En 1989 se estrenaba Erick The Viking, una comedia de aventuras dirigida por el ex Monty Python Terry Jones, inspirado en su propio comic homónimo para niños, aunque con una historia distinta.
Además de sus viejos colegas del grupo humorístico inglés, como John Cleese, en la cinta trabajaron también actores de renombre mundial, como Mickey Rooney y el espigado Tim Robbins.
La película está construida sobre el delicioso humor de los MP, satirizando despiadadamente muchos de los tópicos sobre los hombres del norte…, como los berserkers, sus dioses y monstruos.
Pero no es sobre mitología escandinava, ni en broma ni en serio, que quiero hablar hoy. Sino sobre un pasaje muy concreto de este largometraje: el hundimiento de Hy-Brasil.
Situada en el medio del Atlántico, esta legendaria isla, que luego inspiró el nombre del verdadero Brasil sudamericano, era el paraíso de los pacifistas, porque en su territorio, supuestamente, no se podía derramar sangre humana, ni cometer actos violentos.
Cuando esto ocurre, por culpa de una bizantina historia de envidias y conspiraciones, todo el país comienza a hundirse, mientras sube rápidamente el nivel de las aguas.
Lo curioso es que, en tanto el protagonista, Erick, y sus colegas vikingos, buscan refugio en su drakar, junto con la hija del rey de la isla, dicho soberano, junto a sus dignatarios más allegados, sólo se reúnen en las gradas del templo más alto de Hy-Brasil. Y, cuando los conminan a salvarse, niegan tozudamente que su patria se esté hundiendo…, hasta que las olas los engullen.
¿A alguien le resulta familiar la situación? Cualquier semejanza con la realidad cubana no es pura coincidencia.
Tras la pandemia y su cuarentena, la mayor de las Antillas ha ido de mal en peor: sin producciones propias, ni apenas turismo internacional, sufre una inflación galopante, mientras los salarios se devalúan y los precios de los productos de la canasta básica suben sin cesar.
Muchas familias ya viven en el umbral del hambre; otras, ya lo pasaron y se debaten al otro lado, intentando sobrevivir.
Incluso la Salud y la Educación, tradicionales orgullos nacionales, cada vez dejan más que desear. Ya nadie quiere dar clases por los míseros salarios que se pagan a los maestros, y no hay medicamentos ni otros insumos en los hospitales.
Así que los que buscan la solución migratoria son más y más, cada día.
Sin embargo, en el Noticiero y otros programas de la TV nacional sólo se insiste en que las ratas abandonan el barco. Mientras se cantan aburridas loas a la buena gestión del gobierno, alternando con monótonas salmodias de esperanza en que la biotecnología, las mipymes, o alguna otra mágica solución, permitirán cortar el nudo gordiano de la peor crisis económica que haya atravesado nunca el país.
Por si alguien los ha olvidado, se enumeran una y otra vez los logros de la Revolución, y cuánto más podríamos hacer, si no fuera por el maldito bloqueo, consecuencia de la terrible envidia que Washington siente por nuestros éxitos.
Con razón aquel niño, cuando le preguntaban dónde quería vivir, respondía, muy orondo: “en el Noticiero; ahí sí hay de todo”.
Es una visión muy sesgada de la realidad. Las malas noticias parecen estar totalmente vedadas. Y el optimismo, ser obligatorio.
Incluso cuando ocurren desastres imposibles de esconder, como la explosión del hotel Saratoga, el incendio de los depósitos de combustible en la base de súper tanqueros de Matanzas, o algún derrumbe especialmente aparatosodel que enseguida se hacen ecos las redes sociales, se prefiere destacar la heroica respuesta de los bomberos, los militares y el pueblo en general.
Está claro que en malos tiempos todos ansiamos buenas noticias, pero ¿no se están pasando tres pueblos?
Todo depende de quién lo relate. Los disturbios de julio del 2021 fueron “vandalismo de unos pocos elementos aislados”, no síntoma del general descontento popular. Que hace más de un mes que no haya pollo… ¡y pensar que tantos nos quejábamos de que nos iban a salir plumas, si seguíamos comiendo sólo carne de esas aves!, y nadie sepa si habrá por fin de año… porque, de carne de cerdo, ni hablar… no es un problema. Sólo una contingencia.
