Maneras de empujar una carreta

En la Carta a Vicki, el primero de octubre de 1976, Rodolfo Walsh escribe: “Hoy en el tren un hombre decía: Sufro mucho. Quisiera acostarme a dormir y despertarme dentro de un año”.

María Victoria tenía 26 años cuando murió en una azotea; era el día de su cumpleaños. Se disparó en la cabeza. El que la acompañaba también se pegó un tiro. La casa estaba rodeada por 150 militares armados, un tanque y un helicóptero.

Parece la escena de una película. Sin embargo, es la realidad pura y dura. La dictadura del general Videla asolaba a la Argentina.

En la carta, aplicando la teoría del desplazamiento para relatar, para enunciar una verdad, Walsh le da voz a un sujeto anónimo: “Hablaba por él, pero también por mí”.

En la novela Respiración artificial, Ricardo Piglia escribió: “La correspondencia es un género perverso: necesita de la distancia y de la ausencia para prosperar”.

En el libro de Piglia, la dictadura, “la maquinaria anónima de un mundo donde todos pueden ser acusados y culpables”, es una suerte de gran tiburón blanco. Avanza bajo la superficie de la novela, asomará el morro y cerrará la mandíbula en el momento propicio. Para sembrar el desconcierto, para prosperar.

La dictadura narrada en elipsis.

Pero lo que importa ahora y aquí no es el “gran tiburón blanco”, sino la epístola, esas cartas escritas en un contexto que no es la dictadura de Jorge Rafael Videla.

Sí, el padecimiento antes, durante y después de la escritura: una carta abierta en modo texto viralizado, dirigida al presidente Miguel Díaz-Canel; una carta abierta o un post redactado a manera de epístola en Facebook, cuyo destinatario es el Dr. Francisco Durán; otro post que ni por asomo es una carta, pero bien podría haber sido enviada al ministro de la Industria Alimentaria, Manuel Santiago Sobrino.

Son solo tres ejemplos, pero en realidad hay más. Presidente y ministro se llevan las palmas. En el imaginario popular, o en la pertinaz industria del meme, el limón/la limonada y las tripas estarán por siempre conectadas a un tipo de administración política y económica.

El limón/la limonada y las tripas son las consecuencias de los paradigmas de la vieja escuela. No son más que parte de una nueva convocatoria o solicitud de sacrificio. El plan B para meterle el cuerpo al Período Especial del Siglo XXI.

Viéndolos como lo que son, con el limón/la limonada y las tripas no se busca arar el porvenir con viejos bueyes, sino seguir arañando, con las mismas bestias, un pasado extendido en el tiempo, tan extendido que es puro presente, y pinta a futuro inmediato.

Yo, de terco, quiero insistir en el carácter de epístola de contenido político en la muestra de textos elegidos por mí. Tras la lectura, se infiere algo más que distancia entre destinatarios y los remitentes.

Pedro Armando Junco fue expulsado inconstitucionalmente de la UNEAC por enviar una carta al Presidente donde pedía que el Estado liberara las fuerzas productivas para reflotar al país.

En un post demoníacamente jocoso, escrito por Jorge Fernández Era, el protagonista es el ministro de la Industria Alimentaria. No solo se pone en entredicho el contenido de la intervención del ministro en la Mesa Redonda: el desatino no debe reducirse a términos descabellados, a una cifra mal leída, a las inverosímiles alternativas para la alimentación en la “nueva” crisis que nos asola, sino a la performance en cámara como parte de una política de su Ministerio, es decir, del Estado y del Gobierno.

¿Llevar comida a la mesa, verdadera comida y no subterfugios, no es asunto de seguridad nacional?

Cartas que son algo más que cartas. En ellas se habla del desprecio o subvaloración, por parte del Estado, al cubano que disiente, al que critica. La etiqueta que se le cuelga: “enemigo”. Como si el país, tan deshecho por continuas políticas económicas, una más descabellada que la otra, no necesitara de la crítica, de la alarma, del intercambio de opiniones, de la disensión.

Dice Inés Casal: “Hemos catalogado de ‘enemigos’ a nuestros propios hermanos, abriendo cada vez más la brecha que va separando a la población cubana”.

En Carta a mis amigos, escrita el 29 de diciembre de 1976, Rodolfo Walsh habla de su hija Vicki. La muchacha está rodeada de milicos. Se trata de una operación quirúrgica y ella, al igual que sus compañeros, son el miembro enfermo a extirpar.

En la azotea, Vicki y su compañero de batallas saben que pueden morir; cuando terminan sus rafagazos contra los milicos, los interpelan. Walsh cuenta a sus amigos lo sucedido; para ello apela a lo que le ha narrado un conscripto que estuvo en la redada. Otra vez el desplazamiento como estrategia para narrar la verdad.

El escritor sancionado, la jubilada y el editor-escritor han relatado/analizado los episodios de una vida cotidiana en Cuba, cada cual desde realidades diferentes. Tres relatos que he elegido y fragmentado para luego incluirlos en un texto que desea una interpelación, un diálogo, una disensión. He apelado a una suerte de desplazamiento.

El escritor sancionado, la jubilada y el editor-escritor “hablan por ellos”. Pero, ¿únicamente lo hacen por ellos?

