Abracemos el contagio, convirtámonos en ese elemento subversivo en el paisaje social que poco a poco lo corroe y lo transforma.
Convirtámonos en ese mendigo que nos repugna en la esquina del café, la plaza o el parque, y que preferiríamos se lo llevaran, lo desaparecieran, para no tener que pretender que no lo vimos, que no existe.
Convirtámonos en esa grieta en el tableu vivant del día a día que eventualmente terminará corrompiéndolo y desfigurándolo.
Convirtámonos en ese pariente retrasado, borracho o loco al que nadie invita a la fiesta y que a todo el mundo incomoda si de pronto se aparece.
Convirtámonos en ese trans que cuando pasea a la luz del día pone en jaque la virilidad y la feminidad, la heterosexualidad y la homosexualidad de todos los que encuentra a su paso.
Convirtámonos en ese pasajero con piel oscura, con velo o con barba, al que detienen en el aeropuerto porque representa una amenaza para la seguridad de todos los ciudadanos.
Convirtámonos todos ahora en la amenaza, que nuestros cuerpos se conviertan ahora en las propias bombas, que nuestras venas se conviertan ahora en los conductos y nuestra sangre en la dinamita, que nuestra propia respiración se convierta en lo que activa el mecanismo detonante.
Convirtámonos en ese migrante que pone en jaque la identidad y los valores de toda la comunidad que se ve forzada a recibirlo.
Pongamos en jaque al régimen epistemológico con sus sistemas médico-legales basados en taxonomías heteronormativamente sexualizadas y colonialmente racializadas.
Dejemos de ser chinos, italianos, españoles, franceses, cubanos, sudafricanos, rusos, portugueses, mexicanos, sirios, turcos, filipinos, ingleses, blancos, rubios, negros, indios, orientales, gitanos, mujeres, hombres, niños, ancianos, deficientes, discapacitados, ricos, pobres, burgueses, proletarios, empresarios, obreros, explotados, heterosexuales, homosexuales, bisexuales, transexuales, trabajadores sexuales, ultras, fachas, rojos, demócratas, republicanos, cristianos, musulmanes, ortodoxos, radicales, progresistas, separatistas, independentistas, monárquicos, nacionalistas, patriotas, disidentes, opositores, negacionistas, nativos, migrantes, refugiados, turistas, animalistas, feministas, defensores de los derechos, humanos.
Y convirtámonos solo en los infectados. Convirtámonos en una marea virulenta rebosante de infección.
Convirtámonos en esa anciana que se salta el confinamiento para llevarle el speed a la nieta, esa anciana a la que la policía en primera instancia no cree porque es una señora y de la tercera edad, pero que a mucha insistencia la policía requisa y la señora entonces se levanta la falda y les grita “por qué no revisan aquí también”, obligando así a la policía a detenerla bajo acusación de tres delitos: movilidad ilegal, posesión de drogas y realización de actos obscenos.
Saltémonos todos el confinamiento, tomémonos todo el speed que encontremos y practiquemos cuantos actos obscenos seamos capaces de imaginar.
Convirtámonos en esa señora portadora del virus que escupe en la cara de la policía que intenta llevarla al hospital.
Escupamos en la cara del necropoder que prescribe, monitorea y controla todos nuestros movimientos, nuestro repertorio gestual, nuestra imagen, nuestros fluidos, nuestros pensamientos y nuestros afectos.
Pongamos en jaque a los Estados Nación con sus sistemas médico-económicos basados únicamente en la capacidad de producción y re-producción de los cuerpos.
Convirtámonos en esos frikis haciendo el amor para conseguir su boleto al paraíso, pero no nos vayamos al paraíso, no nos vayamos al hospital ni al sanatorio, quedémonos en la tierra y sigamos haciendo el amor yermo, infértil, enfermo y baldío.
Convirtámonos en los dueños de nuestra enfermedad y nuestra muerte. Pongamos en jaque no a la vida, sino a la extensión médica de la vida.
Convirtámonos en el virus que constantemente muta y deviene.
Mutemos. Devengamos.
Abracemos el contagio y confirmemos de una vez que estamos vivos.
Circunloquio sobre la hija del carpintero
Alguien podría decir: he aquí una más de los que quieren hacerse un nombre a costa de nombrar a los que ya se han ganado el suyo. Pero se equivocan. Nosotros no queremos un nombre: los queremos todos y al mismo tiempo. Queremos ver arder el Kempinskicomo vimos arder Notre Dame. Somos las hijas putas que parió la mujer del carpintero.