Un nuevo julio

“Lo que pasa en Cuba es que el cubano tiene miedo”, “el cubano es cobarde, ¿por qué no se rebela?”. ¿Cuánto no hemos tenido que escuchar reflexiones ligeras como estas, provenientes muchas veces de cubanos que, al identificar lo que consideran la causa del problema, se escinden de este, como si no fuesen también hijos de esta tierra? 

No, el cubano no es cobarde. 

¿Que Fidel Castro desgobernó este país durante décadas y murió tranquilamente en su cama? Es cierto. También Stalin y Franco corrieron la misma suerte, y no escucho a nadie reprochar cobardía a los pueblos ruso o español.

Como los casos citados, el cubano tiene explicación: En 1959, los “cobardes” cubanos sacamos del poder a un tirano. F. Castro capitalizó como suyo el mérito de una revolución que no le correspondía en exclusiva y fue capaz de forjar un nuevo pacto social en torno a su carismática personalidad, el enfrentamiento al poderoso enemigo norteño y la lucha por la supuesta justicia social en Cuba y el mundo. Supo vender su idea a los cubanos y, cuando el proyecto amenazaba con estallar, siempre encontró una válvula de escape (Camarioca, 1965; El Mariel, 1980) o una fuente de la que parasitar (Unión Soviética y Venezuela).

Pero Fidel Castro ya no está y no hay entre sus sucesores nadie que pueda equiparársele. Las circunstancias han cambiado desfavorablemente para los gobernantes de Cuba.

Las generaciones nacidas a partir del Período Especial no tenemos siquiera una era de relativa prosperidad que evocar, como nuestros padres y abuelos. Hemos vivido en franca decadencia económica desde que nacimos, por lo que nuestra feen la santa Revolución no es ni la sombra de la de generaciones anteriores. 

La entrada a Cuba de los cubanos residentes en el exterior y la inevitable llegada de Internet rompieron la hegemonía mediática del Estado. En la sociedad cubana se ha corroído el pacto social surgido en 1959. Mas, la reacción de la cúpula ha sido el negacionismo y mantener ese discurso de Guerra Fría, absolutamente arcaico hoy.

En corto tiempo, el Gobierno tuvo al menos tres oportunidades para un diálogo nacional regenerador: en 2019, durante el proceso de elaboración del texto constitucional; en 2020, a raíz de los sucesos del 27N; y este año, con el VIII Congreso del Partido. 

Sin embargo, el texto constitucional mantuvo el sistema de partido único y el carácter irrevocable del Estado socialista; tras lo ocurrido frente al Ministerio de Cultura, el diálogo solo le fue permitido a Abel Prieto y a los de su clase; y el Congreso únicamente proyectó una decrépita “continuidad” y una total falta de transparencia.

Recuerdo una conversación que hace años tuve con mi profesor de Historia del Derecho. Cuba siempre ha estado desfasada respecto a la América Latina continental, la cual se independizó de la Corona española en la segunda y tercera décadas del siglo xix; nosotros tardaríamos hasta 1898. En el continente, el patrón que prevaleció fue el de golpe de Estado-dictadura-proceso constituyente-democracia —hasta el siguiente golpe— en ciclos relativamente cortos; nosotros, en cambio, hemos estado sometidos a regímenes no democráticos desde el 10 de marzo de 1952.

Entonces, ¿acaso es creíble que una ciudadanía desorganizada, movilizada por la desesperación que provoca la carencia y el ansia de libertad pueda destronar a una casta que lleva malgobernando 62 años? 

Lo cierto es que lo sucedido frente al Ministerio de Cultura el 27 de noviembre del año pasado abrió una nueva etapa en Cuba. Por primera vez en décadas, la sociedad civil cubana daba señales de vitalidad. Aquella noche la gente se vio las caras, dándose cuenta que era posible protestar en Cuba sin ser un “mercenario pagado por la CIA”; lo más meritorio es que la presión ejercida ese día obligó al Gobierno, representado por el MINCULT, a escuchar las demandas de figuras que les resultan tan adversas como Tania Bruguera. El 27N pedía diálogo para cosas concretas como la libertad de expresión y el no hostigamiento a quienes disienten. 

Si bien puede pensarse que las demandas del 27N eran moderadas, en el contexto cubano, dada la vocación francamente totalitaria de la camarilla gubernamental, resultaban peligrosas, por no decir inadmisibles. Además, el Gobierno se vio mal parado al demostrar que fue incapaz de cumplir con el propio texto constitucional, aprobado en 2019, que refrenda en sus artículos correspondientes la libertad de expresión, el derecho a la libre creación artística y la asociación libre, entre otros.

