Irma Izquierdo, la Peregrina Alegre

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Una cruz de más de un metro le curvaba la espalda. A veces descalza, sudorosa pero alegre y dinámica, caminaba Irma Izquierdo, la Estigmatizada cubana, por la Carretera Central, siguiendo las órdenes que le daba Jesucristo en sus noches de epifanía.

Estamos en el año 1956, se aproxima la Semana Santa y una joven de 19 años realiza la proeza de caminar desde el sur de La Habana, hasta la Iglesia de El Cobre, en Santiago de Cuba.

Más de 900 kilómetros con una cruz a la espalda y una cohorte de periodistas, policías, devotos y curiosos a su alrededor. ¿Quién fue esta muchacha que realizó lo que el periodista Oscar Pino Santos llamó “Peregrinación Alegre”?

Hasta el momento en que se convierte en un personaje reconocido por la prensa, pocos datos hay de Irma. Se sabe que nació en 1937, aunque no exactamente dónde (algunos aseguran que en el pueblo pinareño de Consolación) y que sus estudios los realizó en el colegio El Sagrado Corazón, donde recibió una férrea educación religiosa.

A lo largo de su recorrido, varias veces comentó que desde pequeña veía y escuchaba a Jesucristo, así como representaciones religiosas. También había sido presa de convulsiones, de las que luego pasaba a un trance y decía tener al lado la Santa Faz.

Estando en Cienfuegos, durante su peregrinar, realizó una fotografía del salto del Hanabanilla en donde afirmaba que estaba el Señor. No obstante, nunca intentó venderse como curandera ni sanadora. Era una enviada de los cielos.

Su belleza era muy llamativa: trigueña, de estatura promedio y pelo ensortijado, largo hasta la altura de los hombros, que muchas veces sujetaba con una mantilla. Los ojos muy vivos y una sonrisa que solo desaparecía de su rostro cuando entraba en episodios místicos. Estaba casada y vivía con su esposo en el pueblo de Güira de Melena, donde ansiaba tener los hijos que le completarían la familia.

El matrimonio tenía algunos problemas para procrear y fueron atendidos por especialistas para ayudarlos a tener descendencia. Irma aseguraba que, mientras no realizase su caminata, no podría concebir.

Antes de salir, ya no probaba bocado. Se dice que llegó a alimentarse solamente de sorbos de vino y algunos pedazos de pan. También comenzó a presentar estigmas, huellas impresas sobrenaturalmente en el cuerpo de algunos santos extáticos, como símbolo de la participación de su alma en la pasión de Cristo.

Antes, había sido víctima de unos sudores sanguinolientos (clínicamente llamados hematohidrosis) que le inundaron la frente. Fue marcada en manos y pies, en los lugares donde debieron estar situados los clavos de Cristo.

También sufrió de hematomas y verdugones a lo largo de su espalda y en los brazos, como si hubiese recibido azotes o latigazos. Algunos de estos hematomas formaban figuras de cruces en sus muslos y piernas, y un letrero en que claramente se leía: INRI.

Tras estos incidentes, comenzó a llenar la primera plana de periódicos y revistas. En algunos la adoraban y la llamaban Santa. Los más atrevidos llegaron a verla como una salvadora que detendría el baño de sangre que estaba sucediendo entre el Ejército Rebelde de Fidel Castro y las fuerzas armadas del gobierno de Fulgencio Batista en el oriente de Cuba.

Otros, como la revista Carteles, la acusaba de fraude y tildaba su peregrinación de una superchería. No obstante, el pueblo desbordó su devoción religiosa y se cegó ante el paso de la Estigmatizada.


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Hubo personas que, al verla pasar, cerraron sus bohíos y la acompañaron hasta el final de su viaje. Ante el despliegue mediático que iba adquiriendo, decía: Mi misión necesitaba publicidad. Así me lo ha mandado Dios. Si no, no tendría razón de ser.

Normalmente el tipo de personas que realiza estas acciones tiene un carácter penitente y una vocación martirizante, que los convierte en ascetas fanáticos. Sin embargo, Irma era todo lo contrario.

En el reportaje de Pino Santos, se refiere a ella como una muchacha “risueña y habladora”, que además cuidaba mucho su vestimenta y pintaba sus uñas con regularidad, mientras le tira besos a su esposo.

Tampoco cargaba la cruz todo el tiempo. Al anochecer, la dejaba en un lugar específico donde, según ella, se necesitaba la presencia de Dios de manera directa. Generalmente eran bohíos o casuchas donde habitaban familias pobres y en las que tener pernoctando semejante símbolo era motivo de regocijo.

Ella se retiraba a un hotel u otra casa. Al día siguiente, la recogía y seguía su camino. Nunca iba ella delante, la cruz siempre la precedía.

