Éxodo de Mariel, 1980. El acoso y la violencia contra las personas y las familias que se iban del país ocurrían a la luz del día. Las casas eran rodeadas por manifestantes que gritaban insultos, y tiraban huevos. Muchas personas fueron brutalmente apaleadas y golpeadas en la calle: la orden estaba dada.
En una escena de uno de los documentales de Santiago Álvarez sobre la “escoria”, aparece una flota de yates que salía de Cuba, y sobreimpuesta, una cita de Martí: “Hay que cargar los barcos con los insectos que le roen el hueso a la patria que los nutre”.
En el discurso en la escalinata de la Universidad de La Habana, Castro —lleno de furia y resentimiento— expresó: “¡Los que no tengan sangre revolucionaria, los que no tengan genes revolucionarios…, que se vayan! ¡No los queremos, no los necesitamos!”.
Oficialmente, Castro declaró así institucionalizado un nuevo racismo, absolutamente inédito en Cuba. La “identidad” revolucionaria era cuestión de sangre y de genes: se trasmitía y se heredaba por la sangre y los genes de revolucionario a revolucionario. Por esta razón fue que la “Revolución” hizo del negro desafecto, bocón, la imagen misma de la abyección: era un traidor a su raza “revolucionaria”; y lo era por “desagradecido”.
Aquellas palabras de Castro en 1980 no estaban dirigidas a los intelectuales —aunque los hubo que se fueron entonces, o hasta escaparon, como Reinaldo Arenas— sino a todos los cubanos, a lo que él llamaba el “pueblo”. Sin embargo, su brutalidad llevaba el mismo mensaje de aquellas otras, dichas en la Biblioteca Nacional en 1961 a los intelectuales: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”. La frase, que no ha dejado de ser discutida e interpretada, eliminaba las áreas grises. Quedaba implícito que estar fuera significaba estar en contra, y perfiló así la imagen del enemigo total que proclamó en 1980.
Pero incluso antes, en marzo de 1959, el mensaje —y en un contexto inequívocamente racista— había quedado claro. A las preocupaciones de aquellos que temían que la Revolución los obligara a bailar —o sea, a socializar, pero la imagen del baile es reveladora— con los negros, Castro respondió que cada quien era libre de bailar con quien quisiera, pero que todos tendrían que bailar con la Revolución. La “Revolución” entra aquí, entonces, como la raza —el compañero de baile— con quien tendrían que bailar todos. Esa raza era, naturalmente, la suya —que era también la del macho blanco autoritario.
Miles de cubanos que temprano, y con alegría, comenzaron a llamarlo el Caballo, vivirían ellos, o sus hijos, o los hijos de sus hijos, para lamentarlo. El Caballo pasó sobre todo el país, y lo pateó duro con sus cascos; lo holló, lo desangró.
Hace muy poco, el gobierno de Díaz-Canel celebró con un otorgamiento de honores y medallas el 60 aniversario de las “Palabras a los intelectuales”. En la escena del crimen, Díaz-Canel enmedalló a algunas de las víctimas de aquellas “palabras” —unas más apaleadas que otras, pero en fin—, como Antón Arrufat y Eduardo Heras León, este último más conocido como el “balletómano artillero”, y que cuenta entre sus honores con una pistola que Castro le regaló por haber sido el primer expediente de la clase de artillería.
No sabemos si Alicia Alonso le habrá obsequiado alguna zapatilla por balletómano. De todas maneras, el compañero Heras se habría desempeñado estupendamente en el ballet artillero Avanzada, de Alicia Alonso.
Otros premiados fueron Víctor Fowler y Leonardo Padura. Fowler fue recompensado así por sus muchos servicios como “cuadro”, sobre todo por el destacado papel que jugó como “negro”, “intelectual” y “escritor”, apoyando la campaña racista contra el Movimiento de San Isidro. Todos ellos, y otros que quedan sin mencionar, se hicieron cómplices de la represión.
El 11 de julio
Ya sabemos lo que ocurrió el 11 de julio, y estamos al tanto de la continua apuesta del Estado al libreto de siempre: el bloqueo y el supuesto mercenarismo. El 11 de julio, sin embargo, no empezó el 11 de julio, sino el día en que los cubanos despertaron a la comprensión de que si el encierro los había estado estrangulando siempre ahí, sin poder ignorarlo, la solución también estaba a su alcance.
