inconcebibles cubanos.
© Imagen de portada: Orlando Luis Pardo Lazo.
Pablo Romero
Pablo Romero (Argentina, 1999) es poeta, editor y traductor. Autor de ‘Los días de Babel’ y ‘La jaula del hambre’. Desde el 2019 codirige Aguacero Ediciones, editorial de poesía y traducción.