Entre 1996 y 2006, pensadoras y pensadores reunidos en torno a la revista Encuentro de la Cultura Cubana, desde diferentes áreas de conocimiento y en varios casos en más de un artículo, produjeron un corpus textual en el que discutieron el contexto cubano como sistema totalitario.
Agnes Heller, Antonio Elorza, Eusebio Mujal-León, Enrique Patterson, Jaime Suchliki, Jesús Díaz, Jesús J. Barquet, Jorge Domínguez, Jorge Saavedra, Juan Antonio Blanco, Madeline Cámara, Manuel Díaz Martínez, Rafael E. Saumell, Rafael Rojas, Roberto Jiménez, Vicente Echerri y Vesna Pusic, promovieron nociones —que no epítetos— como Estado totalitario, autocracia totalitaria, orden totalitario comunista, totalitarismo marxista, totalitarismo socialista, totalitarismo castrista y régimen carismático postotalitario.
Durante esta primera década de actividad de Encuentro…, y reflexionando sobre Cuba paralelamente a los colegas que publicaban en esta revista, quienes escribían el correlato de las artes visuales —en su mayoría residentes en la Isla—, ampararon sus discursos en la sombrilla de la utopía para considerar (en ocasiones con poca profundidad) cuestiones como feminismo, raza, migración o mercado del arte. Sin embargo, aun teniendo fresca la experiencia del autoritarismo de la década de 1980, la crítica de arte no trató asuntos como la violencia política o las relaciones entre intelectuales y poder, analizadas en Encuentro…
La crítica eligió no imaginar el totalitarismo. Haya sido por (auto)censura, por coacción institucional, por tabú editorial o por incapacidad intelectual, la comprensión del contexto totalitario nunca llegó a los catálogos y libros sobre artes visuales, aun siendo estos, en su mayoría, financiados por organizaciones o instituciones internacionales e impresos fuera de Cuba.
Dicha crítica prefirió la corrección del eufemismo: denominar utopía lo que pedía el término totalitarismo. No olvidemos que todo eufemismo impide —antes que disimular— la existencia de determinadas realidades en el lenguaje; lo que entraña reproducir y conservar realidades e imaginarios específicos.
Hablo de un eufemismo retomado a partir del “restablecimiento” de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba en el segundo mandato de la administración Obama, para encaminar proyectos curatoriales y editoriales revirtiendo los mismos discursos en estereotipos críticos.
Tal es así, que recientemente el curador del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, Nelson Herrera Ysla, en su artículo “Ni cascabel ni gato: arte cubano en la trampa”, afirmaba que el totalitarismo en artes visuales era un espejismo intelectual e ideológico, pues se había desmontado las veces que habían sido necesarias. Asimismo, pone como ejemplos de tal desmontaje las exposiciones Homenaje a Hans Haacke (1989) y El objeto esculturado (1990).
No se trata de que Herrera Ysla siga resistiéndose a imaginar el totalitarismo, aunque vale celebrar que no emplea eufemismos. Hace algo peor: pretende que veamos en sus ejemplos lo que no es.
Homenaje a Hans Haacke, del equipo compuesto por Ileana Villazón, Juan Pablo Ballester, Tanya Angulo y José A. Toirac, nunca se abrió al público. Esta exposición fue censurada por Omar González, cuadro político y presidente del Consejo Nacional de las Artes Plásticas en aquel momento, una vez que Villazón y Ballester no aceptaran negociar con sus condiciones de ideólogo de la política cultural.
Reza en el comunicado publicado en forma de volante y solo bajo el consenso de Villazón y Ballester, que González exigía excluir una fotocopia de un retrato de Fidel Castro realizado por Orlando Yanes, un currículo de este artista que antes de 1959 había pintado a Fulgencio Batista, y una fotografía de los miembros de dicho equipo junto a la viceministra de Cultura Marcia Leiseca.
Después de tal desacuerdo ante la posibilidad de salvar la exposición, el equipo se desintegra: Ileana Villazón y Juan Pablo Ballester se exilian (Angulo lo haría más tarde).
Pregunto: ¿no representa Omar González, es decir, no encarna su autoritarismo como cuadro de la cultura, la condición totalitaria?
¿El “no” de Villazón y Ballester, no significa una consecuencia de la misma?
Traigo esto a colación, porque en su artículo “El sonido del silencio”, la artista y profesora estadounidense Coco Fusco parece reclamar, con relación a totalitario o cualquier noción relativa, un uso de eufemismo similar al de la tradición crítica: “Los cubanos necesitan reconocer que, si bien puede ser un gesto radical para ellos llamar totalitario al gobierno cubano públicamente, ese epíteto es bastante anticuado fuera de la isla”.
