Madre Coraje, Madre País

La veo ahí, tal vez en la puerta de su casa, en una cuadra más bien desierta la mañana en la que sus compatriotas se han lanzado a las calles para expresar su descontento. Es el rostro de las protestas del 11 de julio en Cuba. Su cara denota el cansancio y la desesperanza, dos sentimientos que cualquiera puede haber experimentado en los últimos meses en la Isla, donde la pandemia ha despojado a los gobernantes de cualquier ilusión de autoridad. Son demasiados años de torpezas, de generaciones formadas en el “resolver hoy y mañana se verá”. Así no funciona un país, mucho menos un campamento militar. 

Como muchos, quizá, la mujer de la foto ya no querrá que le mencionen el bloqueo como justificación para la ineficiencia. La retórica agota, desgasta, suprime a las palabras cualquier significado contundente. Ahora que la nación estaba más conectada, que sus dirigentes podían acceder sin las restricciones propias del ciudadano común a los reportes sobre el avance de la COVID-19 y valorar los aciertos y bandazos de los demás países en la contención del virus, ¿quién cree que no pudieron prepararse mejor?

La anciana de la fotografía probablemente no lo entiende, o peor, no lo cree ya. Está agotada y se nota. Y hay que darle el beneficio de la duda, aunque tal vez ya la estén localizando para acosarla y filmarla con declaraciones en las que se arrepienta de todo su gesto: esa mínima protesta, dos pedazos de metal para hacer sonar la inconformidad. Imaginémosla hace un año, temerosa como todos, siguiendo las orientaciones del MINSAP, cuando se quedó en su casa, evitó las salidas hasta que le fue imposible y las escaseces cotidianas le hicieron perder la fe en la disciplina. 



Le digo madre o abuela, porque también esas arrugas deben ser las marcas del desconsuelo por hijos o nietos en quienes puso todo su empeño, porque les tocara una sociedad mejor. Sin embargo, esa mejoría ya ni se concibe en las redes sociales, donde a diario hay una guerra despiadada por conformar la mejor viñeta a base de repetición, de anémicos “Me gusta”, y es posible que hijos y nietos estuvieran en la calle, en el mundo no virtual, increpando a las autoridades y clamando por ayuda; más conscientes que hace décadas de que “afuera” existen miles que pueden y desean asistirlos en lo más agudo de la desgracia. 

Me digo que hay una infinita ternura en esa expresión de “No doy más”. Si esta anciana-país, madre-coraje se viraliza, irán a por ella. Hurgarán en su existencia y no me sorprendería que la presenten como un ser humano despreciable; sería la reacción lógica en un país en el que nadie quiere admitir la debilidad, por miedo a que la manada de intransigentes le pase por encima. Sin embargo, ahora, ¿qué interesa? 

La vuelvo a ver y me convenzo de que ella es Cuba, esa fragilidad y esa mirada angustiada. Ella es la nación, esa mujer que exhibe las huellas más visibles y ocultas de lo que ha sido la espera, ese transcurrir de un día tras otro que daña y torna a los cuerpos en armazones endebles, propensos a enfermedades tan incurables como la tristeza y el desaliento. Y, por supuesto, la espera también maltrata al cuerpo, lo erosiona; la mente va perdiendo la capacidad de advertir el paso del tiempo, hasta que un día alguien dice basta y el espejo le devuelve la certeza de que han pasado diez, veinte, sesenta años. 

Para las autoridades nada de esto importa, no hay empatía, no hay valor en detenerse a pensar en la posibilidad de que exista el sufrimiento. El “ideal”, sea cual fuere, el de las llamadas izquierda o derecha, persiste, ciega, divide y vacía de humanidad a quienes desde el privilegio y el anonimato piden represión, violencia, sangre. Y mientras tanto, la pandemia arrasa en Cuba, los hospitales colapsan, los médicos… salvan como pueden; los cubanos tienen que salir a hacer colas como todos los días.

Me pregunto si la anciana de la foto habrá tenido electricidad para ver la desafortunada comparecencia del presidente cubano, su nefasto llamado final. Quiero pensar en mi propia abuela, irónica y desafiante hasta que la demencia hizo su aparición fatal; en cuál sería su reacción ante el televisor, que seguramente pasaría a formar parte de la colección muy suya de frases cortantes contra Fidel Castro, cada vez que se adueñaba de los micrófonos de la Isla. 

“Los revolucionarios, a la calle” ordenó Díaz-Canel. Y mi abuela, arrugada y débil, como la anciana de la foto, habría soltado con toda certeza: “Eso, cójanse las calles, eliminen los baches, asfalten, llenen de árboles las aceras, pero déjennos a nosotros el resto del país para vivir”.




Cuba

¡Viva la Revolución!

Alex Heny

Se siente bien sentir que los mambises están de vuelta, que ya no hay que importarlos, y que no hay quien los detenga.





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