Cuba está enferma. La afecta un mal sistémico que ha demostrado su incapacidad para generar ilusión y las fórmulas que la dictadura enarbola son tan obsoletas como sus promesas.
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¿‘Quo vadis’, Cuba?
Hay un principio que no ha variado desde el antiguo Egipto hasta nuestros días: la gente hambrienta tiende a rebelarse.
Estoy muriéndome de miedo por los niños
La imagen de mi primito de 15 años, enclenque, disfrazado de policía antimotines, tatuándose en mi hipotálamo ‘forever’.
Y sin embargo…
Tras las manifestaciones del pasado 11 de julio en Cuba, el ‘lobby’ antiembargo ha resucitado, con esa fuerza más, para intentar apoderarse del discurso político sobre Cuba en los Estados Unidos.
De Barack Obama a San Isidro: ¿Qué bolá Cuba?
Lo he dicho en otras ocasiones, pero vale la pena repetirlo: Tanto el engagement como la estrategia del garrote están atrapadas en un círculo vicioso, en una política de bandazos que conducen al mismo callejón sin salida. Estados Unidos debería abstenerse de intervenir en la Isla. De lo contrario, Cuba seguirá a expensas del presidente norteamericano de turno.
Monstrificación 4.0 en La Habana
En La Habana sobreviven los actos de repudio y se asiste a una resurrección de los poderes de la muerte civil. No hay desintegración en el polvo de las tumbas, ni huesos desperdigados, ni trozos de piel pegados a los ataúdes. Las formas de la muerte son ahora muchas, demasiadas, y el lenguaje apenas alcanza.
Dos Cubas
En Cuba la ilusión dura poco. No es el calor: es la impotencia. Existen espacios que quieren resistir, espacios para que uno se imagine por un instante que está en Madrid, en Roma, en Japón, o en la Cuba del futuro. Pero esa oportunidad solo existe para una clase social muy específica.
Patear al rey
Soñar con Virgilio Piñera, con Francis Alÿs y con una Habana ideal, me hizo lanzarme a la calle en el verano. Recordé que me gusta lo que la ciudad me dice, aunque esté hecha polvo y me derrita su calor. Recordé que la luz del trópico es brutal, pero me gusta. Y recordé, sobre todo, que La Habana es hostil, pero no es su culpa.
El Cristo de Jilma Madera, entre la bendición y la hecatombe
“No tuve hijos, pero parí un gigante de veinte metros”, me dijo un día Jilma Madera refiriéndose a su obra más trascendente: el Cristo de La Habana. Ortodoxos y heterodoxos alcanzan a imaginar, con mayor y menor intrepidez, que la figura está ahí, bendiciendo a la ciudad y la Isla.
Jorge Pantoja: objets trouvés
El gesto de Jorge Pantoja remeda, punto por punto, a ese que Carpentier propuso a los lectores habaneros casi un siglo atrás, cuando la ciudad comenzaba a ser aquello que ahora ha dejado de ser. Pantoja sale a ver su ciudad con otros ojos, buscando hacerle decir a lo cotidiano y ordinario, a lo que estuvo allí desde siempre, otra cosa, algo nuevo.