Evidentemente, el llamado a la “necesidad de los cubanos” de Fusco va más dirigido a quienes producimos repertorios simbólicos, pues el ciudadano de a pie, como mi vecino y su familia, mi madre, mi hermana y mi sobrina, no llaman al gobierno de tal manera. Ni tan siquiera el 30% de los cubanos —suponiendo una estadística— llaman totalitario al gobierno; no les pasan por la cabeza palabras parentales, sean en forma de adjetivo o sustantivo.
Tampoco creo que el 30% de quienes componen el entorno cultural cubano, dentro y fuera de la isla, hagan uso del sintagma “gobierno totalitario”, pues los temores, la autocensura, la costumbre imaginaria o la simple indiferencia, no se los permite.
También tengo claro que menos del 30% de los medios y plataformas informacionales internacionales, no llaman totalitario al gobierno cubano.
¿Por qué la izquierda percibe anacrónico e inadecuado el uso de “gobierno totalitario” o “totalitarismo”?
Cada vez que pido a colegas de izquierda no cubanos, militantes de partidos políticos, activistas, periodistas, académicos, curadores, críticos de arte y artistas, que me respondan esta pregunta, sus explicaciones resultan lo suficientemente anticuadas para que se escuchen a sí mismos echando por tierra el progresismo del que presumen.
Similar sucede con colegas cubanos afincados en la diáspora. Sobre todo quienes tienen posiciones académicas en Latinoamérica y Estados Unidos, suelen “sugerirte” qué debes o no decir respecto al “temita político y el calificativo de Cuba” (sic), por precaución ante los tirones de orejas de sus colegas universitarios —no solo profesores, sino también estudiantes—, que normal y regladamente sienten devoción por Cuba: por el cruce entre la Revolución y el “el norteamericanismo de los 50s” (sic).
Después de atenderlos, y confieso que en más de una ocasión tomo notas de sus argumentos, les expongo los míos, que son elementales:
Coco Fusco: son ustedes, la izquierda estadounidense, latinoamericana y europea, quienes deben reconocer que una parte significativa del cubanismo y las representaciones de peregrinaje político, no dejan de crear lagunas en el conocimiento, lo que incluye los “calificativos” con relación al sistema cubano y su gobierno.
Son ustedes quienes deben reconocer que, al continuar situando a Cuba como baluarte retórico del antinorteamericanismo, el antimperialismo y el actual antitrumpismo, e inclusive cuando intentan opacar nuestras réplicas señalando que viven en democracias bananeras, refundan un imaginario déclassé: establecen la inmanencia del no fin del totalitarismo.
Ustedes, las comunidades imaginarias de izquierda, necesitan reconocer que ya es hora de que vuestras representaciones sobre nosotros sean examinadas por nosotros, y que no sigamos siendo nosotros los estudiados y representados desde y para sus esquemas y estereotipos, sean de índole política, ideológica, intelectual, académica, cívica, artística u otra.
Ustedes necesitan reconocer lo inadecuado que resultan los intentos de colonizar —solidaridad aparte— dicho conocimiento y sus procesos, así como el disentir, sea más o menos radical, y las prácticas cívicas, por muy precarias y efímeras que puedan acontecer en Cuba.
Ustedes tienen que reconocer lo inadecuado que resultó (como señalara Jesús J. Barquet en Encuentro de la Cultura Cubana, 8-9, 1998: 117) la negación de los aspectos totalitarios del modelo cubano por los intelectuales de izquierda estadounidenses y latinoamericanos, cuando durante los años 80 escuchaban el tono anticastrista militante de los testimonios de Reinaldo Arenas y el grupo del Mariel.
Negación, o si se quiere tradición de trueque eufemístico respecto al uso de totalitario, que si bien recuperas en tu artículo, no nos esclareces cuál podría sustituirlo. Trueque que, más que inadecuado, siento incompatible con el sentido progresista o liberal que, se deduce, abandera a la izquierda erudita de los países democráticos.
Trueque e incompatibilidad, consecuencias de las correcciones de una cultura de la imagen política de izquierda que no solo permanece enquistada en su propia lógica de verosimilitud, sino que hace de lo verosímil el objetivo estabilizador de los límites entre lo que puede o no decirse, o lo que es o no noticiable.
Lógica cultural que no desea aceptar que Cuba, su revolución —en minúscula—, el comunismo, las cubanas y los cubanos, no tienen por qué ser reinventados como el Otro político que sea la tabla de salvación de vuestra nostalgia por la utopía nunca vivida.
El funcionario totalitario
Críticos de arte y cuadros políticos convergeninstituyendo un imaginario coactivo: lo que el cuadro prescribe y violenta en su función de gestor cultural, el crítico lo omite en su escritura de la historia. Las dos acciones reforman continuamente el mecanismo victimario; ambas se vuelven artífices de la culpabilidad del violentado.