Crisis energética y derechos culturales en Cuba: una mirada crítica

Cuba atraviesa una crisis estructural de carácter multidimensional, cuyo epicentro actual se localiza en el “colapso grave” del sistema energético nacional, en palabras de las propias autoridades. Según datos oficiales, en mayo pasado el país registró un promedio de 18 horas diarias de cortes eléctricos.[1] No obstante, esta cifra resulta conservadora si se contrasta con los reportes provenientes, sobre todo, de las provincias del interior, donde se documentan interrupciones sostenidas del servicio de 20 horas o más por día.

La inseguridad energética actual no afecta solamente servicios básicos o áreas estratégicas como la salud, la producción agroalimentaria y la educación. También repercute de manera directa en la vida cultural del país. Hasta el momento, numerosos artistas y promotores culturales han experimentado cancelaciones de proyectos e interrupciones en pleno espectáculo.

Entre los que ODC ha podido registrar, se encuentra la suspensión del concierto de Frank Delgado, en el cine Charles Chaplin (La Habana), el 28 de abril del presente año. A través de sus redes sociales, el cantautor declaró a sus seguidores que ese circuito habanero se encontraría apagado a la hora del recital; concluyendo: “Lamento mucho las molestias que les pueda causar dicha suspensión. Nos vemos en otra ocasión”.[2]

A final[3]es de mayo, un apagón sorprendió a la cantante Ivette Cepeda durante una presentación en el Cine Teatro Camilo Cienfuegos, en Santa Clara. La interrupción eléctrica dejó a oscuras el teatro a función llena. En sus redes, Cepeda declararía posteriormente: “Quiero agradecer a todos los que en medio de la contingencia dieron lo mejor… la planta… todo… no teníamos ni idea de cómo arrancaría el audio… las luces mínimas… pero fue un momento de victoria y gran alegría para ese pueblo… yo quedé impactada… en fin, los que estaban allí lo saben todo… fueron ellos los protagonistas”.



Imagen del escenario durante el concierto de Ivette Cepeda. Fuente: CiberCuba (2025).


Al mes siguiente, el 19 de mayo, se canceló la función de Teatro del Viento, en Santiago de Cuba. Su director, Freddy Núñez, describió en redes sociales cómo la falta de “electricidad, el déficit, el apagón… la ineptitud… el desastre”[4] imposibilitó la puesta en escena. Como parte de la gira nacional del colectivo, el dramaturgo también advirtió al público camagüeyano que, a principios de junio, la programación de presentaciones en esa ciudad estaría bajo riesgo de suspensión por la crisis energética.

La vulnerabilidad laboral de los artistas ante los condicionamientos burocráticos se dejó ver en las declaraciones de Nuñez, al afirmar que se había logrado “establecer un diálogo con las autoridades para lograr cierto aseguramiento que posibilite concretar la programación” para continuar; aunque, siendo sincero, no anticipaba “resultados muy positivos”.



Tres apagones consecutivos dejan a medias una presentación de Teatro del Viento en Camagüey. Fuente: ADNCuba (2023).


Desde que el grupo de teatro El Ciervo Encantado viera cancelado en marzo el estreno de su obra El tridente del Diablo o de una realidad, a causa de un corte de electricidad no esperado, el colectivo readecuó la pieza con un “plan B”, en caso de quedarse a oscuras en escena. Un plan para imprevistos que usaron más de una vez en abril.



Puesta en escena de El tridente del Diablo. Fuente: página oficial de Facebook de El Ciervo Encantado (2025).


En los últimos meses, otros artistas han experimentado dificultades similares. Entre ellos, están los casos del cantante de música urbana Yomil, a su paso por Santiago de Cuba; el músico Cándido Fabré, cuyo concierto en Guáimaro, en la provincia de Camagüey, quedó igualmente a oscuras; así como de la Orquesta Aragón en su presentación en Santiago de Cuba; y del Septeto Santiaguero, que debió cancelar su programa en la misma ciudad, todos por cortes programados o fallas eléctricas.

