El año nuevo

Nada es en la verdad de la vida, un año que acaba, ni otro que empieza; pero el hombre, desconfiado de sí y como perdido en el choque continuo y tremendo de las corrientes humanas, en el choque trágico e inevitable del egoísmo desidioso y la abnegación activa, que es, a fin de cuentas, la historia toda del mundo, gusta y necesita de detenerse de vez en cuando en el camino, para limpiarse del rostro la sangre y el sudor, y volver al cielo los ojos de su esperanza. 

Ve el martirio de la justicia, y las complicidades de la infamia. Ve las desvergüenzas del odio, de la envidia y de la cobardía. Ve la ira del deseo, mezquino e impotente, contra la acción, difícil y viril. Ve las bajezas de este mundo, retorciéndose, como los condenados de la leyenda del infierno, con las manos de púa y los ojos parricidas, al resplandor inesperado de la luz triunfante. Ve el apego de la humanidad a la podredumbre cómoda, y a la libertad que no cuesta más que el ejercicio de la lengua, y el despego de la mayoría humana a la actividad y al sacrificio. 

Cada hombre se mide con la inmensidad que se le opone; mídese cada virtud, desnuda y sin más fuerzas que las de la piedad desheredada, con la suma hostil de complacencias tímidas o de egoísmos inertes. Y desesperando cada cual de sí propio, todo lo fía, con la superstición de lo desconocido, al azar del año nuevo. ¡Para un pueblo esclavo no hay más año nuevo que el que se abra con la fuerza de su brazo por entre las filas de sus enemigos: el primer día de año nuevo será el primer combate por nuestra libertad!

¿Cómo empieza en verdad el año nuevo para los cubanos? En Cuba, en la miseria creciente y en las cárceles.

¿Cómo empieza en verdad el año nuevo para los cubanos? En Cuba, en la miseria creciente y en las cárceles; afuera, muriendo de limosna en los hospitales, ocultando bajo el gabán roído las muñecas sin puños o el corazón enjuto, de falta de trabajo, o asistiendo al espectáculo odioso de que el pueblo que amó, y al que deseó tal vez unirse, y al que le levantó en el arenal una ciudad próspera y una gran industria, convide a las playas libres de América a sus tiranos extranjeros, para que continúen oprimiendo en la tierra de la libertad a sus bienhechores. ¡Ese es el año nuevo para los cubanos! 

Y los que se creen más felices, porque la felicidad es siempre ―la felicidad aparente― de los que se ocupan con exceso de sí propios, y desoyen los dolores y necesidades de sus hermanos en la tierra, ¿qué ven en torno suyo? ¿qué tienen en realidad, fuera de una cuenta de banco pigmea y asustadiza? Una casa estéril tienen, en la espuma extranjera, con hijos que se avergüenzan o apartan de sus padres, con hijas que no hallan más amor y compañía que los que les vienen por casualidad de sus propias tierras, y con la única esperanza de una vejez sin prestigio, sin utilidad y sin honor.

El pan, se gana en todas partes, aunque hay ya muchas partes en su triste destierro donde no pueden los cubanos ganar el pan; pero el decoro de la vida, el respeto en la obra común de nuestros conciudadanos, el reposo y ventura que vienen a la conciencia de ser humano y útil, el descanso de fundar sobre cimientos sólidos la familia que se trae al mundo, ¿dónde se pueden lograr sino en la patria? 

Confiesa tácitamente su inferioridad moral el que vive satisfecho en la existencia incompleta y egoísta del pueblo extranjero.

Confiesa tácitamente su inferioridad moral el que vive satisfecho en la existencia incompleta y egoísta del pueblo extranjero. Ya los pocos ricos, cuando la generación nueva de su hogar empieza a salir al mundo, ven la nulidad y tristeza de la tierra extraña. Ya los muchos pobres se ven sin casa ni mesa en el pueblo que han amado: se ven expulsados de las ciudades mismas que levantaron con su esfuerzo. ¡Ese es el año nuevo para los cubanos!