Algo que no debe olvidarse es que, de la misma manera en que el 27N ha sido el precursor del 11J, los sucesos de noviembre en la sede del MSI llevaron a la sentada frente al MINCULT. El día en que los historiadores cubanos puedan escribir libremente la historia de nuestro país, deberán hacerles un justo reconocimiento a ellos, los “marginales” de la Revolución cubana, y a personas que, como Tania Bruguera, renunciaron a tener una cómoda vida en el exterior —en su caso— y permanecieron en el país cuando la noche era más oscura.

Así, recibí con escepticismo el levantamiento, estallido social o las protestas masivas —como se le quiera decir—. Pensé, inicialmente, que eran dos o tres gatos protestando y un millón de chismosos filmando. Pocas veces en mi vida me he alegrado tanto de equivocarme. Lo digo sin reparos, esos “marginales” que salieron a las calles son lo mejor de nuestra sociedad y, si aún tenemos esperanza como país, a ellos se lo debemos.

Lo representativo de las protestas, que se regaron cual pólvora por todo el país, fue el civismo, su carácter pacífico. Aun con todas las escaseces a las que está sometido el pueblo cubano, la frase que más se gritó fue “Libertad”. ¿Habremos entendido finalmente que la democracia y la libertad son presupuestos indispensables para la prosperidad material y espiritual? Sí, yo juraría que sí.

La reacción de Díaz-Canel —cara visible del poder— más torpe no pudo ser: estigmatizó la protesta, los tachó de marginales y azuzó a violentos enfrentamientos civiles y policiales en cuanto dio la orden de combate en su aparición televisa en cadena nacional. Las consecuencias fueron nefastas: enfrentamientos, desaparecidos, muerte… Espero que la memoria colectiva de la sociedad cubana grabe en piedra esas palabras suyas.

La primera reacción de los cubanos en el exterior fue —después de la catarsis y la comprensible ira—, visibilizar la situación; sobre todo en el caso de la comunidad en Miami, pedir la intervención humanitaria/militar de Estados Unidos en la Cuba. Una intervención que no desea la mayoría de las personas en la Isla, aun cuando a gritos pidió el fin del comunismo y la renuncia de Díaz-Canel; y una intervención que ya fue negada públicamente por la Casa Blanca. Después de todo, a quien único beneficia el discurso interventor es al gobierno cubano, que durante sesenta años se ha agarrado de esa posible amenaza para recabar apoyo popular.

Cuba vive ahora una calma tensa, mientras el discurso oficialista intenta restarle importancia a la situación y lavar la imagen de Díaz-Canel y las fuerzas represivas. La naturaleza intrínseca del sistema que nos desgobierna es patológicamente incapaz de satisfacer nuestras demandas: no nos dará libertad ni permitirá prosperidad a nadie fuera de su círculo íntimo; más bien, intentará cambiar para que todo siga igual, como ya hizo en 2019.

El cese de las protestas del 11J no marca el final, sino más bien una fase de despegue de una etapa marcada por el evidente descontento popular y el descrédito de la oligarquía gobernante. La ciudadanía debe organizarse, crear liderazgos, vertebrar movimientos, partidos, alianzas capaces de garantizar una gobernabilidad, una alternativa al actual Comité Central. Esto sabemos que será difícil: la camarilla gubernamental empleará toda la represión con tal de evitar otro 11J; lo cual será en vano, pues en tanto no se erradiquen las causas, las protestas seguirán.

Como pacifista y demócrata que soy, siempre apostaré por el diálogo, aunque no crea en el interlocutor (el Gobierno). Pero no encuentro otra solución más efectiva para resolver nuestro porvenir como nación que sentarse a dialogar hasta consensuar un modelo de país. Ese sería el inicio de la nueva Cuba: una nueva Constituyente sobre la cual refundar nuestra República y consagrar un Estado independiente y soberano, apto para asegurar la libertad y la justicia, mantener el orden, promover el bienestar general y todos los legítimos anhelos de los habitantes de esta tierra, en el marco de una democracia representativa, directa y protagónica, con todos y para el bien de todos.


© Imagen de portada: Jael Rodríguez.




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Hoja de ruta para el cambio cubano

Yasser Villazán Boris

La tozuda persistencia en el poder de los incapaces que buscan la salvación de una cleptocracia corrupta en todo aspecto solo hará que la situación empeore.