Paroles para Carlo(s) Massola/Mazzola



Comencé así: 

“Quiero escribir algo, pero no puedo. No me salen las palabras. Una de las personas más divertidas que he conocido y más tristes también. Adiós Mazzola”. 

Luego agregué un corazón negro y una foto con Carlos y con Gorki Águila en mi muro de Facebook

Las lágrimas las derramé sola. 

Nuestra amistad comenzó en un trabajo en la televisión, donde coincidimos, y luego durante el rodaje de Corazón azul, película que defendió sin importarle su posición de actor establecido en la televisión cubana. A diferencia de muchos de los colegas. 

Ya no suena el teléfono fijo: 

“Lynn, ¿viste la última película de Todd Haynes, con Natalie Portman y Julianne More? Está echando humo”.

Desde que decidió confrontar al régimen cubano, había cambiado su nombre Carlos Massola a Carlo Mazzola, convencido de que su apellido italiano originalmente era con zeta. Lo de la s era un cubanismo.

La noticia de su deceso, compartida por Diego Lázaro García Espinosa, me dejó sin aliento. Hacía menos de un mes de nuestra última conversación. ¡Maldita depresión! 

Me había llamado llorando como un niño.

“Lynn, yo creo que no me va a llegar el parole”.

No sé qué extraño camino tomó Mazzola. Se obsesionó con la idea de salir de Cuba. Una ilusión pueril, casi adolescente. 

Antes me llamaba para contarme sobre su último trabajo. No creo que actuar, una de sus más grandes pasiones, le interesara ya. 

Era como si no tuviera motivaciones. Como si el dolor hubiese corroído todos los recovecos de su mente, sumiéndolo en el alcohol y en una tristeza profunda, de la que solo lo salvaba a intervalos pequeños, su sentido del humor, incluso para expresar el dolor. 

Carlos Massola: “Me pusieron el parole para sacarme de esta mierda de aquí”. 

El actor Carlos Massola muestra su refrigerador vacío: “Inaguantable”.

“Mensaje del actor Carlos Massola a los trabajadores exalta a los que limpian las alcantarillas”. 

Y vuelve a sentirse el silencio de mi teléfono fijo:

“Lynn, te envié por WhatsApp el video que hice cantando el himno a los bayameses”. 




Entonces veo el video. 

“Dime, ¿qué te pareció?”

“Massola, ¿tú te hiciste ese video borracho?” 

“No creo, Lynn. No recuerdo”.

“Massola, se te va hasta el aire y te estás tambaleando”.

Y entonces, en honor a Massola, quieren declarar el 3 de julio como el “Día del artista disidente cubano”. Y yo escribo un comentario:

“El disidente más divertido que he conocido jamás. Inolvidable. Debería ser recordado también por su coraje”. 

Massola no podía ser serio con la política, aunque le dolieran las vísceras, el hígado y su corazón estuviera hecho pedazos. 

Yo sí concuerdo con lo que otros han escrito por estos días, lamentando su pérdida. A Massola lo mató también la desesperación y con ella la desesperanza. Su mente no estaba preparada para lo que se avecinaba: tragar con el nudo en la garganta, mirar hacia otro lado y seguir hacia adelante. 

¿Quién no sabe lo que es Cuba hoy? Basta con salir a las calles, apostarse en una parada y ver a la gente esperar, sentada encima de la basura. 

La gente se sienta y espera, sin percatarse de nada. Como si estuviera anestesiada.

“¡Hoy sí me van a meter preso! ¡Voy para Pinar del Río a llevar comida y medicinas para los familiares de los presos políticos!”

En su tono se sentía el miedo. Me volvía a pedir el número de mi teléfono móvil para que, en cualquier caso, me avisaran. 

Estuvo así durante meses. Tal vez más de un año, en que se defecaba en el gobierno de Díaz-Canel. Los llamaba a todos “singaos” y no le hacían nada. 

Creo que su salvoconducto ligado a la fama, le hacía sentir sospecha. Como en la película iraní “Khook Pig”, y por absurdo que parezca, el miedo de Mazzola se multiplicaba porque no le hacían nada. Porque los cerdos no “le cortaban la cabeza” como a todos los demás. 

Hasta que un buen día sucedió y le desbarataron la puerta. La amenaza se hizo tangible. Ya su miedo era real. 