Estos episodios ilustran cómo la crisis energética impacta el desempeño de los artistas cubanos al tener que enfrentar suspensiones temporales o reprogramaciones de funciones enteras. Dichos eventos también plantean el conflicto de la supervivencia cultural en la sociedad al privar al público cubano de los escasos espacios de esparcimiento y desahogo que aún pueden quedar en la Isla.



Política cultural en autocracias insolventes: usos estratégicos y desplazamientos simbólicos

El fenómeno cubano no es único en autocracias en crisis. En Venezuela, prolongados cortes eléctricos también obligaron a cancelar eventos culturales. En noviembre de 2024, las autoridades del Estado Nueva Esparta suspendieron “y reprogramaron todos los eventos previstos” en centros culturales de Margarita debido a “la persistente inestabilidad del sistema eléctrico”.[5] Igual destino han tenido festivales de teatro en Guanare, conciertos en Maracaibo y San Cristóbal, así como las programaciones de cines y salas culturales en Mérida y Barinas; todos golpeados por falta de electricidad, deterioro de inmuebles, fallas recurrentes en el funcionamiento de equipos de producción, así como inseguridad en la vía pública. Eventos, por demás, agravados por la abulia institucional y el escaso apoyo estatal. Sin embargo, mientras bibliotecas, museos regionales y espacios culturales independientes han visto eliminado el apoyo estatal, se ha mantenido el financiamiento de aquellos programas culturales masivos que refuerzan la narrativa chavista.

Así, al igual que en Cuba, la crisis energética en Venezuela ha significado la pérdida de oportunidades culturales colectivas. En casos históricos y otros más contemporáneos, como la URSS durante la década de los 80 o el Gobierno de AMLO en México, por poner dos ejemplos, sus direcciones personalistas mantuvieron el financiamiento estatal de instituciones culturales estratégicas mientras reducían drásticamente el apoyo a centros y expresiones artísticas consideradas “periféricas” o “incómodas”.

Sin embargo, este modelo de gestión cultural tiene cabida por el principio mismo de control mayoritario sobre el sector. En estos casos —regímenes con fuerte intervención estatal en la cultura—, las decisiones no se generan desde organismos administrados por lo público sin dependencia de intereses, sino que parten de la venia estatal y una administración personalista del poder. Al tiempo que las autocracias instrumentalizan eventos culturales como propaganda, los apagones revelan la fragilidad estructural de los espacios no oficiales o no “necesarios” en ese mecanismo de legitimación político-cultural. A la larga, los espacios de expresión autónoma se estrechan, ignorados o condicionados al sistema de privilegios del poder.

Otro beneficio que le sirve a la dominación autocrática en tiempos de crisis es la propia narrativa de austeridad como excusa para desmantelar instituciones culturales “prescindibles”, sin necesidad de ejercer la violencia burocrática o penalista. Una especie de “extinción natural” frente al racionamiento de recursos en tiempos de urgencia. Este es, sin dudas, un panorama provechoso para los principios autocráticos, donde prevalece la propaganda sobre la reflexión cultural y el juicio crítico.

Un ejemplo de ello fue el desarrollo en Cuba de varios festivales culturales a finales de 2024. Eventos como el Festival de Teatro de Camagüey o el 45º Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana se desarrollaron bajo programaciones de cortes eléctricos que afectaron a ratos varios circuitos incluidos en esos eventos. A su vez, la programación “de ahorro” sirvió para censurar con premeditación la proyección de filmes y documentales incómodos, siempre con la excusa de errores técnicos y cortes eléctricos. Este fue el caso del esperado corto Matar a un hombre (Orlando Mora Cabrera), cuyas proyecciones sufrieron sistemáticamente este tipo de “contratiempos” por censura homofóbica sobre el contenido del material, según expresó su realizador. Como cubrió en su momento el ODC, este y otros embates de la crisis económica se hicieron sentir en diciembre de ese mismo año en el ámbito cultural.[6]



Equipo de Matar a un hombre frente al cine a oscuras. Fuente: página de Facebook de Kiriam Gutiérrez (2024).


