La cosa está en candela en La Habana y en to’s la’os. Y aquí estamos, repitiendo que “batear es una ciencia, pichear es un arte y el béisbol es un deporte de probabilidades”.
Ese mantra tan simple y tan complejo pareciera resumir la pelota, estar en la biblia del juego. Pero luego el absurdo lanza su recta de 8 costuras, el surrealismo de poner el bate saca un fly enorme que la realidad captura a mano limpia sobre la cerca. El dios que se divierte debe ser uno de los millones de espectadores del Clásico Mundial de Béisbol (WBC), el mayor evento beisbolero a nivel de selecciones que existe; si no, de qué manera Cuba y Estados Unidos están a solos horas de protagonizar en Miami la primera semifinal. Si antes del inicio era remoto, lo que ha sucedido una vez comenzado el torneo para que esto ocurra demuestra, al menos, que arriba no se andan con dados. Lo que ha pasado, ni el azar lo imaginaba.
Para llegar a Miami los cubanos han tenido que partir primero a Uruguay, a Argentina, a Colombia, Venezuela. Han tenido que cruzar la selva del Darién, bordear Panamá en una lancha, montarse en un camión en Costa Rica. Otros han podido empezar la travesía en Nicaragua, en Guatemala. Los más afortunados directo a México; los más temerarios, directo a los cayos de la Florida en una balsa. Otros fueron primero a Rusia, a Serbia, incluso a España, como trampolín. Cualquier lugar de América Latina o de Europa parecía válido.
Pero ninguno, al menos que se sepa, había empezado por la isla de Taiwán su arriesgada trayectoria: alejarse más 20 horas en avión con el único objetivo de llegar a 45 minutos de La Habana. El viaje más largo y absurdo posible, y también el menos complicado. Así lo quisieron los organizadores del WBC 2023. El imán del exilio y de la diáspora cubana se convertía en el del equipo nacional de béisbol.
Como todo trayecto hacia una meta incierta, al inicio hubo decepción, el rápido regreso a la Isla parecía más seguro que aplicar en enero al parole humanitario. Luego ocurrió un milagro más improbable que ver a un lanzador tirar dos juegos perfectos de manera consecutiva: 5 resultados y marcadores favorables se combinaron para que Cuba concluyera primera de grupo. Incluidos dos triunfos propios. Brujería, predestinación, locura, ya no se sabe; la Machi pidió babalaos y cascarilla. La única certeza es que los jugadores reaccionaron como quien se juega la vida y no le queda más remedio que divertirse.
Al final es un juego. Es más que juego, pero es un juego. Y en ese punto entre saber cuándo relajarse y cuándo contraerse, el pequeño segundo que te lleva del ponche al jonrón, que te monta rumbo a Japón o de regreso a casa, surgió el equipo. No importa cuánto tiempo de entrenamiento o de choques previos. Ahí surgió, exactamente, de manera imprecisable, el primer equipo Cuba después del triunfo de la Revolución que cuenta con peloteros que no pertenecen a la Federación Cubana de Béisbol (FCB), que no responden directamente a las instituciones cubanas sino a organizaciones del circuito MLB: 10 de los 30 jugadores, cumplen esta condición. Normal para el resto del mundo y anormal hasta este 2023 para Cuba.
En cada transmisión de los partidos de la escuadra antillana, la producción hecha por WBC y Fox coloca una tabla con una lista de jugadores nacidos en Cuba que se desempeñan en MLB y no forman parte de la selección. Ahí están los excluidos por haber abandonado la selección en algún evento internacional, están los que fueron llamados y se negaron a asistir, y están los que nunca les preguntaron su parecer. Esa mezcla donde hubo traidores y desertores, según la nomenclatura oficial, se ha recompuesto ayer mismo. Desde Miami, el presidente de la FCB llama “indisciplinados” a los que abandonaron la delegación. Llama el diario Granma en su sección de deportes a la unión de la familia beisbolera sin importar el pensamiento de cada cual y bajo el absoluto respeto.
Lo que ha generado este equipo es otra recta dura a la sutil o aparente desideologización que, más que en discurso oficial y oficialista, se observa en acciones económicas, sociales y políticas en el país. Un discurso oficial que aprovecha los entre innings para hacer propaganda del “eso electoral” que ocurrirá el 26 de marzo y se apropia de la denominación del “Team Asere”, el mote del equipo Cuba que comenzó como un meme y se hizo trending en redes.
Hay quienes lo califican de vulgar por la connotación racial y abakuá del término; otros, claman por la penetración cultura del uso de team y al parecer sufren terrible amnesia: en épocas en que cualquier curva era diversionismo ideológico al combinado nacional se le conocía como “Team Cuba”.
