Ciclos


Emily Carrero Mustelier en Hypermedia Live.


Mientras estamos en edad escolar escuchamos hablar de varios ciclos naturales: el ciclo del agua, el ciclo del carbono, el ciclo de formación de las rocas, etc. Pero hay uno que acapara toda mi atención, por motivos profesionales, y es el ciclo sísmico

De una manera simple, el ciclo sísmico consiste en tres períodos: intersísmico, cosísmico y postsísmico. 

Durante el período intersísmico, o sea, en el rango de tiempo entre un sismo y otro, se acumula energía en una falla geológica resultante del movimiento mismo de los bloques que la conforman, del movimiento constante de las placas tectónicas, entre otros procesos. 

El cosísmico es simplemente el momento en que esa energía acumulada es liberada como un terremoto. 

Y el postsímico es el período en el que, después de un terremoto, el área afectada comienza a reajustarse, dando lugar a las famosas réplicas. 

Pero esta no es una publicación científica y, por tanto, no voy a hablar mucho de geología. Si hoy decidí escribir sobre esto, no es porque me puse a analizar terremotos, o al menos no en este preciso instante de mi día. Hoy decidí escribir sobre este tema porque, después de varios años, llegué a la conclusión de que el ciclo sísmico es un proceso que no solo sirve de alegoría para explicar o entender cómo se ha desarrollado la lucha del pueblo cubano por su libertad, sino también el ciclo nostálgico que sufrimos los exiliados. 

Todo comienza con nuestra salida, o nuestro escape, como diría un colega, de ese chispazo de tierra en el mar que nos vio nacer. Al escapar, queremos conocer y disfrutar todo lo que no tuvimos hasta el momento mismo de nuestra salida del país, y esa es, simplemente, la reacción más normal de este mundo. La cosa está en que, cuando pasan los meses y a veces los años, nos cae el gorrión. Ahí es cuando, generalmente, empezamos a extrañarlo todo o casi todo. Esa faceta es lo que yo llamaría el período intersísmico. Es la preparación para lo que viene después. Es que se te comience a mover el piso cuando escuchas un viejo son; cuando comes algo, que, aunque no te sepa igual, te recuerda al lechón, bien hecho, del 31 de diciembre o a una cerveza Cristal bien fría; o que tengas unas ganas de regresar que no las brinca un chivo.

Después del gorrión viene, a veces, el explote, al que yo le diría el período cosísmico. Este es el momento en el que comienzas a pensar en que para atrás, ni para coger impulso. Este es el momento en que se te revuelve el alma porque tomaste la decisión correcta; pero posiblemente sea la más dolorosa de tu vida. Y te enfocas en demostrarte a ti mismo por qué fue la decisión correcta. Comienzas a recordar no lo lindo de la Isla, ni lo cursi, ni lo peculiar. Recuerdas la pasadera de trabajo, las guaguas, las colas, los apagones, los chismosos del barrio, las consignas sin sentido, la represión, los “baja la voz que me vas a meter en candela, las verdades a medias o, peor, las mentiras, y por ahí para allá… 

Entonces, te da lo mismo meterte de lleno a mambí hablador del siglo xxi que meter la Isla entera en un cofre, cerrarlo, tragarte la llave y hacer como que nunca existió. 

Te preguntas por qué entre tantos países tuviste que nacer allí e inconscientemente dices “¡Qué país!”, tal como lo diría el general Resóplez. Y sueñas con tener el poder de olvidarte de esa isla, aunque sea por un mes, aunque sea por un día, hacer como si no existiera, convertirte no en un exiliado cubano, sino en un ciudadano del mundo, de ese mundo que siguió evolucionando, sin ti, después 1960.

Llega entonces la fase tres, el reajuste, el período postsísmico. Llega la resignación o la comprensión de que no puedes, o no debes, estar en un sitio con el corazón en otro. Descubres que tienes que reajustarte a tu nueva realidad, a una realidad que no necesariamente va a ser más fácil o difícil de la que conociste, pero una que mereces vivir, porque si la vida te permitió escapar es porque te tocaba aprender a vivir como persona. Y entonces si extrañas Cuba, vas a Miami, a un restaurante cubano, pones un poco de música y te das el derecho de vivir esa nostalgia y todo lo que ella conlleva. 

Pero si eres como yo, te aseguras de que esa nostalgia sea algo momentáneo, porque ese sentimiento también afecta. Incluso puedes ir a Cuba, y con el tiempo te darás cuenta de que el ya no ser los mismos no te afecta como antes. Entrenas tú mismo a tu propio gorrión y le dices: “hoy no me voy a deprimir por Cuba, así que, dale, camínalo por San Leopoldo”. 

Ya el combinar dos idiomas, dos culturas, dos vidas, no te preocupa tanto. Al contrario, descubres que hay un punto en que este nuevo tú de dos caras se fusiona con quién crees que fue tu yo auténtico, y crean una versión mejorada de ti mismo. No dejas de creer que el día viene llegando, pero aprendes a decirte “pa´lante” a ti mismo y a decírselo a los que conocieron la libertad después que tú, porque lo que sí no está permitido es sentarse a esperar a que todo nos caiga del cielo.

Y, casi siempre, luego de esa última fase, todo se repite. Porque lo nuestro con Cuba es un bendito ciclo. Es como darle vueltas a la isla a remos una y otra vez, solo que no por el mar Caribe, sino por un mar de nostalgia, pero sobre todo de dolor. Porque esa isla, aunque digamos que no, nos duele, a todos y cada uno de nosotros. Entonces, acumulamos energía, temblamos y nos reacoplamos para, de una forma u otra, seguir pensando, soñando, sufriendo y añorando ese archipiélago, que es para nosotros la única placa tectónica que importa.


© Imagen de portada: Liz Sanchez-Vegas.




Emily Carrero Mustelier

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Emily Carrero Mustelier

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