Mientras cineastas, actores, músicos y artistas cubanos enfrentan la cancelación de sus obras como consecuencia —real o instrumentalizada— de la crisis energética, otros espacios y proyectos vinculados a la élite gobernante parecen no correr la misma suerte. En tiempos marcados por la posverdad y el mercantilismo cultural, las élites autocráticas cubanas han sostenido una estrategia de propaganda cultural que funciona como un engranaje casi vintage, una pieza anacrónica pero eficaz en su rol de legitimación simbólica. Basta con observar instituciones como la Casa de las Américas, la Casa del Alba Cultural y otros centros históricos del relato oficial, que en distintas épocas nuclearon el discurso cultural hegemónico sobre América Latina desde Cuba. En el contexto actual, sin embargo, se evidencia un desplazamiento desde la militancia ideológica hacia la lógica del espectáculo y el pacto financiero, donde la cultura opera como dispositivo de renta simbólica y extractiva más que como vehículo emancipador.

La figura de Lis Cuesta, actual directora de Eventos del Ministerio de Cultura (Mincult) y esposa del presidente Miguel Díaz-Canel, es clave en esta transformación. Su rol ha estado asociado a una gestión cultural orientada al posicionamiento de eventos rentables, priorizando criterios de rendimiento económico y visibilidad internacional sobre la accesibilidad ciudadana o la coherencia ideológica del contenido. El ODC ha documentado este viraje con particular atención al proceso de repatrimonialización de inmuebles republicanos; muchos de ellos convertidos en sedes de eventos comerciales o institucionales, mientras otros —de gran valor histórico y cultural— permanecen en el abandono. Este patrón revela no solo la lógica extractivista de la política cultural vigente, sino también el deterioro institucional en materia de conservación, protección y activación del patrimonio cultural cubano.



Derechos culturales y perspectivas democráticas

Crisis como la cubana generan efectos cascada que alteran fundamentalmente los ecosistemas culturales. La inseguridad energética no solo interrumpe la producción artística que depende de infraestructuras eléctricas, sino que reconfiguran a futuro los patrones de producción cultural. La intermitencia del suministro eléctrico obliga a una temporalidad cultural fragmentada, donde teatros, cines y centros culturales operan bajo la incertidumbre logística, afectando tanto la generación como la continuidad de proyectos, también la formación de audiencias estables.

Pero el fenómeno analizado en este texto es solo el último tras la larga precarización material marcada por la escasez de recursos básicos para la producción cultural. Esta precariedad puede llegar a determinar qué formas culturales pueden desarrollarse y cuáles quedan marginadas, qué colectivos son desechables y cuáles dignos de un clientelismo lucrativo. Es así cómo los efectos de la crisis no son únicamente comerciales o de contenido y estructura, sino que articulan mecanismos de control político preexistentes.

El Estado cubano mantiene un monopolio sobre los principales canales de distribución cultural, lo que significa que la escasez de recursos se convierte en una herramienta adicional de selección ideológica. De este modo, la dependencia de los artistas respecto al aparato estatal se intensifica durante las crisis, cuando las alternativas de financiamiento privado o internacional se tornan aún más limitadas, o incluso criminalizadas. Al respecto, el ODC ha podido constatar una creciente dinámica de “lealtad cultural” donde el acceso a recursos básicos para la producción artística se condiciona implícitamente a la alineación con los discursos oficiales.

