Inspirado en Fidel Castro y en el glorioso asalto al cuartel Moncada, yo había reunido a 30 socios para asaltar la estación policial de la calle Zanja. Lo hicimos, de paso, en la madrugada del 26 de julio, para darle un toque poético al asunto. Con algunas pistolas que compramos a los guapos y a los pandilleros de Centro Habana.
Por si no lo sabes, esta estación no queda sobre Zanja sino sobre Dragones, porque ahí la calle se bifurca. La corta un parquecito que solía estar lleno de niños todo el día, porque hay escuelas cerca. En ese parque se sienta la gente a esperar el permiso para ver a sus detenidos, o a esperar que los suelten. Ahí mismo parquean las patrullas.
Si te paras en el parque, de frente a la estación, hay una cancha de básquet a tu izquierda, una gasolinera a tu espalda y edificios a tu derecha. Algunas pizzerías y edificios a punto de derrumbarse, donde vive gente. El Barrio Chino queda a pocas cuadras.
Según el plan, a mi amigo Abelito le tocaba tomar el edificio que hace esquina en Zanja y Escobar, desde donde se puede disparar cómodamente hacia la estación. Abelito haría eso junto a otros cinco tipos.
Michael estaría con otros cinco en la cancha de básquet de la calle Lealtad, que está bordeada por un muro. Desde allí cubrirían un buen flanco.
Yo y otros siete estaríamos en el parque, de frente a la caliente, disparando desde el suelo o desde atrás de las matas.
Yosvani comandaba un grupo de diez, que tenía la misión de cruzar el muro lateral del cuartel, que da al parqueo, para una vez adentro entrarle a tiros a todo el que se moviera. Mientras tanto, el piquete de Abelito, el de Michael y el mío, irían avanzando poco a poco hasta entrar por el frente y tomar el sitio.
El objetivo era hacer prisioneros para cambiar por champú y por aceite. Y negociar la entrega pacífica de la estación a cambio de tarjetas con mucha, mucha, mucha moneda libremente convertible.
Michael quería un avión para irse, pero como más nadie quería irse, descartamos la idea.
Suponiendo que saliera mal la cosa, cuadramos de antemano a quiénes les tocaba correr para el Vedado, a quiénes les tocaba Habana Vieja y a quiénes el Malecón. Escondimos maletines con ropa en puntos estratégicos, para cambiarnos. Nadie conocería nuestras caras porque andaríamos con nasobuco.
Estuvimos un mes planificándolo.
La mañana del 25 de julio nos sentamos en casa de Yosvani, ahí en Los Sitios, y yo leí en voz alta La historia me absolverá:
“Solo quien haya sido herido tan hondo, y haya visto tan desesperada la patria y envilecida la justicia, puede hablar en una ocasión como esta con palabras que sean sangre del corazón y entrañas de la verdad”.
“No importa que los valientes y dignos jóvenes hayan sido condenados, si mañana el pueblo condenará al dictador y a sus crueles esbirros”.
—¡Fidel era un animal! —dijo Yosvani. Y yo expliqué que el Comandante en Jefe era el autor intelectual de nuestro golpe, igual que Martí fue el autor intelectual de lo del Moncada.
Repasamos la Cuba de 1953, los seis problemas que Fidel planteaba: tierra, industrialización, vivienda, desempleo, educación y salud.
No nos metimos demasiado en la Cuba del 2020, porque de todos modos no queríamos tumbar al gobierno para ponernos nosotros.
Les dije:
—Están a tiempo de decidirse. Los que estén determinados a ir, que lo digan ahora.
Hubo cuatro que se echaron para atrás y los mandé para sus casas.
A los demás les dije:
—La consigna es no matar sino por necesidad.
Enfaticé eso último: un muerto más es un pomo de champú menos. Esto les dio conciencia.
Michael sacó unos tacos de marihuana y nos los fumamos. Teníamos buen ánimo. Pero la madrugada fue un desastre.
Metimos cuatro tiros a lo loco y después se armó la gorda. Salieron de la nada los boinas negras y los Power Rangers, y nos cogieron a todos.
