Osvaldo Sánchez: Matar al último venado


Osvaldo Sánchez.


Hoy miércoles…

ya no seré capaz de lo más relámpago de mi 
corazón

voy a morir 
tengo las manos aburridas
han ido dejando de inocular 
el hilo rojo de esta mujer
las cabezas de los compañeros
las tazas de café con que mi madre pasa hacia 
el verano
he ido dejándolo 
todo
peligrosamente 
casi burocráticamente
uno comienza por descuidar las lámparas
por no dejarse tocar en público los cometas

voy a morir 
de una enfermedad tonta
callando 
con oscuras frases de afecto
bajándome y subiéndome a la gente
sin morderle a nadie el hombro
con una palabra
largamente esperada 
desde niño

voy a morir 
de amor minúsculo
yo 
cobarde 
poniendo cara de feliz
bajo esta ramita de majagua
donde espero la muerte
como un tonto
hoy miércoles.



Naturaleza viva

lugares 
donde el amor nos cuesta
solo 
unos bichitos por la ingle
las semillas de pino que me pasas
cuando vienes 
volteándote desde mi sexo
y unos perros nos miran 
desplegarnos infrarrojos
bajo ese trueno de luz 
que hunde la carretera

en estos lugares
no hay cola 
hasta el escalón del tacto
ni camareros del viejo sistema 
aún
ni timbres para elevarme a todo río por tu
vientre
en sábanas dudosas

solo nuestros cuerpos
sus ruedas infinitas 
fabricando la oscura 
ascensión.



Estos últimos días

estamos lo más cerca posible
los pinos han lanzado sus flechas oscuras sobre 
el agua
yo miro por la ventanilla
el viento mueve un sol 
despacito
apuntando todas las hierbas 
hacia mi corazón
su vidrio 
de estar ahora lo más cerca posible
como si nada
estás sonriendo
a la altura donde el mundo
ha puesto su huevo verde casi paraíso bajo esta 
guagua
no te he dicho nada de tus ojos que hay un 
venado suelto
cuando sonrías no me mires siempre a mí
a mí 
el vino no me va a defender
que hay viento a desnudarse 
la camisa
una disolvencia de montañas en las nubes
una disolvencia de nubes en las montañas
ves 
estamos lo más cerca posible
finjo mirar el frío

son tus rodillas
me has manchado de caballos las rodillas
ay
me va a degollar 
cualquier brizna seca.



Pequeña historia de amor a pesar de

ella en su bote
casi antigua 
con su sombrilla de nubes
ve pasar lentos los peces por el aire
él la mira fijo 
con su guante de médico
porque un botecito puede ser toda la felicidad
(alguien está enseñándote a volar 
sobre los remos)
y se pierden por los espejos más verdes
y ese olor a ventanas que dejan los pinos
seguro estás de blanco
como en la exposición 
(¿te acuerdas?)
y los niños no van a entrar gritando sus 
empuñaduras
y tu madre no le coserá incesantemente el botón
al suicida
y tu marido no te irá a escupir tu concentrado
corazón de pajarito
afuera hay sol
por eso aún remas 
lentamente
esta vez sobre los precipicios cotidianos.



Osvaldo Sánchez.



Declaración política familiar 

Mariel, 1980.

matamos a mi hermana
con un golpe de patria
ahí en la puerta
cómo iba a romper nuestro corazón de cinco 
puntas
cruzando el agua

ella
la que planchaba mi magia de crecer
la de manos perfectas como lo cotidiano

la culpa fue nuestra
la vimos detenerse
decapitarse con el filo derecho que tiene el 
matrimonio
su marido soñaba plataformas de papel de espejo
lluvias de neón
él 
no tenía brazos     
ni bolsillos
y pronunciaba perfectamente        
yellow submarine

tuvimos que matarla
aunque me hacía las maletas
aunque tenía hija y corazón
aunque mi madre llore ahora burguesamente de
espalda a las ventanas

las gavetas están llenas de arena
y en lo que fue
vientos sepias barren y barren
dividiéndola 
a ella
todavía muerta en la puerta de mi casa

hoy hemos puesto la bandera y el televisor
matarla fue difícil
pero sabemos sonreír
claro
diferente que los niños



