Reposo relativo o minutos en un inhóspito país

Mientras vivas, siempre habrá algo esperándote; 
e incluso si es malo, y lo sabes,
 ¿qué puedes hacer? 
No puedes dejar de vivir.
Truman Capote

—¿Qué me pasó? ¿Esto es real? 

Le repetí las mismas preguntas a mi pareja en el Clínico de 26, cuando volví en mí. 

El tiempo hizo de antagonista desde las cuatro y cincuenta de la tarde, aproximadamente hasta las nueve de la noche, cuando vendría la ambulancia para llevarme al hospital Calixto García, donde me harían varias placas en la cabeza, debido al golpe en la ceja izquierda, aunque luego mi amigo Jesu, médico, por cierto, juzgaría que el protocolo para estos casos es mejor hacer una TAC. 

Tirada allí, boca arriba en una camilla, con una minerva en el cuello que apestaba a vómito, además del olor que suelen tener los hospitales, la sonda demasiado gorda, el suero que dejaron cerrado y si no es porque dije que tenía sed no se dan cuenta, pensé en lo raro que es el tiempo, en su sigilo y obsesión, en esos pesados minutos que corrían para mí, en que si hubiera tenido algo más grave habría muerto en la espera de atención urgente, en los minutos que estuve inconsciente y así quedarían dentro de mi cuerpo como un reloj que mide los problemas vivos.

—Esto no es una cola. Se va a ir en la ambulancia quien más lo necesite —ordenó el médico de guardia a un familiar que reclamaba por otro paciente. 

Busqué la calma entre las diferentes vibraciones emocionales que componían la sala de observación. 

Calma.

Como la poca luz de las pesadillas, recuerdo su rostro, pero sus alicientes palabras no las olvidé. 

—Vas a salir de aquí —me dijo un muchacho que se encontraba cerca. 

Tan abstraída en un estado de ánimo y con la hinchazón y los moretones en el rostro, apenas capaz de hacer un mínimo gesto de agradecimiento, simplemente sentí escalofríos. 

Iba en bicicleta y mi pareja en otra, por la curva frente al Cupet de Puentes Grandes. Miré unos plátanos que estaban en venta en la acera de mi senda y pensé en lo apetitosos que se veían. Ese es el último recuerdo antes de que me atropellara el triciclo. 

—¡Singao! ¡La chocaste y no paraste! ¡Hijo de puta! 

Por mucho que mi pareja injurió al chofer, se dio a la fuga. 

Cuando la ambulancia me dejó en el Calixto García, junto a otro paciente que fue sentado al lado de mi camilla, estaba un policía de guardia en la entrada, 

—¿Qué le pasó? —preguntó.

—La atropellaron y el chofer se dio a la fuga —respondió mi pareja. 

El policía negó lánguido con la cabeza y miró hacia el suelo sin decir palabra alguna.

Con un caso omiso tras otro y de consignas huecas está de enfermo este país. Si Martí o Antonio Maceo, Carlos Manuel de Céspedes, para nombrar algunos patriotas de nuestra historia, pudieran verlo desde arriba, con el ojo del Dios que crearon los creyentes —ese Dios que dicen que está en todas partes y, sin embargo, siempre pensamos que es un recluso (como lo diría Emily Dickinson), sufrirían sin poder ajustar las manillas del reloj y marcar la hora en punto.

Pero esta idea del tiempo, este reloj interno que llevan los cubanos de a pie y que los obliga a resistir, a rendirse después de una abulia, y otra, y otra, con sus preocupaciones de la madre al acostarse que no tiene que darle de comer a su hijo, que no tiene esto ni aquello, no, no y no, con sus jóvenes a los que les borraron los sueños y sus jubilados con una pensión de mierda. 

La miseria asediando por todas partes.

MÉTODO (en resumen)               
2/6/2025
Amelia Rabaza
1. Reposo relativo.
2. Si hay dolor: dipirona (500 mg) 1 tableta cada 8 horas o paracetamol (500 mg) 1 tableta cada 4-6 horas. No use otros analgésicos, ni sedantes, ni aspirinas.
3. Fomentos fríos en la región del golpe, si hay aumento de volumen. 10 minutos cada 4 horas. 

Así. 

Un Método impreso en media hoja rasgada con letra roja, sin recetas adjuntas. El médico sabe que es por gusto rellenarlas, porque no hay medicamentos en las farmacias y es perder su tiempo.  ¡Ay, Cubita la bella!






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