Ha pasado casi un año desde que nos tomó por asalto el coronavirus. Un desafío global que no encontró una respuesta global. Hoy nos encontramos esperanzados ante la eventualidad de que la vacuna, por la que se disputan varias empresas y países, pueda paliar la crisis sanitaria y sus consecuencias económicas políticas y sociales.
La pandemia nos ha permitido comprobar una desconexión entre los científicos sociales, las políticas del gobierno, los medios de comunicación, el sector privado y la sociedad demandante de soluciones. Diferentes problemas salieron a flote durante este contexto: desigualdades económicas profundas, problemas en el sistema sanitario, informalidad desbordante. La necesidad de fomentar investigaciones multidisciplinarias a nivel internacional debería ser una apuesta para ampliar el enfoque que tenemos para combatir los principales desafíos.
Después de la pandemia será el derecho del pueblo juzgar cuál gobernante invirtió más en salud pública, en infraestructura hospitalaria, en obras sanitarias; en definitiva, en salvar vidas. Así como se evaluará a las instituciones privadas que tomaron iniciativas para estudiar las causas de las crisis, y serán dignas de elogio las medidas para enfrentar futuras situaciones que amenazan a la Humanidad.
En países como el Perú se abrió la discusión sobre la ayuda de los médicos y el personal sanitario de Cuba. Como se conoce, Cuba tiene excelentes profesionales médicos. Yo mismo lo comprobé, tras un accidente: fui conducido a la clínica Cira García, en La Habana, donde se me atendió en forma excelente y de modo gratuito. El asunto, materia de controversia en mi país, era que la asistencia (pactada con gobiernos regionales) no era gratuita. En algunos medios informativos se comentaba que el personal cubano no recibía el pago total por sus servicios, sino que la mayor proporción de lo pagado por el Perú se quedaba en alguna entidad gubernamental cubana.
En términos generales, todos los países pudieron comprobar que no se había reforzado oportunamente el multilateralismo y la capacidad de acción de los organismos internacionales. Parte de ello, responsabilidad de la era Trump. Esa enorme burocracia internacional no pudo lograr la coordinación necesaria, ni la alerta oportuna, para paliar los efectos de una pandemia que no respetaba frontera alguna. La ONU, dentro de cuyas estructuras trabajé durante muchos años, creó fuerzas de emergencia destinadas a asuntos de violencia. Pero se equivocó al no crear batallones para emergencias sanitarias o catástrofes naturales.
Hoy las catástrofes son tan frecuentes como los conflictos, y acumulan una gran cantidad de víctimas, más allá de cualquier frontera política o económica. Entonces, habría que crear una fuerza de emergencia (estacionada quizá en un país no rico, y neutral) que pueda trasladarse, con un equipo de médicos, expertos y técnicos, a zonas de brote de epidemias. Que tengan los equipos necesarios. Que puedan armas hospitales de campaña, así como zonas de aislamiento. Y esta fuerza también debería estar equipada para actuar ante todo tipo de catástrofes.
Los historiadores registran que nuestros héroes son aquellos que han salvado vidas o se han dedicado a crear sistemas de supervivencia. Los endiosados científicos que promocionaron teorías como la de la relatividad, quedarán como unos indolentes frente a aquellos que descubrieron vacunas para el ébola, el sida o el coronavirus. O frente a los diplomáticos que lograron la paz y el mejor entendimiento entre los pueblos.
La pandemia da lugar a un examen de conciencia, así como a un juicio histórico. Frente al peligro, nos damos cuenta de quiénes somos y de quiénes son los demás, especialmente los que con sus actitudes, virtudes y fracasos, ejercieron influencia en nuestras vidas.
El mundo hay que describirlo continuamente, porque nunca es el de antes. Se evidenciará cuán débiles fuimos, o qué tan fuertes somos. Y será asimismo una oportunidad para discernir sobre qué errados o malvados estuvimos, o cuán generosos nos comportamos.
No basta la buena voluntad; el ser humano debe exigirse para mejorar su cultura y situarse adecuadamente en el lugar que le corresponde. Para eso está la educación, que es esencial para ganar en virtudes y en conocimientos. El peor mal es la ignorancia; mucho peor cuando la acompaña una soberbia que impide aprender.
La humanidad ha sufrido un gran número de víctimas. Debemos honrarlas, contando la verdad a las nuevas generaciones, aunque para ello tengamos que ayudarnos con recursos imaginativos. Además de entretener, la literatura debe cumplir la función de mostrar escenarios antes inimaginables, así como fortalecer valores que permitan tomar las actitudes más adecuadas. La actual pandemia nos enseña que debemos estar preparados para otras amenazas. Son pocas las entidades dedicadas al estudio del riesgo existencial y del riesgo catastrófico. Necesitamos diplomáticos y expertos en relaciones internacionales que puedan hacer posible que los avances logrados sean compartidos (asumiendo responsabilidades) por las diversas naciones.
Trump: un safe space para la revolución
En el universo trumpista hay una última justificación para la derrota: Trump perdió porque tenía a todo el mundo en contra. “Big media, big money and big tech” se confabularon para perpetrar “historic election interference”. Pero sin los big media Trump jamás habría accedido no ya a la presidencia, sino a la candidatura.