Si la dictadura cubana supo blindarse y resistir a la caída de la URSS mediante una estrategia de plaza sitiada, ¿qué podría impedirle hacerlo nuevamente ante la eventual caída del régimen que se instaló en Venezuela hace más de veinte años?
Suponer que la desaparición del chavismo desatará un efecto dominó que afecte a las dictaduras de izquierda que hoy se mantienen en Nicaragua y Cuba, así como el cese de su influencia en otros estados que buscan instalar con iguales métodos gobiernos autoritarios, podría tratarse solo de un cálculo entusiasta, al menos en lo que respecta a La Habana.
A pesar de que la dictadura más antigua del hemisferio occidental ha dado muestras en el pasado de que no pueden aplicársele los mismos análisis que parecen válidos para otras dictaduras, existen en este momento determinadas condiciones históricas que podrían ser de importancia y capaces de conducir a su final.
Agotados por completo los medios que disponía dentro de la Isla para su sustento, próximos a perder aquellos que supo extraer de la colonia venezolana, es ahora su propio ánimo parásito el que los empuja a un colofón que ha tardado mucho en llegar, pero que, como todo acto natural, ha de imponerse ineludiblemente.
Aunque parecieran haber encontrado en México un nuevo huésped que les permita una supervivencia pírrica, es importante tener en cuenta que, por las características del país y por su proximidad con los Estado Unidos, resulta imposible que la injerencia cubana pueda llegar a ser tan directa como la que alguna vez poseyó sobre la nación sudamericana, ni de tanta profundidad que les permita el secuestro de las instituciones del estado azteca.
¿Es acaso su propia rapiña, su parasitismo la causa de este colapso? Así lo parece.
La posible desaparición de Maduro, más el cambio que va a producir el hecho de que las derechas recuperen poco a poco los espacios detentados por gobiernos afines al bolivarianismo; además de una falta de adalides, de socios dispuestos a dejarse infectar a cambio de la fórmula para conservar el poder, vendrá a cerrar el círculo alrededor del régimen.
A la extinción absoluta de toda posibilidad de sostenerse, tanto dentro como fuera de la Isla, con una situación límite y una población en contra, se suman ahora unos Estados Unidos que parecen haber encontrado la justificación precisa para un regreso a las antiguas formas de corregir los siempre peligrosos caudillismos locales. Estos, aliados al narcotráfico, se han convertido en una amenaza palpable. Y la respuesta de Washington ha sido el despliegue, por primera vez desde hace treinta años, del ejército norteamericano en el sur del mar Caribe.
En este panorama en que se encuentra inmersa la dictadura cubana, debilitada sobremanera y a las puertas de la debacle, se consolida la idea de que el momento ha llegado, de que es imposible mantener por más tiempo el estado actual de las cosas y urge dar paso a ese “algo” que obligatoriamente está por venir, el que llegará quiéranlo o no los jerarcas del viejo gobierno castrista.
Esta debilidad ha mermado su capacidad de continuar exportando, de manera efectiva, las maneras de influir en la política de sus vecinos, así como de ser medio para el secuestro de las instituciones regionales que alguna vez le sirvieron de asidero.
La apertura de la Isla a las redes y la presencia constante de una narrativa alternativa a la versión oficial, algo que no existía antes en el imaginario público, ha horadado las simpatías hacia un sistema totalitario que utiliza la miseria, la pobreza y la deshumanización como herramientas de dominio sobre las personas, creando una realidad ahora intolerable ante los ojos de un mundo que tiene como premisa la comunicación, donde estos arcaicos métodos de propaganda ya no funcionan.
Más que el “pueden resistir”, la pregunta real es el “cuánto podrán” resistir.
Los elevados costos y unas condiciones insostenibles parecieran empujar a un momento que podría ser definitivo tras la muerte más o menos inminente de Raúl Castro y el fin de los equilibrios que todavía permiten la riqueza de unos generales cada vez más necesitados de salvar a sus hijos, nietos y fortunas. Esta élite, ante la ausencia de las principales figuras históricas de autoridad, no tardarían en negociar ciertas prerrogativas que les permitan salvar algo o todo, dependiendo de los elementos que contemple una eventual transición y la disposición que exista para la misma.
De perseverar la nueva actitud norteamericana de volver a tener presencia en la región, es imposible que no se produzca en algún momento el choque con el que ha sido el mayor foco de inestabilidad en Latinoamérica. En especial, con un presidente que parece enfocado en que su legado histórico sea el fin de todos los conflictos y el sometimiento a la paz de quienes los provocan.
Esta conjunción definitiva, sumada a una actitud de la actual administración norteamericana, que parece haber cambiado por completo al no estar dispuesta a “dejar hacer”, sino a hacer por sí misma, podría ser lo que gatille el fin de una dictadura incapaz de subsistir, ni siquiera de extraer parasitariamente de otros lo necesario para sostener un poder prácticamente nominal.
Privados de toda forma de subsistencia, se verán sometidos a la salida de emergencia que ejecutan los organismos especializados en vivir de otros, los que terminan siendo víctimas de su propia voracidad.

Cómo resistir a un dictador
La líder opositora Svetlana Tijanóvskaya analiza la oposición democrática de Bielorrusia y lo que necesita para ganar.