No es tu culpa, es la necesidad de sexo

Puta cuarentena. Llegó justo cuando todo debía dar un vuelco para algo mejor. A veces quisiera matar a todos los murciélagos del mundo… Me sorprendo odiando a Batman solo por tener la palabra murciélago en el nombre. Contra…, cuando debía cambiar todo… Pero bueno, no debe ser tan malo. A fin de cuentas, hay Internet. Y aunque uno se aburra, entre eso y Netflix se debe resolver”, así pensó. Y viendo el amplio panorama que se abría frente a él, decidó entonces aprovecharlo. 

“Esto no va a durar mucho. Y cuando acabe, hay que tener un plan para romper la inercia”.

Claro, cuando hablaba de “inercia”, decía “falta de sexo”. No se sabe cómo hay quien puede reprimir ese instinto básico durante tanto tiempo. Unos dirán que hay pronografía a chorros para satisfacerse. Otros que televisión. Otros que trabajo. Pero en esta ¿bendita? situación de encierro, el trabajo escasea, el televisor cansa y la mano también…

Ahí apareció la oportunidad: las apps de citas. 

Para asiáticos, latinos, cristianos, para toda “raza”, denominación, creencia o ateísmo. 

Hace un año, la aceptación de este tipo de cosas en EE. UU. era de un 29 %. Pero en un país donde no hay tiempo para casi nada, no importa la aceptación. La usas y ya. 

“Es un entretenimiento, qué puede pasar…”.

Y pasa que te haces un perfil, pasa que das toda tu información con la esperanza de conocer a alguien. Te haces la idea de que eres una buena persona que quiere una pareja estable y del otro lado van a responder ese pedido, aparecerá ella/él, tu knight in shining armor, y te llevará a la vida de tus sueños, a formar familia…

Pero no. 

Te engañas. 

Tú quieres sexo. Y después, ver qué pasa. 

Estás buscando empedernidamente quién se ajusta a tus gustos para poder llevártela/o a la cama y después, que se caiga el mundo. Al final, como se hizo popular la frase, “te pueden eliminar de todos lados, pero desculeo no hay”. Lo que sí tienes claro es que en Cuba era más fácil…, mucho más facil.

Antes de meterte en el canal de que a eso te ha obligado esta sociedad tan impersonal, donde la gente es más reacia a conocerse en persona y de contra hay un virus asesino andando; antes de pensar en todo lo que pueden estar haciendo con tu información y las fotos que mandas y cuántos servicios de inteligencia o gente con malas intenciones pueden estar usando eso, ya tienes cuentas en, al menos, cuatro aplicaciones de citas.

Ahí encuentras de todo: lo que quieres, deseas, sabes que no vas a tener ni queriendo, podrías tener si te propones, o simplemente no quieres. Pero también aguarda un peligro mayor, un peligro al que te expones. La estafa está al doblar la esquina, esperando a que caigas como mansa paloma… Pero a ti qué te importa. Tú quieres sexo, right?

Llevas dos días dando estrellas, corazones y sweep right and left como un condenado. No se te pega nada. Todo es dinero y tarjeta de crédito para “mejorar tu perfil”, tener un boost…, pero ni el dinero te va a salvar en estos sitios si eres feo o aburrido. Así funciona. Y cuando uno está dispuesto a rendirse… aparece.

“Hiciste un macht”, se lee. Corre rápido. Busca con quién. Es la mejor de las mejores opciones. De nada, a un monumento. Se siente pleno. Ella es trigueña, tiene fotos con poca ropa o muy artísticas, en playas, con tragos, con amigas. Vive cerca de ti, a unos pocos kilómetros. Mejor imposible. Escribe “Hola”, y al poco tiempo le contesta. Le da un número de WhatsApp porque no usa mucho el sitio. Piensa que mejor aún, y allá se va.

Luego de escribirle —mensaje que ella ve al momento— comienzan a hablar. Todo va de maravillas hasta que… le dice que trabaja de “masajista profesional”. 

Eso no sería problema si junto a la descripción de su trabajo, sin ton ni son y sin preguntar, te mandara una tarifa de precios. 

Shit, 120 dólares la hora. Qué es esto”. 

Masajista no es más que la tapadera para uno de los oficios más antiguos del mundo. La llamada mujer de la vida, scort, dama de compañía. Vamos: hablamos de prostitución.

No le importó, pues él quería sexo. “Si tengo el dinero, qué puede ser que no sea…”. 

Cuando quiso solicitar el “servicio”, apareció el primer inconveniente. Había que hacer una transacción por adelantado para reservar, en cualquier agencia de envío de dinero. “La plata por delante, pues trabajo para una compañía seria y me tienen que autorizar a salir con usted”, dijo ella. Y él se lo creyó…, pues quería sexo.

Allá fue, a un mercado donde había una compañía para envío de remesas. Le dijo a ella que le dijera a quién transferir el dinero, y la información se envió. Y así lo hizo. 