Entre caminata y caminata, utilizaba un Chevrolet azul de 1956, de los que llamaban pisicorre, para desplazarse. Allí llevaba todo su equipaje, que estaba compuesto por una variopinta multiplicidad de objetos: desde una caja de refrescos fríos, hasta una lámpara de luz brillante.

Se rumoreaba que el carro era una especie de donación o préstamo oficial, algo que ella estuvo desmintiendo hasta sus últimos días. Nunca tuvo una frecuencia ni una organización en los horarios de su recorrido. Sin embargo, en promedio caminaba unos 7 kilómetros por hora, una velocidad asombrosa. En un día llegó a recorrer casi 120 kilómetros, siempre acompañada por su esposo y sus seguidores religiosos.

A Irma la visitaban médicos con regularidad, para realizarle análisis físicos. Le revisaron el tiempo de la coagulación de la sangre, le midieron la presión arterial y le realizaron prueba de fragilidad capilar de Rumpel-Leede.

En ninguna se vio problema alguno. Los sanitarios coincidieron en que era una muchacha físicamente saludable. También tomaron muestras de los estigmas de la piel y analizaron las letras de la palabra INRI que tenía en su muslo, en ambos casos concordaron en que eran heridas autoinfligidas, lesiones provocadas, las llamó la revista Carteles.




Mentalmente, sin embargo, los médicos consideraban que Irma no estaba bien. Tampoco es que fuera un caso novedoso para la psiquiatría. La muchacha sufría de histeria.

Su cuadro clínico respondía, según los reportes médicos de la época y los análisis que podemos hacer a partir de entrevistas que se le hicieron durante su recorrido, al fanatismo y el egocentrismo.

Tampoco puede obviarse que se trataba de una adolescente criada en un ambiente de fanatismo religioso y con problemas de infertilidad. Suponemos que encontró en esta suerte de promesa un camino para tener descendencia y canalizar toda su vocación espiritual.

Por otro lado, la Iglesia Católica no se pronunció, aunque Irma declarara que era una enviada de Dios y que su misión era llegar al Santuario Nacional de El Cobre y realizar desde allí una nueva misión que la llevaría hasta Jerusalén, según indicaciones de Cristo.

No obstante, el vocero del Cardenal de La Habana realizó un pronunciamiento a título personal en el que no consideraba a Irma como un caso de estigmatización genuino, según los cánones de la Iglesia.

Argumentó esto con los resultados de los psiquiatras que la habían atendido, coincidiendo con ellos en que las causas del fenómeno se hallaban en la autosugestión y los trastornos neuropsíquicos, concluyendo que la definición del caso era la de una crisis de alucinaciones que debía resolver la ciencia y no la teología.

Muchos, no obstante, la siguieron hasta El Cobre, donde el pueblo esperaba ansioso su llegada. Hasta ese momento la acompañó el grupo de militares que no se le despegó desde su salida de Güira. La muchacha había logrado su cometido ante las cámaras y las páginas de los periódicos de Cuba y el mundo que comentaron el suceso.


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Lo que sucedió luego con ella es parte de la leyenda. Unos dicen que se elevó, que se hizo Santa y subió directo a los cielos, transfigurada. Otros, que regresó a su pueblo embarazada y preparada para formar su familia. Pero realmente la mayoría la olvidó.

La intensificación de los combates en la Sierra Maestra y la creciente inestabilidad en Cuba, llevó a que su nombre desapareciera inmediatamente de los medios y ni Carteles hizo un reportaje sobre el cierre de la aventura.

En 1959 volvió a ser noticia, brevemente, cuando salió de Cuba ―no se sabe acompañada por quien― y se radicó en los Estados Unidos.

Allí seguía diciendo que tenía visiones y escuchaba la voz del Señor, pero en los convulsos días del principio de la Revolución, donde Miami era un hervidero de exiliados, Irma fue tomada por loca y desapareció del espacio público, esta vez hasta el 2010.

En ese año fue protagonista de un documental en el que, ya anciana, disertó sobre lo que fue un suceso trascendental en la primavera de 1956 y aún hoy se recuerda como el “caso de la Estigmatizada”. Luego de esto, no se supo más de ella.

Sirva su caso para ilustrar uno de los momentos más pintorescos de la República, donde el misticismo, la devoción, lo vernáculo y lo político se unen para engendrar una leyenda.

Irma Izquierdo fue un personaje que, como Antoñica y los Acuáticos de Pinar del Río, removieron la conciencia religiosa de un pueblo sincrético, a partir de un performance que ha sido perecedero.



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Fotos: Archivos de la revista Bohemia, número 21, 20 de mayo de 1956.




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Haziel Scull Suárez

Con la misma prontitud con que el escultor italiano Enzo Gallo Chiapardi modeló el busto dedicado a Fidel Castro, tuvo que desparecerlo de la faz de la tierra.