15 de abril, mañana. Llaman a la puerta. Abro en un sobresalto. Es una persona que viene a hacer un favor. Lo sé porque lleva algo en las manos que estábamos esperando. Sin embargo, le digo que aguarde un momento y cierro la puerta, lo dejo fuera.
En otra ocasión lo hubiera hecho pasar. Habría dicho que se sentara mientras encendía el ventilador para que se refrescara, y le hubiera servido agua y café.
Me apena tanta falta de civilidad de mi parte. Mi consuelo es que esa persona probablemente no habría entrado tampoco, dadas las circunstancias.
Vivimos una distopía, ¿alguien lo duda?
Miro por la ventana y me da por odiar a todo el que pasa: ¿será posible que se sigan exponiendo? Esta mierda mata, y no se sabe quién la tiene. Eso pienso y se me olvida que ayer salí a buscar una tarjeta para el teléfono, que mañana necesito comprar almohadillas sanitarias.
La última vez que vi a mi madre no nos abrazamos, tampoco nos dimos un beso. El único intercambio que tuvimos fue cuando ella me entregó el anillo de bodas de mi abuela. Está en mi índice derecho ahora, con una fecha y unas iniciales, grabadas hace ochenta años.
Tampoco abracé a mi padre la última vez, ni a mi hija cuando se despidió de mí para ir a pasar la cuarentena con su pareja.
Algo bueno tiene el maldito nasobuco, además de su función protectora, y es que si un conocido o incluso un amigo se cruzan con usted en la calle, no va a percatarse de quién se trata. Mejor así: no pasar por el mal rato de no poder expresar la alegría de verlo, el deseo de ser cariñoso.
Otro mal viene a dividirnos.
No es la peste, ni los vampiros, ni la Muerte Roja del cuento de Edgar Allan Poe. Ni siquiera es la COVID-19. Es el miedo.
No valen de nada los romanticismos. Es momento de sobrevivir.
Vaya a lo suyo. Escuche las noticias y respire, porque usted todavía no ha pasado a ser un número en las estadísticas que, más pronto que tarde, serán olvidadas.
Si quiere ponerse muy activo en su tarea por sentirse seguro, hay muchas maneras:
Ofenda, evite o expulse de su edificio a las personas que trabajan en la Salud o en los servicios que aún no han sido cancelados.
Si desde su balcón usted ve desplomarse a una persona en la calle no se inmute, en todo caso llame a la policía.
Sírvase de criticar en las redes a quienes no tienen más remedio que salir a exponerse porque no les queda nada que comer. Para algo usted tiene la nevera llena, y si le falta algún producto puede solicitarlo a domicilio.
Critique a los que la epidemia les agarró en un crucero, que se jodan, nadie los manda a andar paseando por ahí.
Huya, huya a toda velocidad de ese que estornuda a cuatro metros de distancia.
Quéjese de todo en las redes, de cada uno de los gobiernos, de la medicina, de las religiones, de las preferencias sexuales de los otros, de los gustos musicales, de la mala poesía y de la buena, de la ciencia ficción y sus premoniciones, del cine apocalíptico y de la cábala.
Eso, le aseguro, lo mantendrá a salvo.Y recuerde lo más importante: si viene la ambulancia a buscarlo, no se moleste usted siquiera en avisarme.
Gueto a la cubana (III)
Nunca antes había seguido tanto la TV cubana. En general no me interesa. Para informarme uso otras vías, cuando puedo. De lo contrario, me mantengo al margende todo. Ahora eso es casi un suicidio. Es necesario estar al tanto de lo que ocurre, en el país y fuera de él.