Yo salí de Guanabacoa con el objetivo de unirme a la manifestación que había en Regla porque vi en un post de Iliana Hernández que la gente allí se había tirado para la calle. Conmigo iban varias personas con el mismo objetivo: llegar a Regla. Pero en el semáforo de Guanabacoa había un grupo de revolucionarios, de personas afines al Gobierno, que ya nos habían bloqueado la calle con guaguas y camiones.
De Guanabacoa bajaba mucha gente, pero estábamos dispersos, no era una concentración. Todo el mundo iba repitiendo “Patria y Vida”, “Libertad”. Logramos evadir a los “Patria o Muerte” y llegamos a Regla. No encontramos la manifestación porque ya ellos estaban lejos y viramos para Guanabacoa a ver si allí podíamos manifestarnos, si había más personas del bando de nosotros.
En Guanabacoa ya quedaban muy pocas personas. Estaban los del otro lado, los que Díaz-Canel convocó, y había un pequeño grupo que estaba gritando “Patria y Vida”, “Libertad”, desde la acera. Incluso, hubo un momento cuando el grupo de los “Patria o Muerte” se abalanzó sobre la gente que estaba en la acera.
Yo estaba sola, alejada del grupo, y vinieron cuatro o cinco mujeres encima de mí a empujarme. Levanté las manos y les pedí que me dejaran, que yo estaba ejerciendo mi derecho. Yo con mis consignas, ellas con las suyas, pero ellas eran las que me estaban empujando.
Orquidea Leon Prieto.
Me tenían cercada, me escapé de ellas por el lado y seguí recitando consignas. En otro momento volvieron a caerme encima, una mujer me cogió por la espalda y me llevó; creo que me quería conducir al carro. Pero yo me le escapé, me senté en el piso y levanté las manos. Yo esperé, inocentemente, que ellos entendieran que me estaba manifestando pacíficamente.
En ese momento fue cuando me cargaron, me levantaron en peso. De ahí, sentada en el piso con los brazos en alto, haciendo el símbolo de libertad con los dedos, me cargaron en peso unas ocho, diez personas, y me lanzaron adentro de un carro. A mí y a otra muchacha de Guanabacoa, que salió a los tres días.
Entrando a la estación de la Policía Nacional Revolucionaria de Regla, pedí que me buscaran a la Seguridad del Estado porque yo soy opositora. Todo el tiempo me llevaron por un delito común de “desórdenes públicos”. Yo le decía al instructor: “Esto no es ningún delito común, yo estaba ahí manifestándome. Búscame a alguien de la Seguridad del Estado, yo contigo no tengo nada que hablar. Si tú me cargas a mí con desorden público le tienes que echar a la gente que estaba del otro lado también gritando”.
La gente que salió validando la orden de Díaz-Canel, dijo el instructor, salió a “contener” el desorden público.
Taimara Samón.
En la estación de Regla estuvimos tres días. Los calabozos estaban llenos, la comida pésima. No había agua, le teníamos que pedir el cubo al guardia.
El primer día yo pedía por favor que me dejaran llamar a mis hijos, que mi familia no sabía que yo estaba allí. Yo tengo dos niños pequeños. Y no me dejaron. Cuando me montaron en el carro, pude sacar el teléfono y llamar a mi hermana, que está en Miami. Pero no había hablado con mi mamá, que tenía que recoger a los niños. No nos dejaron avisar a los familiares. Por la noche, cuando me llamaron para entrevistarme, una oficial de la Seguridad del Estado me dijo que me dejaría llamar y me dio una tarjeta. El teléfono de la carpeta estaba inutilizable. En el calabozo también había un teléfono, del calabocero, pero cuando probé, la tarjeta estaba vencida. Al tercer día el calabocero me dejó llamar y pude pedirle a mi madre que me trajera el aseo. Ella no sabía que yo estaba en Regla, pensaba que estaba en Guanabacoa.
A los tres días soltaron a unos cuantos, pero a mí me trasladaron al Vivac. Al cuarto día me bajaron la medida de prisión provisional. En el Vivac ni me entrevistaron, no nos interrogaron, nada. Nos tuvieron siete días ahí, con la incertidumbre de no saber lo que iba a pasar. No nos decían nada de nuestro proceso.
Al sexto día pusieron el programa Hacemos Cuba, de Humbertico. Los tres casos que estábamos ahí de Regla le reclamamos a los oficiales que las cosas que decía eran falsas: que a las 24 horas ya los familiares sabían de nosotros, o que los acusados habían hablado con abogados o con fiscales. Nosotras no hablamos con ninguna de esas personas, nos tomaron una declaración y ahí nos dejaron. Nos respondieron que iban a llamar a los instructores para ver qué iban a hacer con nosotras.
Mayra Taquechel Lovit.
Al día siguiente nos vino a buscar el instructor penal y nos llevó para el Técnico de Alamar. A una muchacha le dieron prisión domiciliar. A la otra, Mariam, la trasladaron al cuarto día a la Prisión de Mujeres de Occidente, en el Guatao. A mí me dejaron allí una semana.