En contraste, la UNESCO avisa que los derechos culturales son inseparables de los derechos humanos básicos y demandan que “toda persona debe tener la posibilidad de participar en la vida cultural que elija”. En palabras del organismo, la cultura es un “patrimonio común de la humanidad” y su diversidad solo es viable cuando hay real pluralismo cultural y libertad de acceso. En el contexto cubano actual, los apagones masivos y la falta de apoyo a colectivos artísticos equivalen a violaciones de esos derechos: restringen la libre circulación de expresiones artísticas y excluyen del disfrute cultural a amplios sectores poblacionales. Mientras la vida cultural de los ciudadanos queda empantanada por la crisis, el Estado cubano prioriza recursos hacia la propaganda oficialista con gestiones de viajes de voceros e ideólogos del régimen; así como en la recepción de delegados y magnates, objetivos de su diplomacia y comercio cultural, reforzando el carácter autoritario de gestión de la cultura.

Ante esta situación, el ODC entiende como urgente que, tanto la sociedad civil como la comunidad internacional defiendan el derecho humano a la cultura y exijan acciones concretas, respetando la interseccionalidad con otros derechos como la educación, la salud y el desarrollo social. En un escenario tradicionalmente organizado mediante el control verticalista de la cultura, el ODC defiende la autonomía cultural y la necesidad de pluralismo creativo, donde el acceso a beneficios específicos no sea la ventaja de unos pocos sino el derecho de todos. Asimismo, llama a atender las causas estructurales de la crisis en Cuba como fundamento a la edificación de una vida cultural democrática, con transparencia presupuestaria y desideologización de la industria monopolizada por el Estado.

A su vez, el ODC advierte sobre la incipiente narrativa del Gobierno cubano para camuflar y romantizar el colapso actual, que viene precedida por los dispositivos discursivos de “deceleración cultural”, “adaptación creativa” y “resistencia cultural”. Esta ha sido igualmente la postura maquillada de las autoridades en el reciclaje de alegatos de “decrecimiento anticapitalista” para disfrazar la deficiencia administrativa como una “soberanía alternativa”. En este sentido, el ODC rechaza cualquier intento de romantización de la precariedad circundante en Cuba. La crisis actual no democratiza el acceso cultural ni crea nuevas formas de sociabilidad cultural allí donde el gremio no posee autodeterminación ni agencia, en cambio profundiza exclusiones preexistentes y genera nuevas formas de marginalización.

Ante la presencia de procesos de empobrecimiento cultural, que afectan de manera desproporcionada a los sectores más vulnerables, el ODC urge a discutir la sostenibilidad de proyectos culturales emancipatorios en contextos de crisis sistémica y control autocrático. La experiencia cubana sugiere que la cultura no es solo una variable dependiente de las condiciones económicas, sino un campo de disputa donde se negocian cotidianamente los límites entre control y autonomía, supervivencia y resistencia, entre dominación y autonomía ciudadana y artística.





Notas:
[1] Mesa Redonda: “La situación electroenergética nacional”, en https://www.youtube.com/watch?v=BUVV_RQpmz8.
[2] https://www.facebook.com/story.php?story_fbid=24158248890429496&id=100000131658730&mibextid=wwXIfr&rdid=5z7G7bpum7uuRJ11.
[3] https://www.facebook.com/ivettecepedaoficial/posts/pfbid0342kmsAATnaGVNmaLKiYctgs44G9TDMzxVjgyr57AkzD745FVNcdmws3jnuLwRqdfl.
[4] https://www.facebook.com/photo/?fbid=2601954280146700&set=a.153495894992563.
[5] https://reporteconfidencial.info/2024/11/20/suspenden-eventos-culturales-por-falla-electrica-en-margarita/#:~:text=La%20falla%20el%C3%A9ctrica%20que%20ha,reprogramar%20todos%20los%20eventos%20previstos.
[6] ODC: “Festival de Cine, otro fantasma recorre La Habana”, en https://hypermediamagazine.com/arte/cine/festival-de-cine-otro-fantasma-recorre-la-habana/.






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