
Fidel Castro.
En 1806 Napoleón Bonaparte vence en Jena y comienza un avance imparable que significará la salida de Prusia de las guerras napoleónicas. Un Hegel de 36 años observa al conquistador desde lejos y escribe: “He visto cabalgar al Emperador, ese espíritu universal; es realmente maravilloso ver a un individuo como él concentrado en un punto, sentado sobre un caballo, interviniendo en el mundo y dominándolo”[1].
En 1958, tras poner en orden la situación bélica en el centro de Cuba, Fidel Castro ordena seguir hacia La Habana. Es una carrera contra el resto de fuerzas opositoras de Batista para asegurar su posición como uno de los principales líderes del nuevo país que se avecina.
Declara que esta vez los mambises sí entrarán a Santiago de Cuba. ¿Qué hubiera pensado Hegel de haber vivido eso? Si hubiera sido coherente con su pensamiento, probablemente lo mismo.
Para Georg Wilhelm Friedrich Hegel, líderes como estos significaban la manifestación espontánea del espíritu universal, que ve en ellos y en los pueblos que guían una forma de acercarse más a su autorrealización.
Para Hegel, estos individuos “tienen el derecho de su parte, porque son los clarividentes; saben lo que es la verdad de su mundo, de su tiempo, lo que es el concepto, lo universal que viene; y los demás, como se ha dicho, se congregan en torno a su bandera, porque ellos expresan lo que está en el tiempo”.[2]
Según la lógica de Hegel, el constante enfrentamiento dialéctico de una tesis y su antítesis dará lugar a una síntesis que supera las contradicciones anteriores y que, a su vez, se convierte en una nueva tesis. El espíritu se mueve en este constante viaje a través de la historia para finalmente hallar su forma definitiva, mientras utiliza a sus héroes elegidos como medio.
Esta filosofía de la historia, que la ve como una biografía de los grandes hombres, ha sido ampliamente cuestionada y hoy se considera superada. La historia se mueve en redes extremadamente complejas de relaciones sociales y personales que trascienden a los hombres puntuales. Pero sería insensato pretender comprender los procesos sin ver a sus principales figuras. Y, dentro de la oscura Revolución Cubana, la figura de Fidel Castro es un epicentro, más para mal que para bien.
Se hace entonces imperante ver al hombre en su contexto, desprenderse de los prejuicios que generaciones de cubanos, con su justa razón, han volcado en el dictador más longevo de América Latina.
Una aproximación a este problema desde la lógica hegeliana, con ciertas adecuaciones, esclarece cuestiones acerca del personalismo que tradicionalmente se le confiere a este acontecer. La Revolución Cubana no es solo Fidel Castro. Al menos, no completamente.
Siguiendo la lógica de Hegel del “héroe” como vidente del espíritu latente, cabría preguntarse entonces: ¿de qué espíritu fue vidente Fidel Castro?
La Cuba posterior a los años 1930 es una sociedad compleja a la que no se ajustan valoraciones maniqueas como a las que se nos ha acostumbrado.
En el plano económico, las estadísticas son claras. El PNB per capita mantenía un crecimiento constante entre los años 1940 y 1950. La situación demográfica estaba controlada. Existía una mejoría en el nivel de vida ciudadano y la industria azucarera continuaba siendo el principal rubro económico del país[3]. Cuba gozaba de una prosperidad envidiable con respecto a naciones homólogas en el continente.
Que las luces no nos impidan ver las sombras del sistema republicano cubano, porque de ellas nació la Revolución. Sí, sin duda las estadísticas muestran un panorama económico alentador, pero en países perfectos no ocurren revoluciones y menos aún triunfan.
En 1950 el Informe Truslow sentenciaba que Cuba vivía de una economía que hacía ya 25 años no crecía. La prosperidad reflejada en los datos económicos solo ocultaba la profunda crisis estructural de la industria azucarera, de la cual dependía la vida de millones de trabajadores.
Como ya se señalaba, la calidad de vida del ciudadano promedio había aumentado considerablemente con respecto a los años anteriores y al resto de Latinoamérica, incluso de Europa. Pero seguían existiendo males sociales graves, sobre todo en el sector rural de la población. Sin embargo, lo que moldeó definitivamente el espíritu de la época fue el sector político. El proceso revolucionario de los años 1930 había fracasado.
A este lo siguieron los gobiernos del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), los supuestos herederos de su programa, que representaban la voluntad de cambio de todo un pueblo. Estos gobiernos fueron un pozo de corrupción y crimen tan grande[4] que su partido vivió una escisión con la aparición del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) y su líder Eduardo Chibás, un ferviente anticomunista, dicho sea de paso.
Como indica su nombre, los ortodoxos buscaban el cumplimiento estricto del programa original del PRC(A), haciendo de la lucha contra la corrupción su lema. El suicidio de Chibás en 1951 significaría un duro golpe para las esperanzas de un pueblo de alcanzar soluciones dentro del sistema republicano.
Tal inestabilidad política culminó en el conocido golpe de estado de Fulgencio Batista, en marzo de 1952. A partir de entonces, no habrá en funcionamiento un sistema democrático en Cuba hasta nuestros días.