El credo del castrismo quedó resumido en la encerrona homicida, y patricida, de “¡PATRIA O MUERTE!”. Eso era lo que quería decir la oposición “DENTRO [O] CONTRA” de 1961. Y también lo que quería decir “SANGRE REVOLUCIONARIA VS. SANGRE CONTRARREVOLUCIONARIA” de 1980. En cada caso, el elemento intolerable, excluido, estaba también, por definición, condenado a MUERTE.
Entonces un día, cuando menos se lo esperaban, los cubanos cambiaron la señal. Fue un cambio revolucionario, y resultado de la intuición del oprimido. Cuando ripostaron al “¡Patria o Muerte!” con “¡PATRIA Y VIDA!”, destrancaron el dominó. ¡Y de qué manera!
La primera señal del fracaso del totalitarismo cubano fue su incompetencia para responder al desafío. Pero esto a su vez puso de manifiesto su compromiso con la MUERTE, iluminando así la verdadera razón —más allá de los innegables efectos del bloqueo— de las miserias, frustraciones y falta de libertades de los cubanos. Se dieron a la tarea de crear canciones-respuesta, todas las cuales fueron objeto de burla y cayeron en el olvido. Pero “¡PATRIA Y VIDA!” capturó la imaginación de los cubanos, y con ese grito, y el de libertad, se lanzaron a las calles en toda la Isla, el 11 de julio.
Cualquiera que simplemente se pregunte por qué “¡PATRIA Y VIDA!” ha enfurecido tanto al Estado cubano, no puede dejar de ver —a menos que se ciegue voluntariamente— el horror del castrismo en toda su “pureza”.
Por las dudas, ¿alguno de ustedes ha notado a qué poema recurrió Granma, justamente al día siguiente de las protestas?: “POR ESTA LIBERTAD”, de Fajad Jamís. Ese fue el poema que también Corín Tellado —perdón, Corina Mestre—declamó para los “trabajadores” de la UNEAC en un acto de respaldo a la dictadura.
El artículo de Granma se titula así, con un mandato totalitario: “Por Cuba habrá que darlo todo”. La rescritura del título del poema —“Por esta libertad/Por Cuba”— sugiere que para los autores del artículo “libertad” y “Cuba” no son necesariamente lo mismo. Ellos pudieron titular el texto con el título del poema, pero decidieron cambiarlo. Una de las manos que cocinaron la poción infernal, escribió que muchas voces “desde la calle, agitaban la insignia del Movimiento 26 de Julio y repetían, cada vez más fuerte, cada vez más claro: ‘Aquí están Fidel, Raúl y Díaz-Canel’, ‘Patria o Muerte, Venceremos’”. Esto último —¡Patria o Muerte!— es lo que hace saltar al poema de Jamís:
“La escuché por Infanta, de boca en boca de mujeres y hombres, con más o menos años, todos con la misma convicción: un país como el nuestro, con muchos sueños y no pocos dolores, se defiende con uñas y con dientes, a sabiendas de que, como dijera el poeta, ‘por esta libertad/ bella como la vida/ habrá que darlo todo/ si fuere necesario/ hasta la sombra/ y nunca será suficiente’”.
¿Darlo todo? ¿Cómo pueden tener el cinismo de exigirles a los cubanos —a quienes se les ha arrebatado todo— que lo den todo? ¿Acaso “Cuba” y “libertad” pueden tener el mismo significado para todos? Por supuesto que no. De lo que se trata es de que estas definiciones fuertes sirven a las dictaduras y a los totalitarismos para legitimarse por la fuerza. Esa es la razón de que en el horizonte de esta ideología la muerte sea la razón de Estado. La muerte es la amenaza de exclusión total de la comunidad —el encierro, la marginación, la alienación— que espera a los que disientan; incluso a los que duden. Y es de notar la siniestra persistencia en la muerte que vemos en el artículo: “También se la oí decir a Alberto Bermúdez, un vecino de Infanta que, en medio de la algarabía, tarareaba, con un ‘piquete’ numeroso, “Yo me muero como viví”. Y más:
“Ella manifestó a Granma que estaba allí ‘para defender a la Revolución Cubana al costo que sea necesario, dispuesta a dar hasta mi sangre y darle la respuesta que se merecen esos gusanos’”.