El Presidente de la República aboga por el Gobierno Electrónico. A través de las nuevas tecnologías, el pueblo puede acceder a los productos y servicios del Estado. Bajo paradigmas tecnológicos similares, desde cualquier punto de Cuba, ese pueblo intercambia cuanto oye, vive, cuanto ve en la calle y en la TV.

Memes, stickers, fotos, videos, artículos, posts, noticias. De manera directa o no, implican al ministro, al doctor y al presidente. Por lo que han hecho y dicho en televisión. Si la TV es el opio de los pueblos, el teléfono móvil es el héroe de la Aldea Global. La primera engancha, el segundo genera adicción.

El contenido humorístico, irónico, incluso cínico, es mucho más que pura burla. La reacción viral es un gesto social y político sin programa: es signo de molestia, inconformidad, cansancio, tras la definitiva desconexión con la administración del país.

Compartir en Facebook o en WhatsApp no es un programa político. Pero es el modo político con el que responden los que no tienen otro medio para hacerlo, ni forman parte de partido o grupo. O ni quieren ni pueden, y todos saben por qué.

Es demasiado el sainete en la TV. En la prensa escrita. De ahí la reacción, el sarpullido, la cantidad de posts circulando…

¿De qué manera se ven a sí mismos los que han sido elegidos para ocupar cargos de Estado y Gobierno? ¿Cómo nos ven? ¿Cómo creen que son vistos?

Algunos invitados a la Mesa Redonda parecen formar parte de un complot: conspiradores contra el pueblo a pesar de sí mismos, sin saberse parte de una estratagema mayor. ¿Una oscura fuerza mayor acaso los prefiere al frente, mostrando la cara, dando palos de ciego, diciendo lindezas, pifiando? ¿Quiénes serían esa “oscura fuerza mayor”?

Esos funcionarios, al igual que en el poema de Miguel Barnet, ¿se creen que empujan una carreta con la forma, el tamaño y el peso de Cuba?

Pensar, ahora, en la fallida intervención del ministro. Pensar lindamente en esos detalles que han desatado memes. Pensar, incluso, en la defensa del ministro firmada por la poeta Teresa Melo. Pero no hay manera de tirarle “un salve” al ministro. Ni siquiera en una carta. Mucho menos en un poema.

Cifras, planes, ejemplos, comparaciones, más cifras… En el discurso donde se anunciaba el aborto de la construcción de la CEN de Juraguá, para explicar el monto de los gastos, Fidel echaba mano de este ejemplo: con lo erogado en el pago a los técnicos soviéticos se podían fabricar seis millones de pares de zapatos plásticos. El ministro como uno de los peores discípulos de Fidel.

Pero, a la manera de Opus (2005), de José A. Toirac —donde las cifras y los datos que “cantaba” Fidel son vaciados de significado—, no habrá obra de arte para este discípulo. Ni siquiera con una férrea edición el ministro se librará. Para su desgracia, quedarán las palabras de Teresa Melo en una captura de pantalla, en el caché de Google, un post, o en la memoria…

Pero el ministro no es el único. Hay toda una tradición que se remonta a la era analógica.

Cierta vez, en un acto público, el ex ministro de Relaciones Exteriores Roberto Robaina se animó con una de las suyas. “¡El que no salte es yanki!”, gritó. A su lado estaba Fidel, que no era un hombre joven. Ante las cámaras, el antimperialismo de Fidel se redujo a un simple balanceo.

Ricardo Alarcón, otro ex del MINREX, ha quedado en el imaginario colectivo por aquel fatídico episodio en la UCI, tras las preguntas de Eliécer Ávila. Pésima manera de hacer “política analógica” en la era digital.

¿Cómo se habrán visto Robaina, Alarcón y compañía cuando estaban en sus cargos? ¿Cómo nos veían? ¿Cómo creían que eran vistos?

Políticos que llegan y luego desaparecen, o los remueven de raíz por razones diversas, nunca informadas del todo. De ellos, si acaso, queda el chiste, el mal recuerdo; sus vidas, en el presente, no parecen ser otra cosa que sombras innombrables.

Ellos, que ya no forman parte del grupo al que pertenecen el ministro de la Industria Alimentaria y el Presidente de la República —y que bien pudieron estar involucrados, sin saberlo, en una suerte de conspiración contra nosotros— ¿qué dirán de esas cartas, de los artículos, de los posts?

Pienso en la novela de Ricardo Piglia, ese libro donde Hitler y Kafka comparten escenario. Y en la teoría del complot. Y en “la maquinaria anónima de un mundo donde todos pueden ser acusados y culpables”.

Pero este es un texto que está interesado en la epístola, ese género perverso que necesita de la distancia y la ausencia para prosperar.

Sí, de la comedia a la tragedia. Así también van marchando los días en esta Cuba COVID. Una carreta que parece ir cuesta abajo.




El demonio del nuevo Malecón - Ahmel Echevarría

El demonio del nuevo Malecón

Ahmel Echevarría

Esta temporada también será recordada como la de los muros y el mar. La ciudad y el país se han ido llenando de cercas y muros cada vez más altos. Un muro recién levantado es el de las tiendas en dólares y los “productos de alta gama”. Y al muro del Malecón quizás le doblen la altura.