Entonces, ¿cuál espíritu es el que se le revela a Fidel Castro en su condición de vidente? La misma premisa de la filosofía de Hegel tiene la base de la respuesta: siempre el espíritu busca un avance a través del cambio.
En este caso, Fidel Castro ve un espíritu que se ha frustrado dentro de la crisis de un sistema republicano fallido, el cual ha llevado a un golpe de estado y una dictadura militar. Se hace urgente la necesidad de una transformación. Se necesita superar las contradicciones del sistema anterior en una nueva síntesis.
De esta respuesta surgen otras preguntas. ¿Por qué sería Fidel Castro el elegido para llevar a cabo la voluntad del espíritu? ¿Acaso el resto de fuerzas opositoras de todas las vertientes ideológicas no eran tan conscientes de la necesidad de un cambio como él? Si realmente Castro era un individuo escogido por la providencia divina del espíritu, ¿cómo terminó hundiendo a la nación cubana en un estancamiento general de más de 60 años?
Castro reconoce al espíritu de su contexto, pero dentro de ese reconocimiento ejerce su voluntad, la que, a su vez, se mueve entre las contradicciones, choques y corrientes de la compleja red de relaciones sociales.
Las diferencias entre afiliaciones políticas de Fidel Castro, antes y después de 1959, son la principal demostración de su “manipulación” del espíritu.
Antes de 1959, tenemos a un joven de clase alta y ambiente social conservador, que después haría de alborotador en el ámbito estudiantil y militante PPC(O).
Entonces ocurrió el golpe del 10 de marzo de 1952, la manifestación más clara de las contradicciones de un sistema que necesitaba una renovación urgente, el choque final entre tesis y antítesis que Fidel Castro vio. Por eso dirige una escaramuza contra el cuartel militar Moncada en julio de 1953.
Más allá de las discusiones que puedan existir al respecto de su involucramiento real en la acción, es un hecho que su papel de dirigente le valió el ascenso como una de las figuras más importantes del movimiento contra Fulgencio Batista.
Desde la fundación del Movimiento 26 de Julio hasta las primeras etapas de la Cuba revolucionaria, no se dieron declaraciones explícitas por parte de Castro de estar realizando una revolución socialista.
Fidel Castro pactó con distintas figuras de la oposición, como el expresidente Carlos Prío y los líderes del Directorio Revolucionario, entidades comprometidas con los ideales de la Revolución de los 1930, no con una instauración del socialismo en la Isla.
La ausencia de acuerdos y reuniones con el Partido Socialista Popular (comunista) es una constante de este proceso. Las diferencias se mantendrían incluso después del primero de enero de 1959, como en el caso de la Microfracción, en acontecimientos donde peligraba la hegemonía de Fidel Castro en el poder.
Las intenciones de declarar el carácter socialista de la Revolucion no se hallaban en correspondencia con el contexto ni en el ámbito nacional o internacional. En pleno apogeo de la Guerra Fría, exponer tales intenciones era una condena del movimiento antibatistiano guerrillero de Fidel Castro. Detener el avance del comunismo era una prioridad máxima y él necesitaba un margen de maniobra que le permitiera evitar una intervención estadounidense directa y contraria a sus intereses.
El espíritu de cambio nacido de la frustración republicana es entonces manipulado para favorecer el cambio concreto que deseaba Fidel Castro. Los hechos demuestran que todo el proceso de lucha contra la dictadura de Batista se sustentaba en la renovación de la República y los valores democráticos. En 1959 Cuba no buscaba ni necesitaba “trascender” el sistema capitalista. Solo necesitaba reformarlo, adecuarlo, deshacerse de los males antiguos y renovarse. Ese era entonces el espíritu.
En cambio, Fidel Castro se valió de sus juegos de poder y de la legitimidad obtenida como líder del Movimiento 26 de Julio para lograr la hegemonía de su visión revolucionaria, transformando ese espíritu, pervirtiéndolo.
Decía Hegel que, una vez que el espíritu ha elegido un ente como su vehículo y este termina su papel, sería puesto de lado y nunca más será su avatar de nuevo. Los más de 60 años de inmovilismo social y político, junto a la cada vez más decadente situación económica, parecen una excruciante evidencia de ello.
Notas:
[1] Ratia, Jorge. Hegel y las astucias de la razón. En: https://ethic.es/2022/08/filosofia-hegel-y-las-astucias-de-la-razon/, 2022. Consultado el 4 de diciembre de 2024.
[2] Hegel, G. W. F. Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Madrid, Alianza Editorial, 2004. p. 177.
[3] Santamaría García, Antonio. El crecimiento económico de Cuba republicana (1902-1959). Una revisión y nuevas estimaciones en perspectiva comparada (población, inmigración golondrina, ingreso no azucarero y producto nacional bruto). Publicado en: Revista de Indias, 2000, vol. LX, no. 219.
[4] En esta época se dio el bonchismo universitario. El bonchismo fue un fenómeno en el que diversos jóvenes, principalmente del sector estudiantil universitario, se unieron en pandillas con supuestos nombres y aspiraciones revolucionarias que, en la práctica, funcionaron como instrumentos de violencia e intimidación. Destacadas figuras de la lucha revolucionaria salieron de estos grupos, como es el caso de Fructuoso Rodríguez. También esta fue una de las etapas de mayor penetración de la mafia estadounidense en la Isla.

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