La mañana del 26 de julio éramos noticia en las redes sociales.
“Asaltan estación de policías en Centro Habana”, decían las portadas de los medios de prensa independientes.
No había certezas, solo rumores.
A Jorge Enrique Rodríguez, reportero de Diario de Cuba, le rompieron la cámara en la estación de Zanja en las primeras horas de la mañana. El diario publicó: “Lamentamos no poder ofrecer a los lectores una información gráfica más completa de los dolorosos sucesos de hoy”.
Como era domingo, no circuló el Granma, pero el lunes se publicó en su portada algo sobre un encuentro de líderes en el Foro de São Paulo.
El lunes no circuló Juventud Rebelde. Salió el martes, con la lucha de los pueblos de América en el Foro de São Paulo.
La joven escritora Martica Minipunto, testigo de los acontecimientos en la estación, comenzó un reportaje sobre el tema, que luego sería censurado.
La mañana del domingo, desde la celda, pensaba en mi Facebook partido en likes. Tenía más ganas de revisar el móvil que de fumar.
En realidad, nadie sabía quién era el cabecilla de la escaramuza, así que mi Facebook debía estar tan aburrido como siempre. Aquella sensación era solo mi ego, y el berro por que salieran mal las cosas. Era yo buscando una manera de convertir el revés en victoria.
Mi socio el abogado Eloy Viera me había advertido que era una locura: “un delito clarísimo de rebelión”. Artículo 98 del Código Penal:
1. Incurre en sanción de privación de libertad de diez a veinte años o muerte el que se alce en armas para conseguir por la fuerza alguno de los fines siguientes:
a) impedir en todo o en parte, aunque sea temporalmente, a los órganos superiores del Estado y del Gobierno, el ejercicio de sus funciones;
b) cambiar el régimen económico, político y social del Estado socialista;
c) cambiar, total o parcialmente, la Constitución o la forma de Gobierno por ella establecida.
Esto es así desde 1987. Cuando el Moncada, funcionaban otras leyes. El Artículo 148 del Código de Defensa Social pedía de tres a diez años de cárcel al autor de un hecho dirigido a promover un alzamiento armado contra los Poderes Constitucionales del Estado. “La sanción será de privación de libertad de cinco a veinte años si se llevase a efecto la insurrección”. Pero Batista había entrado al poder por la fuerza, así que su gobierno no respondía a las lógicas constitucionales.
Este gobierno sí responde a todo, porque se encargó de hacerlo. Y en 2019 se encargó de garantizar su eternidad constitucional.
Por eso, se me ocurrió bajarle dos rayitas al canal politiquero. Que el asalto estuviera inspirado en el Moncada, pero que se pareciera más a La casa de papel. Y caerle bien al pueblo por la empatía que genera David cada vez que enfrenta a Goliat.
Pero la cosa salió mal. No hubo muertos en ninguno de los bandos, y los prisioneros fuimos nosotros. Nadie da un pomo de aceite por nosotros. No hubo ni heridos. Dos o tres balas quedaron incrustadas en la pared frontal de la estación. Por su magistral trabajo, los Power Rangers que nos capturaron recibieron honores militares.
Al penco de Michael lo amenazaron con lo de la marihuana y me deschavó: dijo que yo era el jefe.
El día 29 de julio apareció en Tribuna de La Habana una foto mía de adolescente con el título: “Principal acusado”. A columna completa. El pie de foto decía: “A este joven se le acusa de haber dirigido el trágico y loco ataque a la estación de Zanja”.
Por suerte me aislaron en una celda. Si a estos negritos les da por acordarse de que ahora están presos por mi culpa, me revientan la vida.
Y encima no hice ni un alegato histórico. El juez y los periódicos y casi todo el mundo dijo que yo era malo. Un mal orador y una mala persona. Como si todos ellos fueran buenos.
Microfonito me genera ansiedad
Yo vivo en un torbellino de emociones diarias… Los perros me causan ansiedad, las videollamadas me causan ansiedad, los videos de casas bonitas me causan ansiedad, mis padres me causan ansiedad, Cuba me causa ansiedad.