El Parque Lenin y el fin de la Utopía

El 22 de abril de 1972 se inauguró lo que sería, durante las siguientes cuatro décadas, la mejor área de ocio que recuerdan miles de familias cubanas y, en especial, los más pequeños: el Parque Lenin.

Se concibió tras una idea que tuvo Fidel Castro en 1969, durante una visita al cercano embalse Ejército Rebelde. 

Aunque desde 1971 ya estaban en funcionamiento algunas zonas, gracias al empuje que le diera la dirigente revolucionaria Celia Sánchez, el Parque Lenin abrió sus puertas completamente al año siguiente. 

Recuerdan los visitantes de aquella época de gloria del extenso parque de 765 hectáreas, que no había quién, en sus salidas vacacionales, dejara de visitar el lugar para recrearse fuera del bullicio de una Habana cada vez más metropolitana. 

Con más de una decena restaurantes, acuario, área de recreación y, la guinda del pastel: el parque de diversiones, se convirtió incluso en una zona emblemática para el turismo de naturaleza. 

Del brillo original de ese otrora parque de diversiones, oficialmente parque temático Mariposa, poco queda en este 2024. 

Lo que ofrece hoy el lugar, cerrado por alegados problemas de electricidad desde hace casi un año, es un espectáculo que ya ha dado de qué hablar en redes sociales y en el cubanísimo “de boca en boca”. 

Parece que, al encontrarse en la periferia de la ciudad, lo ha matado la distancia. 

Siendo parte del cinturón verde de la ciudad (junto a Expocuba, El Jardín Botánico, el Zoológico y el Parque Metropolitano), todas sus atracciones se han vuelto reflejo de abandono y desidia. Vandalismo, olvido y desesperanza es lo que nos ofrece el que en su momento fue “la mejor opción”.

Hace apenas una semana, tras escuchar algunos comentarios relativos al estado del Parque Lenin, me aventuré (con la cámara en ristre) a desplazarme hacia el lugar y ver con mis propios ojos si era real lo que se decía. 

El acceso no es difícil. Tras llegar al conocido Puente de Calabazar, se atraviesa por las áreas abandonadas del Palacio de Pioneros (material para otro trabajo, por las condiciones tristemente escandalosas en las que se encuentra) y se llega a la entrada del Parque Mariposa. 

Desolado, inundado por un silencio sepulcral, se camina entre amasijo de hierros de colores sin brillo, esparcidos por diferentes zonas. 

Interrumpido solo por el click de la cámara, recordé mi última visita en el año 2017. Y lo mucho que nos divertimos quienes, ya casi adultos, aún acudíamos a disfrutar de las áreas y los servicios que se ofrecían.

Hoy el aire exuda abandono, desidia y ausencia. Tras la incursión, a la salida, un grupo de personas tomaba cerveza alegremente y utilizaron el camino del Parque para llegar hasta un poblado que hay detrás de las áreas. 

Con el silencio que me acompañó durante horas, salí a esperar algún transporte que me llevara hacia El Vedado e imaginar que hacía el viaje de vuelta, como cuando era niño. 

Algunos, al hablar de la estrella que se divisa desde que apenas se entra, lo comparan con el parque de diversiones de Prípiat, la ciudad que ha pasado a la historia por ser un espacio abandonado tras la tragedia de Chernóbil, en la primavera de 1986. 

Aquí el cielo siempre azul no permite tal similitud. Pero el silencio, el terrible silencio de la soledad, sí.


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Una de las imágenes que más ha impactado a los internautas es la de la estrella, la estructura más alta de todo el parque y que, en el estado de indolencia bajo el que se encuentra, recuerda a la del parque de Prípiat.




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Algo similar transmiten las imágenes del cercano Palacio de Pioneros Ernesto Che Guevara, una mole vocacional de indudable influencia, durante años, en miles de estudiantes de la ciudad.




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Los personajes de Elpidio Valdés y El Capitán Plin, figuras icónicas del cómic cubano, se yerguen como baluartes despintados y descascarados de un sitio que fue, durante décadas, referencia para niños y jóvenes de todo el país.




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El óxido, implacable, ha inundado cada pieza de las que, aún en un momento tan oscuro como el de hoy, mantienen la hidalguía de sus orígenes.





El vacío y la ausencia del bullicio típico de sus visitantes, contrasta con las puertas cerradas de coloridos aparatos que duermen, con calma terrible, el sueño de los justos.




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La vegetación, en el transcurso del tiempo, se ha ido adueñando de los lugares y, de a poco, ha ido desplazando las antiguas construcciones dándole un aspecto simbiótico, hermoso y triste.




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En lontananza, mareados por el aire viciado de la soledad, los hierros que en algún momento albergaron las sillas más famosas del parque, se mecen entre la soledad y el misterio.




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Muchos recordarán cómo los padres, cansados del ir y venir de sus hijos por las instalaciones, recurrían a los bancos que estaban distribuidos por el lugar y a la sombra de diversos árboles, los que hoy solo albergan el recuerdo de tiempos mejores.




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Durante los años que funcionó el Parque Lenin, miles de personas disfrutaron de instalaciones, alimentación y transporte, que hoy parece imposible si caminamos alrededor de estos aparatos víctimas del vandalismo y la inoperancia.





La crisis, la lejanía y la poca seguridad del lugar han provocado que se acerquen individuos inescrupulosos y que hayan desmantelado muchos aparatos, llevándose planchas de metal, barandas y diversas piezas. 





Las vallas informativas han sido víctimas también de la desmesurada rapiña que vivió el Parque desde los primeros tiempos del cierre.





La inversión para la remodelación del espacio, visto su estado actual, requeriría de un presupuesto que es difícil que pueda dedicársele hoy, por lo que probablemente la lamentable situación que vive el lugar se mantenga algún tiempo más así.





El recuerdo de sus antiguos visitantes choca, irremediablemente, con las imágenes que desde el Parque Lenin llegan actualmente. Sin soluciones a la vista, no queremos creer que el final del lugar sea el de muchos sitios que, tras su clausura, pasan a la historia como referencias, y su memoria se mancilla con noticias eventuales cada vez más dolorosas.





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Carta abierta de Herta Müller

Por Herta Müller

“Hay un horror arcaico en esta sed de sangre que ya no creía posible en estos tiempos. Esta masacre tiene el patrón de la aniquilación mediante pogromos, un patrón que los judíos conocen desde hace siglos”.