Las condiciones del Técnico de Alamar son infrahumanas. Una falta de higiene descomunal. No nos daban cloro, no nos daban nada para desinfectar las celdas. Tuve que reclamar que dejaran el agua puesta y que me dieran utensilios porque había una suciedad horrible, una peste muy grande. La comida igual de horrible.
En el Técnico tuve buen trato por uno de los oficiales, que se solidarizó conmigo y con otra muchacha que estaba allí por otra cosa. Éramos las dos únicas mujeres. Conversaba con nosotras, nos llevaba el periódico, café, merienda. Un oficial bastante humano.
Ya en el Guatao, nos pusieron a todas las manifestantes en aislamiento durante 14 días. Después nos pasaron para el penal, separadas de todo el mundo. Ahí había unas 25 mujeres que ya le habían hecho juicio; todas acusadas de “desórdenes públicos”.
Mariuska Díaz Calvo.
El aislamiento se hace en las celdas de castigo de la prisión. La única diferencia es que a las que están castigadas no les dan colchón. Metían a la gente que acababa de llegar con las que ya llevaban días esperando para salir de aislamiento. Si alguna daba positivo todas las de la celda se quedaban dos semanas más. No entraba nada de sol, lo único que había era unos huequitos en la pared y un calor insoportable.
En esas celdas no hay agua corriente. Mandaban a los muchachos del Servicio Militar a que nos llevaran cubos de agua. Cuando la ponían, muchas veces por la noche, era por una tubería pequeñita que hay encima de la letrina, y ahí teníamos que llenar los cubos de jarrito en jarrito. Nosotras pedíamos utensilios para limpiar y no nos daban, y luego nos reclamaban por la limpieza.
Al segundo día, el coronel de la prisión nos dejó llamar, según nos enteramos, porque los familiares de las manifestantes iban a protestar. Pero en aislamiento no está establecido que permitan llamadas. Dos semanas ahí, sin llamar a nadie. Nos dieron dos minutos de llamada y hablé rápido con mi mamá. La oficial casi me cuelga el teléfono.
En la celda del penal éramos ocho. Ellas no saben que escribo esto.[1]
Taimara Samón es una de las que estaba allí conmigo. Una guantanamera de 29 años que tiene un pequeño de 4 años y vive alquilada en Centro Habana. Nos contaba que no había salido por ningún motivo político. Muy curiosa. No estudió, pero me hacía muchas preguntas. Por primera vez se interesaba por lo que estaba sucediendo realmente en su país.
Daniela Rojo y sus hijos.
(Foto publicada con la autorización de la autora).
Me decía: “Yo fui a filmar a Yomil, y a ver aquello, eso nunca se había visto en Cuba. Nunca he sido contrarrevolucionaria, estaba allí porque los zapatos están muy caros, porque no hay comida ni medicinas, la situación está muy mala”. En el video suyo que tienen las autoridades ni siquiera se le oye gritando.
A Taimara le hicieron un juicio sumario el día 20 de julio y la condenaron a cumplir un año de privación de libertad y cinco años de destierro fuera de La Habana, solo por estar en la concentración frente al Capitolio. No habla con su niño desde el día 11.
Alfredo, un chico trans, y Taimara daban tremendo chucho y amenizaban aquello. Nosotras esperábamos sus conversaciones. No sé más de él porque no estaba en mi celda.
Yurema, Yaquelin y Liliana son de La Güinera. A ellas las fueron a buscar a los días.
Yaquelín Castillo era “la madrina” de la celda. Tiene un hijo preso que depende de ella.
Yaquelín Castillo.
Yaquelín no sabe nada de política, no le interesan los partidos, sino el precio de las cosas que tiene que mandarle a su hijo. Una persona muy religiosa, espiritual, que nos contaba historias de misas, de muertos, que me dijo que soy bruja e hija de Yemayá, que consolaba a quien explotaba en llanto, que limpió la celda con sus manos y un pedazo de toalla vieja a falta de instrumentos, que nos ayudaba a conciliar cualquier conflicto. Me pedía que le cantara canciones románticas y yo trataba por ella de ampliar mi repertorio.
Ella no está en edad de tirar piedras ni de dar golpes. Estaba filmando y por aparecer en un video la fueron a buscar a su casa también. Le pusieron medida cautelar de prisión provisional hasta el juicio. Está esperando ansiosamente que “pase algo”, que alguien revise los casos y la suelten.
Yurema aparecía en uno de los videos, participando en la manifestación en La Güinera y por eso se la llevaron de su casa. Tiene una niña de 5 años. Se pasó días con cistitis sin que llamaran a sus familiares para que le trajeran el medicamento; menos aún dejarla llamar a ella. Está también esperando juicio.