Lo mismo que los apagones, la escasez nacional de transporte y combustible, la proliferación de basura en las calles, y todo lo demás que huele a podrido… y no precisamente en Dinamarca.
Y el que se atreva a decir que no vivimos en el mejor de los mundos posibles, mejor que se prepare a ser oficialmente estigmatizado como derrotista, disidente y mercenario de Miami en Con Filo, el segundo mejor programa humorístico del país… después del Noticiero, claro.
No es que en Cuba no exista libertad de opinión. Es que sólo hay dos opiniones posibles: la de los que están de acuerdo 100% con la posición oficial, cada vez más difícil de defender… y todas las demás. Que por fuerza están equivocadas de medio a medio y dignas sólo de traidores entreguistas, no de auténticos.
Entonces, ¿decir lo mala que está la situación es ser un enemigo del pueblo?
Y cualquiera que grite “el rey está desnudo” se expone a que los compañeros de la Seguridad del Estado que lo atienden lo visiten para explicarle en detalle por qué el monarca está perfectamente vestido… sólo que no vemos su rico traje. ¡Ay de los que no entiendan esas razones!
Por muchos años, el Estado cubano temió a los emprendedores o cuentapropistas, porque quien desarrollaba actividades económicas por su cuenta podría llegar a no depender de los servicios que el gobierno oferta a la población. Y, en consecuencia, desarrollar y hasta sostener criterios políticos propios, sin miedo a ser presionado por quienes ya no lo mantienen.
Históricamente, los cubanos hemos vivido chantajeados: si no vas al trabajo voluntario del domingo, no te van a dar el aval para la Universidad. Si no vas al campo en vacaciones, no te vas a graduar. Si no desfilas el Primero de Mayo, pierdes el derecho al estímulo de aseo.
Era una versión socialista y tropical del contrato social de Rousseau: uno hacía como que trabajaba, y el Estado como que le pagaba.
Como sólo con el salario no se podía vivir, había que hacer otros trabajos, resolver “por la izquierda” o “luchar” (sinónimos de robo, en mayor o menor medida). Lo que el comprensivo Estado permitía, mirando hacia otro lado, siempre que no fuera demasiado visible. O, sobre todo, mientras no se le cuestionase, políticamente.
Pero, ¿cómo chantajear a alguien que no depende de la buena voluntad del gobierno para ganarse los quilos? Sobre todo, cuando las mipymes son la única posibilidad de que, aunque sea pagando precios absurdos, la población tenga acceso a los productos de primera necesidad, cuyo suministro el Estado ya no puede garantizar, porque en las últimas décadas ―¿por culpa del bloqueo, también?― hemos sido tan malos pagadores que hoy nadie nos da crédito y todos nos venden sólo contra cash. ¡Malvados capitalistas!
Bueno, supongo que algún modo de controlar a las mipymes habrá. Porque nuestro astuto gobierno no da puntada sin hilo. Por ejemplo: si no te callas y dejas de alborotar, te quitamos la licencia de importación y te hacemos una auditoría, en la que siempre te aparecerá algo turbio. Y si no, te lo inventamos.
¿Qué nos queda, entonces?
Pues, supongo que resignarnos a gritar, todos, bien alto: ¡todo está muy bien! ¡no pasa nada! ¡Hy-Brasil no se está hundiendo!
Sí, parece que, mientras tantos prudentes ¡o desesperados! vikingos, ya sea su nombre Erick u otro cualquiera, abandonan la Isla que se hunde, no en drakkars sino en balsa, vía Dominicana-Nicaragua o por el parole, los que nos quedamos, de buen o mal grado, sólo estamos autorizados a repetir, con enérgica virilidad: ¡Hy-Brasil no se está hundien… glup, glup, glup…!
Los jardines colgantes de Habanilonia
En nuestras latitudes, tales maravillas botánicas son hijas del descuido y la desidia, que no del esfuerzo mancomunado o la mano de obra esclava.