Llegué al funeral improvisado. Eran las 4:30 pm. Su cuerpo estaba tirado en el suelo sobre su propia sangre desde las 5:00 am, hora en que debió fallecer. 

No quise verlo. En mi mente, la sola idea de lo mucho que debió sufrir antes de que su corazón parara. 

Irónicamente, la lentitud, desidia, y hasta crueldad de los servicios comunales, que no solo abandonan la basura sino a los cuerpos sin vida, hizo que yo pudiera despedirme en una ceremonia donde mi única forma de ayudar era estar cerca de Gladys Escandell, su mamá. O de Jessenia, su única hija. 

Los últimos días de Massola, Gladys los describe de manera tormentosa: “Puede que haya sido cirrosis o una úlcera reventada”. 

Lo cierto es que Massola se enfrentó a la muerte con coraje. No quiso ir al médico, tal vez por el mismo temor de caer en las manos del verdugo, ahora que ya era un connotado opositor, enemigo público del régimen. 

Si el sistema sanitario se muestra implacable con simpatizantes, o más bien para los que callan, qué esperar entonces para los que no. 

Solamente por radiaciones para combatir el cáncer en Cuba hoy, hay una lista de más de mil pacientes que esperan. Y esperan tal vez porque puede conducir a la locura el hecho de creer que te han desahuciado. Que simplemente pasan de ti. 

Debe ser mejor la fe, aunque, igualmente, te dejen sin auxilio. En Cuba hay un solo dueño del servicio sanitario.

Es triste ver a una persona autodestruirse. Y que en ese mismo proceso en que se olvida de sí misma, sienta por la humanidad. 

Aunque me resulta inevitable, en el fondo me sentía mal divirtiéndome con sus videos, porque podía entender el drama. El drama del actor que, aún en medio de la tragedia, no se olvida de su público. El público más triste que haya existido jamás, el pueblo cubano.  

En uno de sus lives para criticar al gobierno, Massola se puso las gafas de su mamá. Alargó el apellido Payá y, por el acento, parecía repelerlo. Obviamente, esa no era su intención. 

Llegó a encarnar una caricatura de la derecha, con Donald Trump incluido. Y al reflexionar en voz alta sobre la presencia del “army in Cuba”, hizo una pausa reflexiva, tal vez pensando que el balcón de su piso quince colapsara bajo un bombardeo. 

No obstante, respiró profundo y dijo que “solamente sería contra los co-mu-nis-tas”. Como si esas distinciones fueran posibles en un escenario de guerra.

La izquierda establecida nos machaca con el “¡Viva la Revolución! ¡Socialismo o muerte!” 

Massola expresaba, por reacción, los tics de la derecha cubana. Repetía hasta el cansancio: “¡Abajo la dictadura! ¡Abajo el comunismo! ¡Asesinos! ¡Me cago en la madre que los parió!” Y en esa forma también vulgar que usaba para expresarse, estaba contenida la rabia. 

“Massola, la derecha va a pensar que te estás burlando”. 

Creo que, desde ese momento, dejó de postear borracho. 

No hay ni existirá otro Massola. Su paso por la disidencia, oposición, demostró una vez más el impacto que puede ejercer una figura pública en la sociedad, especialmente cuando pesan no solo los años vividos, sino la manera en que se hizo de un nombre por sus valores como intérprete. Por su disfraz de malo, cuando en verdad era un sensiblón.  

Pues sí, nos lo hizo creer a todos. Así como logró hacernos ver que su miedo era coraje. Y tal vez eso sea en verdad el coraje, la forma más humana de esconder el miedo. 

A Massola lo hacían viral en Tik Tok y él ni se enteraba. 

Vuelvo a escuchar el sonido sordo de mi teléfono fijo:

“Lynn, ¿por qué no me das el número de tu mamá? Tú mamá está linda”.

Después de eso, no volvimos a hablar. Y ahora me pregunto si tal vez en aquel instante buscaba otra vez el amor de pareja como forma de salvarse. 

Nunca lo sabré. No hubo tiempo para más. 

Ahora solo escribo una carta-epitafio que, lógicamente, no puede esperar respuestas.





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“Metáforas adquiridas de generación en generación”: celebrando a tres poetas cubanas

Por Ileana Medina Hernández

Odette Alonso Yodú, Gleyvis Coro Montanet y Legna Rodríguez Iglesias. Tres mujeres. Cubanas. Poetas. Emigradas. Grandes. Sabias”.