Liliana Oropesa Ferrer es una muchachita morenita flaquita, de 20 añitos. Extraña muchísimo a su familia. Llora mucho y cada carta para ella es la visita de un ángel. Está acusada de “atentado”, porque aparece en una foto poniendo una botella —entera— en el piso.
Katherine Martín.
Jennifer es una muchachita flaquita de 19 años, muy dulce. A ella no le importa la política, pero salió a exigir libertad. Sale en un video detrás de unas personas que llevaban una bandera americana. La detuvieron en la manifestación en Centro Habana y la llevaron a la estación de policía del Cerro. Al otro día la trasladaron para 100 y Aldabó, donde la tuvieron 24 horas sin comer. Tuvo que curarse un grano ciego enorme que tenía con solo agua y jabón.
Su familia no tiene recursos para ponerle un abogado y le hicieron un juicio sumario sin defensa el mismo día que a Taimara. La condenaron a un año de privación de libertad. Jennifer quiere ir a la universidad, su encarcelamiento es injusto e inhumano.
Mariuska Díaz Calvo es la opositora. Tiene un hijo preso, con una discapacidad, y depende de ella para las “jabas”. Ella estaba en Güines, participando en la manifestación. A ella la acusan de “instigación a delinquir”, además de “desórdenes públicos”. Está esperando juicio.
Me habló de una opositora a la que le habían dado golpes. Supongo que sea Orquídea León Prieto. Las pocas veces que nos sacaban yo veía a las demás presas y la recuerdo por lo flaquita que era.
Mavel Alonso ya salió. Tiene un niño con un pulmón colapsado, y pasó veinte días allí.
Mariam Martín estuvo conmigo todo el tiempo. Tenemos el mismo instructor y salimos juntas bajo fianza el 3 de agosto.
Mayra Taquechel, la mamá de Mariam, es de Regla. En juicio sumario celebrado el 20 de julio la sentenciaron a ocho meses de privación de libertad, y a su otra hija, Katy, de 17 años, a un año.
Katherine Martín es muy valiente. Le decíamos “la colombiana” porque imita el acento a la perfección y nos hacía reír mucho. Padece epilepsia.
Cuando Mariam estaba conmigo en Regla, Katherine y la mamá estaban en 100 y Aldabó. Ahí sí se ensañaron con la gente, con los hombres, sobre todo. Les gritaron cosas, les hicieron repetir consignas.
Liliana Oropesa Ferrer.
Había otra muchacha de 18 años que ya le hicieron juicio. Estaba en otra celda lejos de la mía. Me contó que la llevaron por decir “pobrecito, qué abuso”, cuando un Boina Negra arrastraba a un muchacho. Un policía se ensañó con ella. Ni siquiera estaba dentro de la manifestación, sino parada en la acera, mirando.
Ahí en el Guatao dejé a 41 mujeres.
Todas las que estábamos dentro teníamos la esperanza de que se hiciera una revisión de los casos y soltaran a todo el mundo.
Cuando me dieron la libertad, me montaron en un Lada, con el instructor y el chofer, y me llevaron al Técnico de Alamar. Allí esperaban nuestros familiares que habían pagado la fianza. El instructor me “entregó” a mi mamá y le explicó que a mí no me estaban juzgando por mi manera de pensar, sino por un delito de desorden público. Esto lo estaban filmando y yo dije delante de la cámara que estas manifestaciones estaban pasando porque no se le da espacio a la juventud, porque no tenemos espacio para expresarnos. Si no tenemos voz, tenemos que proyectarnos de alguna manera.
A mis hijos les dijeron todo el tiempo que yo estaba de viaje. Mis amigos hicieron un grupo de WhatsApp para ayudarme y mi mamá les decía que las cosas que me traían se las había mandado yo. Cuando salí, me preguntaron si yo les había llevado juguetes; les dije que sí, que los había mandado en un barco y por eso llegaban después.
Me preocupa muchísimo que los familiares de los presos estén lidiando con la crisis económica y sanitaria del país, y además con los gastos legales y de subir las “jabas”, con el transporte para llevarlas, porque las prisiones normalmente están bastante lejos de la ciudad.
Todavía no tengo fecha de juicio, el abogado me dijo que se demora un poco. La gente de Obispo todavía está esperando juicio, así que nosotros nos demoraremos un poco más.
Yo temo ahora que venga la Seguridad del Estado. Todavía no ha venido.
Por lo menos, si me llevan a Villa Marista, ya todos ustedes están “en talla”.
Nota:
[1] Daniela Rojo ha colaborado con una iniciativa ciudadana impulsada por varias periodistas, investigadoras, juristas y activistas que ha permitido registrar e identificar, a raíz de las manifestaciones del 11 de julio, al menos 834 personas detenidas o desaparecidas —entre ellos, 33 menores de 18 años o que los tienen recién cumplidos, así como informaciones, estadísticas y fotos. Todo esto está accesible y transparentado en el siguiente enlace: https://bit.ly/Detenidos11J. La identidad de las mujeres cuyos apellidos no se mencionan en este testimonio no ha podido ser verificada aún.