Uno camina por una ciudad enorme y siente el sol rajando piedras en la calle. Caminar esta ciudad es un acto de fe. La Habana, Cárdenas o Seibabo, se parecen por el calor tan grande. Toda Cuba se parece.
La perra hambre está ladrando.
Miro las casas, miro el sudor de las gentes de Centro Habana que, al final del día, es el mismo sudor de las gentes de toda Cuba. La Habana entera podría ser toda Cuba.
Pienso en la palabra revolución mientras las aguas sucias pasan por las calles. Las calles y sus colas, las colas y su sudor.
¿Una revolución es procesual y continua, como el agua sucia?
¿Has revolucionado alguna vez? ¿Te han revolucionado?
¿Qué haces con la revolución?
¿Cabe la palabra revolución en el almuerzo nacional? ¿Sabes sacarle las espinas?
Y al final del almuerzo, con ese sol que raja las piedras: ¿has podido tragar toda la revolución sin atragantarte, sin esa asfixia que causa lo que no alimenta?
Uno camina por una ciudad enorme, vacía. La ciudad, después de comerse toda la revolución, está rota: es la sensación nefasta de guerra y su perra hambre.
Hace unos días mataron perros. Ninguno era la perra hambre. Eran perros de la casa, de compañía. Eran perrofamilia, perroamor, perrocariño… ¿Quién mata perros en la República de Cuba?
La Seguridad del Estado tiene unos perros sueltos por la ciudad: perros que comen perros.
La Seguridad del Estado tiene nuevas adquisiciones y una tarea llamada Ordenamiento.
Ordenar es también dejar la calle vacía de lo que molesta: un perro sucio y lastimado, un cartel, un grafiti, una cola descompuesta, un intelectual o un artista leyendo poesía en alguna esquina. Ordenar es poner debajo de la alfombra todo lo que disienta del Estado. La alfombra está en cada casa, marca NTV.
Hoy nos dicen que el país es de todos, pero no de todos. El país es de unos cuantos, y esos cuantos son perfectamente reconocibles porque andan con una bandera cosida a la mano y con un perro, muy flaco, llamado Yovotosí.
Esos cuantos son necesarios para la construcción de algo demasiado grande, tan grande que es indescriptible. Todos aplauden, y tienen perros con el mismo nombre, y ladran al unísono: ritual matutino para apreciar el “algo demasiado grande” que han hecho de este país.
Dicen que lo más grande es la educación gratis, la salud gratis, el aplauso gratis, el ordenamiento y las mesas redondas. Lo más grande es el racionamiento, la dieta patria, el ungüento que paraliza la pobreza: en este país la pobreza es de todos, y se trabaja incansablemente para que a cada uno le toque su ración de pobreza, con la nata blanca del miedo.
Lo más grande que he visto es la mirada de la gente en las colas. Los pies estirados y enflaquecidos de la gente en las colas. Lo más grande que he visto es una mujer joven, embarazada, maldiciendo el hambre que va a heredar su hijo.
Heredar hambres y colas.
Mi abuela camina hacia una cola para comprar lo que venga, racionado. Mi abuela suda, mira las tablillas vacías de la tienda; ya sabe lo que espera: lo demasiado grande en una sopa de unas cuantas raciones.
Nos han negado el sortilegio del futuro y la inconformidad. Nos han dado pollo con silencio, listo con solo diez minutos de cocción a fuego lento. Perra hambre ladra. El país se cocina a fuego lento.
Mi madre haciendo el almuerzo, sopa de espina sin espina, sopa de polvo de pollo, que rinde para varias raciones. Mi madre come de esa sopa aliñada con amitriptilina (dos cuartos), así los nervios duermen, así duerme el hambre.
Mi madre que tiembla cuando en el noticiero ponen nombres, firmas, fechas, audios, y me busca en silencio y me piensa. Me llama y cuelga, muerta de miedo. Sabe que se han llevado a los amigos, con las patrullas y muchos perros con nombres falsos.
Mi madre ha gastado demasiadas velas para alumbrar el camino de regreso del hijo, o de la luz.
Mi madre no merece el hambre nacional, ni el miedo por la libre.
Mi abuela no merece que la perra hambre le ladre en la cola de cualquier cosa racionada.
La potencia del hambre, jamás suspendida.
La gente hace cola en las afueras de una bodega, que es un espacio simbólico de la nada: dosificar la nada. Una espina por mesa, un hueso para caldosa (¡celébranos las victorias con estos huesos del perro enemigo!) y un cake, claro, con harina de la guerra de independencia.
Mientras, las calles y sus tristes vahídos. Sirenas de policías. Ambulancias. Bomberos. Los perros ladrando todo el tiempo. No sobró un poco de revolución para que, enardecidos, comieran: sobró la costra del plato, que es continuidad y viene por la tarjeta.
Regreso a casa y veo carteles reordenándose:
No se renta esta casa. Caza pollo en la cola. Cola, ¿dietética? Se necesita un ministro que sepa de medidas. Medir un ministro por su ministerio y no por su violencia. Se necesita pasta de dientes. Se necesita brillador de zapatos. Zapatos para pisar el último escupitajo de los perros del NTV. Se necesita quien limpie esos escupitajos. Se necesita una lengua, federada, llena de gladiolos, y un diploma con los bordes de rojo y el mensaje Yovotosí.
Yovotosí es el perro de mi vecina, que ladra toda la noche porque, en efecto, tiene hambre.
Muchos tenemos el nasobuco cosido a la cara, esos nasobucos se llaman MININT.
Nos quedan unas cuantas palabras para adornar la mesa. La palabra Estado en el centro, con las flores de plástico que son su seguridad. Y claro: la misma hambre de siempre, ración para diez millones de cubanos.
“Un pueblo sometido al racionamiento no tiene que dar muestras de
cordura si, como ahora ocurre, hay venta libre de carne. El hecho de
privarse de ella día tras día lo ha llevado a la falsa creencia de que en
breve serán víctimas de la inanición”.
Virgilio Piñera, La carne de René.
Desconocer al otro: dos caras del mismo problema
La canción protesta y el arte político son proclives a recibir el escarnio de los malos políticos. Para ellos es mejor que nadie proteste, que nadie desafine en el coro unánime. Si alguien lo hace, les causa una “indescriptible repugnancia”. Qué pena: yo he disfrutado “Patria y vida”. No encuentro nada antipatriótico en ella.