Matar al último venado

día por oscurecer
si yo guardara mi antigua vibración

ay 
los arqueros están sobre los árboles
atenazando con su ojo terrible
ya mi último venado

los veo
y temo no poder cuidar de los años que fui

estación de la caza y de los que nunca vendrán
y malgasté

no toques ese último venado
detente
quiero todavía su impulso para quebrar los 
ramajes
y abrir mucho los ojos frente a tu corazón
un cualquier y próximo corazón

que ningún estampido desate las magnolias
mi último venado 
verdugo de lo que tengo
por salvar
y por perder

aún puede que vengas
punzando con tu hocico
la silente vibración

venado mío
los arqueros
los arqueros están sobre los árboles.



“Playita 16”, de Zaida del Río.



Playita 16, máscaras doradas

Están abiertas las parihuelas del oro
sobre los adolescentes frívolos,
sobre sus zeppelines verdes,
sobre la corona de aceite
que el verano unge en sus bocas.

No son zíngaros, pero van rapados.
Ellas desatan los hilos infinitos
de sus camisas blancas. Embestir
-es el vuelo del cardíaco- embestir.
15 pulgadas de bíceps
y un extravismo salvaje para cornear el fulgor
en las olas, para cornear a esos que llegan
a tasar al magnífico en las Termas.

Las rubias no tienen hora.
No está el tiempo. ¡Oh, Tutankamón!,
solo cuerpos perfectos dorándose
en manos exactas. Vivir de semen y 
de agua salada es la consigna,
con todas las parihuelas del oro manando,
manando sobre nosotros,
los adolescentes frívolos.

No pienses que tú, el que observa,
sigue siendo el más correcto, el juez.
¡Oh, yo no soy Tutankamón!
Ríete de mí,
pero ya algún día me pedirás esta máscara dorada.



Apuntes para una carta de Paul Rée

Lou Andreas-Salomé:
Aún salimos en parejas.

Desentendido,
un muchacho recoge boliches rojos bajo la lluvia.
Desentendido,
Es agosto y aún puede esperar un día más por la
felicidad.
Desentendido,
lazo de la opinión, a pesar de la norma todo derroche
es posible.

Incomprendidos,
ciegos, recogen boliches rojos bajo la noche.
Incomprendidos,
podrán mutilarse pero esta reunión es para analizar.
Incomprendidos,
sus cuerpos ardientes, perfectos, fugaces, no son máquinas.

Yo te saludo,
Muchacho que recoges boliches rojos bajo la lluvia.
Desentendido,
incomprendidos,
mi corazón no será una ciruela que alguien pueda tragarse.



Infancia

cómo van a poder contigo estos decadentes
cómo van a poder con tus lluvias y mis patines
de agua
con todos los coleópteros
los limones de abuela
en qué espejos vendrán a llevarte
con qué promesa te cortarán los papalotes de luz
ay 
si nos vencen 
infancia
se volarán los amigos
sus alegrías en tiza
sobre las aceras del mundo
no nos importe chocar
y chocar
en tu timón de sueños
hasta el milagro
si habrá hojitas de laurel
cuentos para curarme el amor
repartirnos 
en el único caramelo la ternura
bajo los almendros rojos
deja el aire abierto
el sudor 
el brillo que da perseguir mariposas
mi pandereta de verdades arriba
y esos monstruos no podrán venir
les dejaremos barquitos de papel
a que naufraguen 
sus ácidos
les pintaremos corbatas transparentes y
larguísimas
los volveremos locos






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J. D. Vance, Cristo y la América de Trump, una conversación con Rod Dreher

Por Julian Blum

Para un grupo de conservadores estadounidenses, el hombre providencial para salvar a Estados Unidos no se llama Donald Trump, sino J. D. Vance. Rod Dreher es uno de los amigos más cercanos del vicepresidente de los Estados Unidos.