Esta no es la novela de la Revolución

2.

Amaneció tardísimo. No sólo Orlando Luis, sino Lawton, La Habana, y acaso Cuba completa. 

Era un lunes nórdico, de luz lateral. Blanca, blanquísima. Como leche medio coagulada, al ritmo del frente frío que bajaba desde los Estados Unidos. Luz alucinante, como para volverse loco de insomnio en una islita imaginaria más allá del círculo polar. Una luz alta, muy alta. Casi sin latitud, de tan alta. Luz ingrávida. Y, a la misma vez, tan grave.

Orlando Luis abrió los ojos y se asombró de verlo todo nublado, como los cielos de Cuba a las once y once minutos de la mañana, según el evangelio digital de su radio-reloj Sanyo, estatua sin tiempo en la mesita de noche junto a la cama. Mesita de mediodía, mesita de mediodiciembre, mesita de mediocumpleaños.

La nube en sus ojos estaba hecha no de lagañas, sino de lágrimas. Enzimas y sal a borbotones, manando sin freno desde sus glándulas lagrimales, hasta correrle un tanto ridículamente cara abajo, fregándole sus cachetes, labios, y barba. Se sentía incluso el pecho mojado. Las tetillas húmedas, como de madre lactante a la que se le ha muerto el bebé en el parto. O como si se lo hubiera arrebatado el Estado.

Orlando Luis estaba llorando y no podía dejar de seguir llorando. Sin motivo. Sin angustia. Sin memoria. Un llanto espontáneo, al natural. Impredecible, inverosímil. Como cuenta él mismo que lloró, frente al espejo del baño, mientras se afeitaba, el general Raúl Castro en 1989, a punto de mandar a matar a sus más fieles compañeros de armas. Aquel verano fratricida. Un llanto, también, inevitable. Como si llorar fuera la única condición concebible para amanecer en el siglo XXI cubano. 

Oyó las voces de sus vecinos de toda la vida. Muchos de ellos vivían, de hecho, metidos dentro de su propia casa. La de él, la de Orlando Luis Pardo Lazo. Se colaban, sin necesidad de pedir permiso, hasta la cocina y el baño y más allá, revoloteando como mascotas en el patiecito de tierra donde su perrita parida ladraba desde muy temprano, hambrienta de abrazos más que de huesos y piltrafas. Dudi, Dudiñol, Dudinetti, Dudinowsky. Cualquier nombre que empezara con Dudi le servía para llamarla, siempre que fuera un nombre de raíz foránea. 

Después de cuatro décadas de comunión, qué otra cosa se podía esperar de un barrio, pensó. Sus vecinos eran más que familia. Uña y carne. Lo mismo con lo mismo. Compañeros de una sola biografía, pero escrita a catorce o cuarenta o cuatrocientas manos. Ya no eran vecinos. Ni prójimos, esa obsoleta palabra. Ahora se habían convertido en contemporáneos, algo que la mayoría de las personas en este planeta nace y muere sin entender de qué se trata. 

Compartir un tiempo. Dar testimonio mutuo. Nacer y morir a la vista del otro, sabiendo al menos de lo que no se trata. Si la Revolución Cubana había triunfado en algo, debía de ser en eso: imponer la paz espiritual que brota de toda ilusión común, desterrar a la fuerza la pena de nuestra ancestral soledad humana, y, de no ser mucho pedir, compartir cada acto con una sonrisa de inocencia infantilizada.

Abrir los párpados. Risas, lágrimas. Su visión igual de nublada, en una isla tropical que juega a imitar un clima templado. Temperaturas de importación, atmósfera de mentiritas. 

Abrir las persianas. Nuevo año de 1959, fin de año de 2012. Imposible distinguir. Toda historia cíclica es un holocausto. Trató, pero no consiguió alegrarse mucho de no haber amanecido muerto en su cumpleaños. Vivir siempre, vivir todavía. 

Entonces el timbre del teléfono partió en dos la modorra mitad filosófica y mitad plañidera de su habitación.

Orlando Luis oyó a la voz vernácula de la vecina Micaela responder. Por sus tartamudeos aterrorizados de mulatica criolla, comprendió que obviamente se trataba de una agencia de prensa extranjera la que lo llamaba. Larga distancia. Radio Martí o NTN24. Con suerte, Don José María Ballester de La Gaceta Intereconomía. 

En cualquier caso, querrían una entrevista con él sobre el Día Internacional de los Derechos en la Cuba de Castro. Diez de diciembre. Fecha de arrestos llamados arbitrarios, con pancarticas ripiadas por el populacho. Otro lunes de carros patrulleros y reportes de represión vía telefónica con la prensa no cubana. Mientras él recién se despertaba aniversariamente llorando.

―Mica ―Orlando Luis le gritó a su vecina desde la cama, sin importarle que pudieran oír su grito al otro lado de la línea, en la redacción periodística de La Gaceta Intereconomía, NTN24 o Radio Martí―, diles que me mataron, por favor. Diles que ya me fui del país.




Librería



Mis felicitaciones a este bloguero ripioso sin ningún talento, el Gran O, por el tan cacareado lanzamiento de su nuevo libro…
Donald J. Trump, @realDonaldTrump




Esta no es la novela de la Revolución - Orlando Luis Pardo Lazo - Capítulo 1

Esta no es la novela de la Revolución

Orlando Luis Pardo Lazo

Capítulo 1
Novela por entregas:
“Le daba grima pensar en las hipócritas necrológicas online que después le dedicarían Yoani Sánchez y Dagoberto Valdés, por ejemplo. No quería verse convertido en otro mártir de mentiritas o en el nombre de una ONG en Washington DC que fuera a patrocinar el concurso cívico Orlando Luis Pardo Lazo in memoriam, con fondos del Departamento de Estado”.