Pedro Luis Ferrer: ay, qué felicidad

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Pedro Luis Ferrer, septuagenario reciente, regresa a Cuba a cantar.

Como por acto de magia, el cantautor se arranca una cana de la barba y desaparece de la gusanería de Miami para reaparecer en una salita de conciertos en plena continuidad.

Exactamente, en un museo de La Habana en Revolución. El propio juglar convertido ya en una pieza museable de aquel proceso social.

Sin Abuelo Paco y sin Pijirigua, en un país abandonado en estampida por su población, en pleno pico de la opresión política y la represión militar, de la pandemia al corralito, a Pedro Luis Ferrer no se le ocurre otra declaración que ponerse a echar una guerrita entre el porciento de entradas vendidas y las entregadas como invitación oficial.

El trovador nos promete un segundo espectáculo, acaso como reparación. Y se compromete con volver a Cuba cuanto antes, para compartir su música y su poesía en un recinto con más butacas.

No ha pactado con el poder despótico que nos humilla a diario, no. Para nada. Quien sugiera semejante dislate es un odiador radical, un resentido.

Estamos ante el profeta Ferrer. Este cubanazo es un evangelio viviente. Su sola presencia, así en la Isla como en el Exilio, basta para demostrarle al resto de los nacionales que somos unos equivocados. Además de una partida de ingratos.

De la dictadura cubana ya no queda ni traza, ni en la memoria colectiva ni en la lírica de Pedro Luis Ferrer. Se esfumó. Como toda buena metáfora, se trataba de un no-lugar, como el propio término “democracia” (ese tecnicismo tan de moda en los noventa).

Al fin y al cabo, a Pedro Luis Ferrer nadie le cortó las manos, ni la garganta. Su corpachón octosílabo no fue tirado en ninguna cuneta. Tampoco le pegaron un buen par de electrodos en sus testículos.

Ni falta que hizo.

Al contrario, en la Cuba sin Castros su voz sigue más que invitada a cantar. El Premio Nacional de la Música pulula por aquellos lares sobre su resucitada silueta. Y, de hecho, un escenario de venganza y cancelación es hoy más probable en Miami que en Villa Marista.

Censura ni censura, ni la cabeza de un guanajo. ¡Pero si lleva medio siglo cantando dentro de Cuba! Si te descuidas, se muere en la patria y todo. O deja rimado en su testamento esparcir las cenizas entre tomeguines y guardarrayas. Aunque solo sea por joder, vaya, dada la carencia de ambos.

El guanajo histórico, una vez más, ha sido aquí el pueblo cubano, con su pulsión de politizarlo todo, empezando por la cultura.

Dicen que Pedro Luis Ferrer tuvo los timbales que no tuvo más nadie. Puede ser. Que ya cumplió con lo que le tocaba. También puede ser. Y que no se meta más nadie con él.

Ay, qué felicidad, pero eso no.

Con él sí hay que meterse. Con Pedro Luis Ferrer y con todo el que coja un micrófono en público, dentro o fuera de Cuba, y no vomite, con belleza o violencia, nuestra palabra sagrada. Esa que ilumina y mata, tú sabes.

No se va a Cuba a cantar, compatriota. Se va a Cuba para que ese canto emancipe. Allí no hay público, sino cautivos que quieren ser como el cubano de cualquier otra parte. Ay, qué felicidad, pero los que autorizaron tu concierto y tu regreso a la Isla se lo impiden. Nos lo impiden.

Se va a Cuba en pie de guerra, carajo, con la guitarra como una tea incendiaria, en persona o en Instagram.

Relee a tu tío comunista, Pedro Luis Ferrer, y recuerda que no solo está hecha de perdón y olvido la rosa blanca de José Martí.







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13 de agosto

Orlando Luis Pardo Lazo

Fidel encarnaba no solo al soltero que había desposado a la Patria, sino también al monje célibe, al intelectual insomne, y al ciudadano soldado.