Hace un par de días asaltaron a una compañera. Estaba llegando a su casa y un hombre apareció de la nada con una pistola. Le dijo: dame el celular y el monedero. Mi compañera no se resistió. Le dio su celular y le dio su monedero.
Creo que el ladrón esperaba más resistencia, ya estaba listo para golpear a alguien con la culata. Mi compañera, al no decir nada, impidió que se propiciara ese momento. Pero el ladrón no se iba a quedar con los deseos. O por lo menos, ese ladrón armado no se iba a quedar con los deseos. Le metió un golpe en las costillas a mi compañera. La tumbó. Luego se fue caminando, dice ella, bastante tranquilo.
Mi compañera me contó todo esto tres días después, cuando consiguió un nuevo celular. Me comentó que el dolor en las costillas era tan fuerte que estuvo un buen rato sin poder levantarse de la acera. Como no tenía cartera no pudo llamar a un taxi, así que después de que se le pasó el dolor, fue caminando hasta su casa.
Cuando terminó de hacerme la historia, yo no pude evitar preguntarle que por qué no había pedido ayuda en la calle. A cualquiera. Eran las tres de la tarde. La acera tenía más personas. Cualquiera la hubiese podido ayudar, por lo menos a levantarse y a llamar un taxi.
Su respuesta fue bastante contundente: Amanda, hoy en día nadie pide ayuda, a no ser que seas un mendigo.
Y es cierto: nadie pide ayuda, a no ser que seas un mendigo.
Por lo menos, frente a frente, nadie pide ayuda, a no ser que seas un mendigo.
Hace mucho tiempo nadie me pide ayuda frente a frente. O casi nadie. Y acá entiendo por ayuda que alguien específico me contacte a mí para que yo, alguien específico, lo ayude con algo. Una ayuda de dos seres específicos, en un momento específico, que necesitan el uno del otro. Esto se expande, claro está, a un colectivo de personas.
También entiendo por ayuda el sacrificio por el otro, un sacrificio real, en caso de que haga falta. Si a mi compañera la están robando, al menos grito, a expensas de que el ladrón me vea. Si encuentro a mi compañera en el piso, con dolor en las costillas, intento levantarla aunque yo no tenga la fuerza suficiente.
Ahora bien, siempre he considerado que el sacrificio no es un acto totalmente desinteresado. Para mí, el sacrificio es un dando y dando. Yo ayudo a mi compañera a levantarse, yo ayudo a mi compañera gritando. A cambio, mínimo, tendré la gratitud momentánea (o para toda la vida) de mi compañera.
Es decir: algo en mí se esforzó, se sofocó en pos de recibir algo por parte del otro. Una especie de retribución merecida (de índole material o espiritual) tras contribuir a algo. Porque los seres humanos de vez en cuando somos buena onda, pero no más que eso. El sentido de humanidad por el otro no es más que un consenso social. No es algo que realmente se sienta, a no ser que te alimente el ego (o el espíritu, que suena más bonito).
Pero bueno, para no desviarme más: el punto es que, hasta cierto momento de la vida, para mí ayudar significaba eso. Tenía un carácter personal, físico, carnal. Cuando la propia existencia era más pesada, ayudar a alguien requería contundencia. Pero actualmente la existencia es tan liviana, la materialidad es tan liviana, las acciones son tan líquidas y el ego tan fluctuante, que este sentimiento de ligereza se expande a todas las áreas de la realidad.
Entonces, actualmente la forma más efectiva de pedir ayuda es a través de las redes sociales. Twitter, Instagram, Facebook, TikTok, Messenger, WhatsApp, Patreon, e-mails, donaciones por PayPal… La cosa es rápida. Solo hay que escribir, o mandar un video, o poner una foto con un texto y pedir ayuda. Y ahí comienzan a aparecer. Hagan ese experimento: suban algo, solo con la palabra ayuda…
Este tipo de ayuda se traduce en shares y shares. También se traduce el likes y likes fluctuantes entre me encorazona, o me enoja, o me entristece. Algunas veces se traduce en depósitos, si fuera el caso.
Otra parte importante de esta ayuda es, precisamente, que contribuye a visibilizar el problema o la necesidad. Compartir es difundir, es dar a conocer. Y también, por qué no, algunas veces contribuye a hacer viral, a hacer famoso, a quien pide ayuda. Y, a lo mejor, al que comparte le toca un poquito de esa popularidad. Todo en uno. Todo logrado en pocas horas, desde tu conexión a Internet.
¡Es maravilloso!