El Team Asere, por otra parte, viene a insertarnos en la dinámica de cómo exteriorizan la pelota los equipos latinos en el Clásico Mundial con jugadores del circuito de ligas invernales del caribe y de MLB. Jugadores que, debido a la pequeña apertura, ya podemos tener en nuestras filas. Por ejemplo, Puerto Rico es el “Team Rubio” y todos los integrantes se tiñen de ese color el pelo; Republica Dominicana es el “plátano power”, cuyo origen pudiera estar en el plátano de la suerte que utilizaba su estelar cerrador del WBC 2013, Fernando Rodney; Venezuela, por su parte, es Team Arepa, por su plato tradicional.
Estos cubanos, quizá por accidente y parafraseando al filósofo Alfredito Rodríguez, tienen un nombre que se lo ganan muy bien ganado. Son los aseres que ya la RAE acepta como amigos, colegas, socios, son los tipos chéveres y simpáticos como lo puede ser cualquier cubano de a pie. No son apáticos más allá de las caras largas del cuerpo técnico en el dugout cada vez que los rivales anotan, al menos una carrera. Hay una integración armónica entre cubanos que ya han ganado, y algunos seguirán ganando, millones en MLB, cubanos con contratos medianos en ligas del Caribe y cubanos con salarios de Serie Nacional. Es una relación fraternal entre cubanos, sin más, en un club house y un terreno de pelota. Una compenetración mediada por el objetivo: Miami (semifinales y finales del evento), que con las dos primeras derrotas fue cuestionada por los ultraconservadores de la Isla y ahora, con las tres últimas victorias, por los ultra conservadores del exilio.
En el equipo de Fidel Castro el tratamiento a los atletas que emigraban por cualquier vía de Cuba era el “no los queremos, no los necesitamos” y el recibimiento en Miami a este conjunto integrado es el de “no los queremos, no los aceptamos”. Para unos es el equipo de los esclavos del capitalismo; para otros, el de los esclavos del comunismo. Como un pícher y un cácher que intercambian roles durante cada bateador.
No hay nada más politizado en Cuba que el béisbol. Ahí está Díaz-Canel en los entrenamientos, haciendo campaña política con las victorias. Que los peloteros son cómplices en cierto sentido de todo esto, seguramente; como la mayoría de las personas que vivimos en Cuba y no nos inmolamos mientras sufrimos lo mismo que pueden sufrir los que viven aquí. Que algunas de sus actitudes pueden molestar a un sector de la población, también; pero lo de ellos es jugar pelota.
El Clásico Mundial es la aspiración máxima de la mayoría de los países que aman el béisbol. Y si para representar a Cuba —y también a sus instituciones— el precio que había que pagar era hacer concesiones, cada cual tomó su decisión libremente. Igualar Cuba y pelota cubana a gobierno/Estado/Partido/ Revolución es caer en el terreno empantanado en el que juega desde 1959 la comunicación política del poder en Cuba.
En unas horas tendremos el partido más importante para la pelota nacional desde la final de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 y el de mayor trascendencia cualitativa desde que discutimos la final del primer Clásico Mundial ante Japón en 2006. Para regresar a estos escenarios algo ha tenido que cambiar en la política cubana —aunque para sus adentros con Lampedussa no cambie nada— respecto al béisbol y a un poco más. Lento, corto, injusto, obligado por las circunstancias, pero ha generado en un sector importante de la población cubana dispersa en todo el mundo un sentimiento nacional que debería estar por encima de cualquier cuestión política.
En unas horas es el gran clásico de fútbol Real Madrid-Barcelona; pero a los cubanos hace días se les olvidó eso. Hoy es el juego del Clásico, lo primero es un entrante —que puede causarle indigestión a algunos fanáticos, depende el resultado.
Cuba, por nómina y por lo hecho en el evento, resulta inferior frente a la súper alineación de Estados Unidos. Sin embargo, el Team USA no cuenta con varias de sus estrellas del picheo y por las limitaciones de las organizaciones de grandes ligas a los lanzadores que integran el conjunto —no pueden actuar dos días seguidos— hay esperanza para la Isla. Una Cuba de suerte, de aché —al menos en los diamantes—, que no se juega nada porque ya quedar entre los 4 primeros es un triunfo.
Nuestro abridor será el guantanamero Roenis Elías, zurdo que pertenece a los Iowa Cubs. De ese brazo cuelga Cuba; como de los maderos de —entre otros— Luis Robert, Yoan Moncada —ambos de los White Sox de Chicago— y Alfredo Despaigne —contratado en Japón por la FCB hasta la pasada temporada.
Que vengan los carteles, los mensajes de protestas de quien lo desee; pero no dejen que les “roben las ganas de amor” por el equipo. Aunque desear el triunfo del rival de turno sería lo fácil y, quizá hasta para algunos, lo justo… Aunque todos te roben todo, algo queda. Algo se fractura para bien, ¿no?
“Dímelo todo, sácalo todo, pero que nadie hable más alto, nadie tiene toda la verdad… que aunque no resuelva nada, mira el gustico que da”. Y ná’, a formar la guarapachanga en el LoanDepot Park, en el parqueo del Latino o en un bar de Barcelona, porque Asere, qué bolá…