De todas las fotos de Fidel Castro hay una que sospecho resulta especialmente incómoda para la parte menos visible del archivismo oficial. Es esa con Manuel Fraga en Galicia que el pasado verano el diario El País volvió a sacar a flote y que desde la noche del viernes pasado algunos otros medios reproducen.
Es una foto con mucho movimiento. Entre todos parece que hacen una ola de esas que estaban de moda en los estadios de fútbol. Fraga, todo histrión, alza un brazo, en una mano un cucharón y en la otra se extrañan las castañuelas. Corbata estampada y expresión lo mismo de epifanía que de solavaya. Puede que ya estuviera ebrio, ¿o lee ya el conjuro de la queimada?
No hay otra imagen con tanta danza en la fototeca verdeolivo. Un bamboleo frenético. ¿Y Fidel Castro? No está al margen del buen rollo, pero su expresión es de en buenas me he metido. Hay tantas personas en la imagen que tal parece acabarán todos de cabeza en la olla de la queimada.
Pero no, a aquel que tantas veces llamamos “El Innombrable” no le pasaban esas cosas. En rigor no le pasaba nada hasta que una tarde tropezó con sus demasiados muertos y se rompió la rótula como en cinco pedazos, uno por provincia vieja. Estoy entero, dijo, y seguramente en eso no mentía, pero sería el inicio de un adiós muy prolongado.
¿Qué imágenes nos quedan de la particular epopeya de las comidas y las bebidas del Máximo Líder, aquel que nos prescribió la frugalidad como ley revolucionaria? Vía Google no es mucho lo que está a la vista: de lo más o menos reciente una cena con Gerard Depardieu, otra con Gabo, pero en ninguna de estas se muestran los platos: ya hay un protocolo que dice que lo que está en el imaginario es el sacrificio y eso no se toca.
Del pasado más pasado, mencionemos algunas imágenes: En una se come un perro caliente. El primer desayuno en “Baire libre”. La única donde presume de manjares es en aquella del Hotel Theresa de Harlem en 1960. Hay otra en la que se ve comiendo ¿mariscos? con palitos, pero una imprudente botella de Coca Cola le negará el indulto a foto tan temprana. Luego vino el gran apagón de su vida privada, extendida a todo su ámbito personal fuera de tribunas y comparecencias públicas.
Entonces, el hombre más poderoso de la historia de Cuba, ¿qué comía, cuáles placeres frecuentaba? Nos impuso la relación más difícil con las comidas, desterró de nuestras vidas toda variedad de alimentos y bebidas.
Hoy se vive una sobreexposición instagrámica de platillos y mezclas, pero quedará la pregunta de si todo eso alcanzará a borrar las secuelas de aquella negación, la imposible libertad de elegir menú, de superarnos como degustadores ya no más cautivos: la memoria de una neurosis colectiva por nuestra relación con los placeres. Brillantes páginas de escritores como Antonio José Ponte han nacido de ahí.
La foto gallega es de julio, 1992. Ese verano, con 18 años, ingresé a una universidad cubana. Comenzarían para mí, de verdad, los años del hambre.