Por el lado de quien ayuda, todo es una maravilla también. Abres tu Twitter, o tu Instagram, o tu Facebook, o tu TikTok, o tu Messenger, o tu WhatsApp, o cualquier otra plataforma informativa. Te enteras de lo que está ocurriendo y de la ayuda que están pidiendo. Te asombras, te conmueves, te enojas, te entristeces, te encorazonas: ese es el primer paso para ofrecer ayuda. Luego, en dependencia de lo que aplique, compartes, retuiteas, dejas un comentario profundo en la plataforma informativa. Por último, si aplica, haces alguna donación o depósito. Y ya. Has ayudado a alguien, lo mismo en China que en las Islas Papúas.
Me encorazona.
Una de mis ayudas favoritas, actualmente, son aquellas que te llegan por el día del cumpleaños de otra persona: “Mariquita cumple años hoy, y como regalo le gustaría que donaras para la multinacional que ayuda a los niños en África, o para la multinacional que ayuda a los niños con cáncer, o para la multinacional que ayuda a los cojos”.
Hay todo tipo de multinacionales que ayudan…
Asimismo, me gustan mucho los pasos para ayudar a un negocio local: o compras, o compartes en tus redes, o le das guardar a la publicación, porque eso contribuye a que tenga más peso y, en algunos casos, se monetice. Superrápido puedo ayudar a alguien.
Dentro del ámbito político, o del activismo social, es igualmente fascinante. Haces un video, escribes un manifiesto o una carta abierta, o alguien sube un video donde te etiquetan. Siempre pidiendo ayuda, claro; siempre molesto, claro; siempre sufriendo contestatariamente, claro. Hay que llegar al corazón digital de los demás.
Entonces a mí me llegan todas esas cosas y, rápidamente, sigo el protocolo anterior: pongo el sentimiento que me inunda desde mi casa, comparto la publicación desde mi casa, comento la publicación desde mi casa.
Desde mi casa. Desde mi casa.
O desde cualquier lugar en donde esté. Yo siempre tengo datos…
Al paso que vamos, con estas dinámicas de ayuda tan rápidas, vamos a salvar al planeta de todo lo que es malo. También el sentido de humanidad, bajo estadísticas formales, va a aumentar enormemente. La mayor parte de la población mundial (al menos la occidental) va a ser una sociedad muy preocupada por el otro, debido a sus altos índices (en redes) de compartir, comentar, donar… Ya no habrá crisis del humanismo.
La liquidez, la levedad de la existencia actual, como dije, inunda y modifica la idea de ayuda sacrificial, donde uno se esfuerza para ayudar al otro y, al final, gracias a ese esfuerzo, obtiene algo a cambio. Hoy en día, debido a nuestras dinámicas, hemos reducido los niveles de sacrificio y también hemos modificado las expectativas de reconocimiento que buscamos.
El esfuerzo físico que podría implicar ayudar a alguien se reduce a una molestia en el dedo gordo, por la utilización del celular; o en dolor de espalda, si estás frente al ordenador y por ese medio es que ayudas y ayudas a los demás. Como reconocimiento a nuestra ayuda, obtenemos también cosas más rápidas: un me encorazona, o una etiqueta en una publicación, o ser un fan destacado de una página, o un cosmético gratis.
Y si estás de supersuerte, podrías encontrar trabajo. ¡Sí, trabajo! Yo he encontrado trabajo así. Ante la idea pasada de solo encontrar trabajo si sales a buscarlo, las posibilidades se cuatriplican.
Igual se puede ser un héroe desconocido. El héroe misterioso de las redes. Yo, Amanda, puedo ser Batman. Puedo ayudar a los buenos compartiendo, donando, dando like desde perfiles falsos, y puedo destruir a los malos con mis potentes comentarios, o haciendo memes bien perros burlándome, o denunciando sus cuentas.
Todo con mis dispositivos móviles, todo con mi Internet, todo con mis datos.
Me encorazona.
Ahora bien, mi situación actual es que prácticamente ya no sé cómo ayudar de otra forma. Obviando cuando le doy dinero a los mendigos (como diría mi compañera), o cuando les regalo comida, ya no sé cómo ayudar a alguien que no sea de manera digital.
De hecho, voy a preguntarle a un mendigo, a ver qué me dice.
No he visto a muchos con un celular.
No he visto a muchos ayudando a otros bajo este nuevo estilo. La última vez que un mendigo me ayudó fue en París. Me cargó el equipaje para entrar al metro, y me regaló un cigarro.
XXX
“¡Contrarrevolución!”, gritó. “No, no. Estamos haciendo una obra de teatro”. “¿Con qué permiso?” “Bueno, con ninguno”. “¿Ustedes son del CNAE?”. “No sé qué es eso”. “¡Contrarrevolución!”. “No, señor, es teatro. Mire el guion”. “¡Contrarrevolución y pornografía!”. El tipo dijo algo de un tal Decreto Ley 349.