Ruralización de la ciudad o el paraíso de los emprendedores

Lynn y yo vivimos en un apartamento, en planta baja, en un edificio de El Vedado. En el último piso vive mi mamá. En esta crónica intentaré no hacer juicios, simplemente haré un testimonio de los eventos principales: un día una vecina nos llamó para preguntarnos si aceptábamos que ella hiciera una venta de garaje en el frente del edificio “para vender sus cosas personales”. Nosotros estuvimos de acuerdo, siempre que fuera un par de días.

Cuando se convirtieron en cinco días, comencé a documentarlo con imágenes y sonido. Los “objetos personales”, lejos de disminuir, aumentaban y el espacio que iba conquistando con personal ajeno al edificio era cada vez mayor. A partir de un día comenzó a escucharse reguetón ocasional. El negocio parecía extenderse de forma indefinida. 

Mi mamá, quien originalmente había estado de acuerdo, retiró su aprobación al ver el rumbo permanente que habían tomado las ventas. Según nos habían dicho en Vivienda, la vecina vendedora necesitaba un 80% de aprobación. El edificio tiene 10 apartamentos.

Hicimos una recolecta de firmas y un vecino, cantante retirado del Coro Nacional, firmó para que quitaran el negocio. Teníamos ya tres apartamentos en contra, el 30%. Ese mismo día, por la tarde, llamó para decirnos: “Por favor, yo estoy muy mayor y proceso las cosas más lento. Uno nunca sabe de quién va a necesitar. Quiten mi nombre de la lista. Lo mejor es que hagamos una reunión”. 

El vecino sugirió entonces que hiciéramos una junta. Hablamos con mi mamá y entregamos a cada vecino una citación donde estaba escrito que nuestros tres apartamentos convocaban a una reunión.

El día acordado, el vecino retirado comenzó diciendo:

—Yo quiero aclarar que el apartamento mío no ha convocado ninguna reunión.

Lynn no quiso hablar de belleza por temor a ser mal interpretada, así que enunció las otras razones por las que estaba en contra. 

—Esto aumenta el tráfico de personas extrañas en el edificio, y la posibilidad de robos. El otro día me tocaron a la puerta para ver si yo era la que vendía ropa.

Yo añadí:

—Aquí hay personas vendiendo que no son de este edificio. Y si son solo objetos personales…, ¿por qué no venderlos en Revolico? Yo, por ejemplo, he usado esa vía cuando quiero vender algo y funciona muy bien… —dije.

Un médico, pareja de la vendedora, intervino: 

—No, pero eso no está bien visto por el Gobierno.

—Además, algunos vecinos me han dado cosas y yo estoy muy feliz de ayudarlos. También estoy vendiendo las cosas de mi mamá, de mi tía… Y esto fue autorizado por el Gobierno, que es la máxima autoridad en este país —siguió la vecina.

—¿Entonces estarías vendiendo tus cosas personales por diez años? —pregunté.

—Sí, mientras el Gobierno lo autorice.

Mi mamá tomó la palabra:

—Claro, así hoy se venden las cosas de fulana y mañana aparece mengana. Y así el negocio no para nunca… Miren, yo sé que mi esposo jamás hubiera aceptado esto. Aquí lo importante es que un área común no debe ser nunca comprometida para uso personal, porque eso afecta el derecho de todos los demás. Pero estoy luchando no solo por este edificio, sino para que El Vedado no se destruya más de lo que está. 

Otra vecina enfermera sugirió como alternativa que la venta fuese solo por una temporada: primavera o verano. 

A partir de ese momento se generó un caos en la reunión. Lynn trató de obtener la opinión de los demás. Hubo dos abstenciones. 

Al día siguiente, pasamos papeles por debajo de las puertas para organizar una nueva junta de vecinos, otra vez alentada por el cantante retirado del Coro Nacional, donde los vecinos votarían por la temporalidad o permanencia del negocio. 

Por la tarde, mientras Lynn conversaba por teléfono en nuestro balcón, el médico, pareja de la vendedora, se acercó con un tono agresivo.

—¿Chica, tú no tienes nada que hacer? 

—¿Perdón?

—¡Me estás sacando fotos!

—¿Qué fotos? Estoy hablando por teléfono… ¿Quién eres tú para venir a mi casa así…? ¿Tú te crees que eres el dueño del edificio?

—¡Lo que pasa es que tú no sabes quién soy yo!

—¿Me estás amenazando?

—Sí. ¡Te estoy amenazando porque me sale de la pinga!

—Y me estás faltando el respeto…

—Sí. ¿Y qué?

Lynn advirtió que una vecina del edificio colindante estaba escuchando desde su ventana y la señaló:

—Pues aquí tenemos a una testigo de que me amenazó y faltó el respeto estando yo en mi balcón.

La vecina escondió la cabeza rápidamente y el médico se marchó en silencio de regreso al negocio. Horas más tarde, Lynn escuchó al hijo de otra vecina, trabajador del Ministerio de Cultura, en el balcón contiguo: 

—Mailin (Lynn) aprendió de esa familia porque ahí todos son unos singaos. 

Su mujer la vio y trató de disimular avisando con cautela a su marido: 

—¡Qué cojone´ me importa, que me oiga!

Llegó el día de la votación. Mi mamá hizo el resumen de forma muy escueta: 

—¿Quiénes están de acuerdo para que esta vecina siga vendiendo sus objetos personales de forma indefinida?

Todos levantaron la mano.

El antiguo cantante del Coro Nacional, quien inicialmente había firmado en contra y luego sugerido ambas reuniones, fue el primero en hablar:

—¿Por qué se encarnan con que la muchacha haga eso, si aquí en este edificio todo el mundo ha hecho lo que le ha dado la gana? ¿Por qué nos siguen molestando a todos con esto? ¡Está bueno ya! ¡Si no lo digo, me reviento! 

La vendedora concluyó: 

—Además, los del Gobierno vinieron aquí y dijeron que todo estaba muy bonito, muy agradable…


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¡Ustedes tienen la palabra!




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‘Corazón azul’ enterrado en Bielorrusia

Miguel Coyula

La comisión nacional revisora de películas del gobierno de Lukashenko había determinado que ‘Corazón azul’ era pornografía y se había creado un veto que prohibía su exhibición en territorio bielorruso.