La patria a cuestas

Salir de Cuba luego del 1 de enero de 1959 se volvió, tal vez, el mayor acto de esperanza al que pueda acudir un cubano para cambiar su situación de vida. 

Al comienzo, en los años sesenta, casi siempre emigraban personas de las clases media y alta. Por entonces muy pocos pobres abandonaban la Isla. 

Luego, en 1980, al impactar un ómnibus la cerca de la embajada de Perú en La Habana, el paradigma de emigración del cubano cambió hasta hoy. 

Todos se van, todos quieren escapar en desbandada de una vida imposible. Cuba no brinda oportunidades, a no ser para un reducido grupo en la cúpula en el poder.

En medio de este panorama, dejar atrás una existencia marcada por la escasez, la desesperanza y sobre todo la indignidad, deviene instinto de conservación ante un escenario en donde un partido único ha sido el dueño de la nación durante 65 años.

Al anhelar un país al que pudiera pertenecer, el escritor Reinaldo Arenas decía: “Yo otra patria espero, la de mi locura”, circunscribiendo, de alguna manera, la patria a otro terreno más allá de la vigilia.

No menos interesante resultaba la visión de una Cuba orientada a lo gastronómico, como la de Lichi Diego, para quien Cuba podía ser un plato de “arroz con frijoles negros, ropa vieja, carnita de puerco, yuca con mojo…” 

Tanto Arenas como Diego fueron intelectuales perseguidos, sin otra opción que la de emigrar para continuar su obra.

Antes, en otras circunstancias, José Martí concebía dos patrias, “Cuba y la noche”, como respuesta a la impotencia de una Cuba libre.

Es curioso que estos escritores cubanos acudieran a una definición de patria dual, donde el país, siempre inasible, es sustituido por otro elemento: así, “La noche” de Martí, “La locura” de Arenas y “El arroz con frijoles…” de Diego son sustitutivos de la patria en tiempos de coacción del pensamiento y de recogimiento de la esperanza, lo mismo durante la Colonia española o la Revolución de 1959.

Si emigrar resulta despiadado y cruel hasta para un simple mortal, en los escritores suele ser un cataclismo existencial. No olvidar como José María Heredia buscaba en vano las palmas en el paisaje de las cataratas del Niágara. El reto del escritor emigrado no puede ser más cruel: concebir una obra al margen de su combustible más inmediato, que es la cotidianeidad con los suyos.

Desplazado de su otredad primera, el escritor exiliado tiene, entre los deberes que precisa, el de reinventase un país. 

Hace años, al fallecer Jesús Díaz, en el obituario que redactara Ambrosio Fornet para la revista Encuentro de la cultura cubanarecordaba que Díaz le había enviado una novela para que le diera su opinión, “con la ilusión” de que no le pareciera “demasiado suiza”, algo impensable para un tipo tan cubano.

Muchos años antes, Eliseo Diego, en el prólogo a Por los extraños pueblos, aseguraba que “nacemos en un sitio y no en otro” precisamente “para dar testimonio”. 

Tiempo después, exiliado en Londres, Guillermo Cabrera Infante se definiría como “el único escritor inglés que escribe en cubano”.

¿Como reinventar a una nación que se autodestruye? ¿Cómo captar la esencia de lo que sucede tan lejos y a la vez dentro de ti? ¿Cómo entender lo que parece no tener fin? ¿Cómo ir a todas partes con una Isla a cuestas? 

Para la escritora Zoé Valdés, no es el exilio lo que radicaliza, sino “el descubrimiento de la verdad”, aunque no es coincidencia que lo último casi siempre ocurra en el exilio.

La reinvención de la patria puede ser, tal vez, el fin de la memoria en sí misma. Al entrar al boarding home, “yo sabía que sería mi tumba”, expresa el personaje autobiográfico William Figueras, en el inicio de la novela Boarding Home de Guillermo Rosales. 

Materiales tan disimiles como el desencanto, la desesperación, el hastío y, ¿por qué no?, la esperanza, conforman el amasijo existencial de los escritores cubanos en el exilio.





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Los 10 millones que nunca fueron

Por Orlando Luis Pardo Lazo

La fatalidad demográfica, a la vuelta de décadas y décadas de castrismo “de todo el pueblo”, demostró ser más contrarrevolucionaria que el fantasma de la democracia.