“Para confirmar, mándame una foto del recibo completo bb”, fue la respuesta. 

Él, creyéndose pillo, tapó el pin de la transacción y envió la foto.

Lo que vino después fue una pesadilla de poco más de 24 horas. Le empezaron a escribir de distintos números, diciendo que había problemas con la transacción, que la cuenta estaba bloqueada, que debía hacer una nueva transacción. Mi socio solo quería sentir un cuerpo junto al suyo un rato, poder liberar un torrente de dos meses sin “mojar”. Y allá fue, diligente, y puso más dinero.

Las llamadas no cesaron. Ni los mensajes. Entraban por todos lados. Pedían más dinero. Amenazaban con cortes federales, sicarios, vigilancia. 

Hace dos años Australia reportaba casi 4 000 casos de estafas relacionadas con estos sitios. Había casos sonados en Chile y Estados Unidos, casos que iban más allá del clásico “sigue este link para que me puedas ver en videocam”, y ahí se formaba el dale al que no te dio.

Manolo, que es como llamaremos al susodicho, comenzó a percatarse de que su tan ansiado encuentro no llegaría, y sí algo peor, como la molestia de tanto mensaje y llamada pidiendo dinero, porque si no pasaría esto o aquello.

“Coño, todo por querer follar”, dice. 

Le respondo que parece increíble todo, pero que esto no es Cuba, y son cosas que pasan. “Bloquea y reporta, bróder. En algún momento se quedarán sin vías para seguirte molestando”.

Manolo fue víctima de un fenómeno conocido como catfishing, “una actividad basada en el engaño en la que un individuo crea un perfil falso en redes sociales, apps o páginas para conocer a terceros. Este engaño puede tener distintos fines, ya sea obtener dinero, comprometer a la víctima de alguna otra manera o simplemente para molestar”, como indica la página Welivesecurity, de la compañía de informática y seguridad ESET.

Tinder y Happn son de las aplicaciones más populares, pero también tienen su lado oscuro. Entre la amalgama de sus más de 50 millones de usuarios, cada vez es más popular que haya unos cuantos con ganas de joder. Y muchas veces lo logran, montados en el caballo de esa desesperación que supone el contacto humano, la necesidad de compañía, el placer carnal.

Por este concepto, la Federal Trade Comition (FTC) de los Estados Unidos, reportó en 2019 pérdidas por 201 millones de dólares con las estafas de romances. La cantidad de dinero perdido durante los últimos dos años por los usuarios supera el monto de dinero por cualquier otro fraude reportado ante esta entidad federal.

Otras estafas comunes son decir que trabajan en una plataforma petrolera, son madres solteras, están prestando servicio militar en el extranjero, son médicos sin fronteras, tienen problemas de aduana o deudas de juego y otras cosas perfectamente creíbles cuando se analiza el entorno social de la familia y la vida cotidiana en los Estados Unidos. 

Los cubanos no saben de eso, y aunque puede que se las den de más “vivos”, el peso del desconocimiento conjugado con las ganas de experimentar… En fin, parafraseando a Calle 13, él quería sexo. Y por eso pagó. Y no lo tuvo. Solo problemas y lo que él llama “inestabilidad emocional”. Damn… pobrecito, chico.

“¿Y ahora qué, bróder?”, le pregunto entre risas y con talante medio preocupado: “¿Cuánto gastaste en eso?”. Me dice que se le fueron casi 350 dólares. Yo, sin trabajo por culpa de esta maldita crisis, quiero llorar. Y rebanarle el pescuezo, de paso. 

“Espero que hayas aprendido algo, por lo menos a no meterte donde no te llaman”. “Oh, sí”, me dice. “Ya sé que no me puedo meter en eso, muy riesgoso”. Le agrego además el asunto de la pérdida de dinero en este tiempo, que no está para eso. “El mejor Tinder es Facebook, man”, apunta entre lacónico y resignado. Sonríe cuando le digo que ni tanto.

Hace unos días, me escribió para decirme que, pese a todo, había encontrado un sitio que era “la crema”. Agarras el número, llamas y ella viene. Pagas al momento, lo que es caro. “Muy caro, pero es mi dinero, antes de que me digas nada. Y a un gustazo…”.

“El trancazo que te pueden dar a ti, bróder”. Pero ya Manolo es un adulto. Sabe qué hacer… o no. Al final, entre la cuarentena (que lo dejó sin discotecas, bares o paseos), la locura del Internet, y la manera en la que vive una sociedad que desconoce y a la que le costará adaptarse en cuanto a relaciones interpersonales, hicieron el cóctel molotov que reventó en su cara. 

Un cubano, normalmente tan caliente, cayó en una cubeta de hielo. No es su culpa, es solo necesidad de sexo.




Lidzie Alvisa Las trampas del interior 2, 2008. Fotografía, acrílico y alfileres. 80 x 120 cm Imagen cortesía de la artista

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