¿Y en nuestra pobre tierra? Ni mejor ni peor es nuestra Cuba querida que los demás pueblos del orbe; y aun puede decirse, aunque arda a necios, aunque lastime a arrogantes, que bajo el pus visible de la sociedad colonial, que de su mucha peste echa atrás y perturba hasta a los hombres de ojo más seguro, es Cuba superior, allá en los adentros de su alma ignorada, a cuantos pueblos hayan padecido de la discordia y confusión de elementos con que Cuba se fundó, que el despotismo hábil fomenta, y que nuestra propia y ciega soberbia perpetúa. 

El ansia de libertar nuestra tierra no nos da derecho, por ridícula presunción, a recabar para los cubanos asilados de la tiranía en el extranjero las virtudes de patriotismo, abnegación y previsión que poseen como ellos los cubanos oprimidos en la Isla, incapacitados para publicar la cólera que se prepara y disciplina en el silencio de sus corazones. Pero aquel espectáculo, por el desamparo o abandono de los que se arrastran en él, ha de mover al ansia del remedio a todo hombre honrado. 

Quien ve a su pueblo en desorden y agonía, sin puerta visible para el bienestar y el honor, o le busca la puerta, o no es hombre, o no es hombre honrado.

La censura no basta para remediar los males concretos, sino la censura organizada y activa, el remedio que anda y que se ve, el remedio concreto. Quien ve a su pueblo en desorden y agonía, sin puerta visible para el bienestar y el honor, o le busca la puerta, o no es hombre, o no es hombre honrado.

El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice. Es su cómplice el que considera insuficiente o imposible el remedio que pregona, y con la mentira en el alma, continúa proclamando el remedio insuficiente e imposible. La tiranía no se derriba con los que la sirven con su miedo, o su indecisión, o su egoísmo, o el odio a la verdadera libertad, que anima y pierde a los mismos que han ganado lauros en la defensa casual o aparente de ella. 

De hombres de sacrificio necesita la libertad: no de hombres que deshonren o mermen o abandonen a los que están prontos al sacrificio, al sacrificio racional y útil, al sacrificio de los de hoy, para la ventura de los de mañana. Esa es la agonía, ése el secreto de las derrotas, ése el misterio de las caídas y tropiezos en la lucha por la libertad. 

Los que la quieren para servirse de ella, y para su beneficio o triunfo, cierran el paso, por no verse obligados a andar a él, a los que quieren la libertad, a costa de sus vidas, para que sirva a los demás hombres, para que sirva a sus conciudadanos. Los que quieren sacrificarse, tienen por enemigos a los que no se quieren sacrificar; que les tiran piedras, por no verse obligados a seguir tras ellos, a sangrar con ellos, a empobrecerse con ellos, a abandonar como ellos la vida deshonrosa, de humillación y complicidad, de sanción y acatamiento, de presencia culpable y de indigna sonrisa, a los pies de los que consumen el pan y corrompen el carácter de su patria. 

La tiranía no se derriba con los que la sirven con su miedo, o su indecisión, o su egoísmo, o el odio a la verdadera libertad.

¡Oh, la escena del toro y la campesina, en La Terre, de Zola! Eso es, y no más… ¿Qué hay allá, en nuestra tierra mísera? La invasión española, creciente y famélica, que se desborda sobre el pueblo cubano, acorralado y desterrado en su propio país, con la ayuda, más o menos directa o lenguaraz, de unos cuantos criollos que se ponen de máscara de la ruina, en su lucha aparente y desdeñada por las libertades; y el apoyo de los que le aflojan al país el corazón para la resistencia. 

La Isla desordenada aspira confusamente, con la decisión de la miseria, con el aguijón del decoro, con el calor de los recuerdos, avivados por la ofensa continua, a la libertad que en el primer ensayo no pudo conseguir, y que sólo necesita en el segundo ensayo de condensación y cohesión.

¿Y para qué ha de servir este año nuevo, para acorralar más a los cubanos en su propia tierra, para debilitarles más el ánimo con la desconfianza de sí propios, y la política sin crédito y sin preparación y sin objeto, para favorecer la ocupación práctica de la Isla, y de todos sus rendimientos y empleos, por la población sobrante, inculta y enemiga, de España, para tirar unas cuantas piedras doradas y pulidas, como protesta única, a la cara de bronce del opresor? 

Ese es entretenimiento de niños, o de criminales. ¡Para echar todo eso abajo es para lo que nos ha de servir el año nuevo!


* Patria, 5 de enero de 1894.




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