“’Me golpearon fuerte en la cabeza y terminé con una herida de siete puntos. Pero aquí estoy, con mi bandera manchada de sangre, dispuesto a seguir defendiendo la Revolución, porque morir por la Patria es vivir’, aseguraba sin detener el paso, al igual que Cuba, tierra de revolucionarios que no se amedrentan”.
Por esto les asusta “¡PATRIA Y VIDA!”. Aquí Patria se suma a la Vida —no se dice tampoco que sean lo mismo, y aquí hay que ponerse en guardia de cara al futuro—, la Y no nos obliga a escoger. La base del castrismo, y de las dictaduras, por el contrario —como he venido argumentando— es la disyuntiva que cancela la discusión y el debate. Es también el George W. Bush del 11 de septiembre, sus “Palabras”: “El que no está con nosotros está contra nosotros”. El en contra es el enemigo, a quien hay que destruir sin miramientos. Esto es lo que ha estado haciendo Humberto López.
Voy a hacer un aparte para hacer una aclaración. En el artículo hay más de una mención de personas que supuestamente fueron atacados por los “contrarrevolucionarios.” El más llamativo es el que acabo de citar: “Me golpearon fuerte en la cabeza y terminé con una herida de siete puntos…”. ¿Cómo nos explicamos que los periodistas, que están hablando con una “víctima” de la contrarrevolución, no lo fotografiaran como evidencia y lo incluyeran en el texto? En ninguna de las 4 fotos que muestran hay, ni heridos, ni señales de agresión contra los manifestantes a favor del Gobierno. Sin embargo, hay fotos y videos —muchos— en que vemos a supuestos ciudadanos reprimiendo junto con la policía.
De hecho, las imágenes de la represión castrista nos recuerdan las de la tiranía de Batista.
En tiempos difíciles
El primer poema de Fuera del juego (1968) se titula “En tiempos difíciles”. Aunque ganó el premio Julián del Casal de poesía de la UNEAC ese año, tanto el libro como su autor fueron etiquetados de contrarrevolucionarios. El resto, bueno, el resto fue el proceso estalinista a que fue sometido Padilla, lo que llegó a conocerse como el caso Padilla. El régimen cubano tiene a su haber un número considerable de “casos”.
El poema de Padilla tiene una curiosa relación con el de Fajad Jamís: ambos dicen lo mismo, pero difieren en la intención. “Por esta libertad” sostiene, jubiloso, el impulso de muerte y dictatorial de esta “libertad” por la que habrá que morir, y despojarse de todo, hasta de la sombra.
En “Tiempos difíciles”, en lugar de exigir nada, la voz del poema meramente constata lo que le ocurre a un hombre al que le van pidiendo todo: su tiempo, los ojos, las manos, los labios “para afirmar, / para erigir, con cada afirmación, un sueño / (el-alto-sueño)”. También le pidieron las piernas para construir una trinchera. Luego le explicaron “que toda esta donación sería inútil / sin entregar la lengua” y, finalmente, que “echase a andar”.
Las “donaciones” en el poema de Padilla son, por supuesto, irónicas y sarcásticas. A este hombre se lo quitaron todo: en primer lugar, la conciencia y la libertad. La libertad que menciona Jamís se sostiene sobre el despojo y la muerte, y sus ansias devoradoras siempre quedarán insatisfechas. Su perversión última se nos ilumina en el poema de Padilla: al hombre al que se le pidieron las piernas, y la lengua, y los ojos, se le dice que eche a andar.
El 11 de julio los cubanos se levantaron contra esa “libertad”, poniendo en riesgo sus piernas y sus ojos, pero rechazando los supuestos derechos de propiedad sobre sus lenguas y sus conciencias. Ellos, ustedes, tuvieron y tienen el coraje que no tuve yo, ni tuvieron otras generaciones de cubanos antes que ustedes. Lo que han puesto en marcha, ya no lo para nadie.
¡PATRIA Y VIDA!
El discurso del anhelo
Cuba se rompe en mil pedazos mientras el discurso del odio se apodera de unos y otros. Las piedras y bofetadas se cruzan ante una misma necesidad. La catarsis no puede ser baldía, la violencia no debe ser la vía.