Uber Cuba 0106

Manejando taxis Uber en el Día de Acción de Gracias, que en Cuba cae cada año alrededor del día en que los españoles fusilaron a ocho estudiantes de medicina. Total, que después de 1959, la Revolución comunista fusilaría (con aplausos internacionales) muchísimas veces esa cifra. De estudiantes y de no estudiantes. Pero eso es lo de menos ahora. Ahora lo de más es pisar el acelerador y atravesar en paz póstuma, sin que la tristeza nos reconcoma por dentro, otro Día de Acción de Gracias en los Estados Unidos de América.

Viva la Yuma entera agradecida. Un país que ha sido minado por su inmigración intelectual, por los extranjeros de élite que desembarcan aquí con la única intención de no hacer dinero ellos. Ni tampoco dejar que los americanos lo hagan. El capitalismo se cae por la academia fundamentalista foránea, tan bien arraigada en el hemisferio occidental. Sobre todo, desde la hégira dialéctico-materialista de la Segunda Guerra Mundial.

No les voy a contar lo que me pasó este jueves 28 de noviembre de 2019. Voy a contar solamente lo que pensé, mientras soltaba a un pasajero y recogía al próximo.

Sentí una gratitud paquiderma, unas ganas plantígradas de arrodillarme y ponerme a rezar por estos seis años de soledad norteamericana, desde el martes 5 de marzo de 2013 (cuando salí de Cuba para nunca jamás regresar) hasta el santo Thanksgiving de hoy.

Pensé en cuánta gente querida he dejado olvidada atrás, y en cuántos he dejado languidecer a mi lado. Un genocidio emocional, un holocausto del corazón hecho cuadritos de esperma y patria. Poema de glándulas en clave de la grosería que ha significado ponernos viejos como generación. Obsoletos.

Pensé en los paisajes perdidos para siempre en Cuba, incluidas esquinas sin ninguna importancia y paradas imponderables de guaguas, postes de la luz analógicos y fachadas no a la intemperie sino casi de puertas adentro, de tan familiares para el Orlando Luis Pardo Lazo de La Habana. También, parques y alcantarillas chorreándose de madrugada, con un aguamaría purísima de bautismo albañal. Chimeneas, ríos pastranos, escalinatas, céspedes. Todo un vocabulario bucólico y vil. Belleza del siglo veinte, cuando el siglo veinte no tenía para cuando acabar. Después fue el acabose.

Pensé en la escritura. En especial, en lo excepcional de mi propia escritura. Ese milagro que no nos merecíamos como nación y que, sin embargo, helo aquí, encarnado en fonías a un tiempo fulminantes y fósiles. Imitación de imitaciones, inercia magistral. Y nostalgia por el fascismo cubano. En tanto autor, me niego a vivir en un país que no sea fascista. Lo que equivale a decir que ya estoy puesto en remojo, listo para demolición. Nadie me lea, nadie me deslía. Mi opus magnus literario fue apenas un ruidito, un eco, una sinfonía amateur, un retintín desafinado a propósito como el coño de su madre. Y pensé en que son ya 19 años de siglo veintiuno quisquillosamente tecleados, todos y cada uno sin la menor trascendencia. Es ciertamente un alivio la condición congénita de no ser recordado. Es el único olvido contra el horror.

Pensé en el idioma inglés, que mi padre me lo regaló en una cajita de caramelos rompequijá, y sin decirme nada el muy cabroncito. Mi padre, que sabía que me estaba mandando al espacio exterior con ese conocimiento en clave castrista. Un inglés de pañoletas y cartabones, con idioms del tipo those-who-defend-you-will-love-more y nobody-surrenders-here, que es el mismo argot anglo que todavía paladeo hoy. Desde que salí de Cuba, no he aprendido ni una sola frase. Ni una sola palabra. Ni sílaba. Ni saliva. Esa es mi resistencia más radical: fingirme intraducible, fungirme ininteligible.

Por último, por supuesto, pensé en la paradoja de lo que implica ser un chofer exiliado. Desplazar desconocidos. Enrevesar las coordenadas de un mapa anónimo, de recóndito páramo a páramo recóndito, sin reconocer un solo gesto de la cara o de las manos de mis interlocutores clientes, pero igual deseándoles a todos los pasajeros un muy feliz día de acción de gracias.

Como mismo te lo deseo ahora a ti, que no por ser cubano dejas de ser menos recóndito e irreconocible. Sentadito como Dios y el Estado mandan, en el asiento de atrás de este taxi Uber hecho a retazos de ternura y tiranía: recortería post-revolucionaria de las partículas que salimos propelidas a la velocidad de la luz (como un peo de reacción a chorro) hacia los cuatro puntos cardinales, aquella nochecita Black Friday de noviembre en que el castrismo consuetudinario se convirtió, por un efecto cuasi-cuántico, en castrismo cadáver.




Uber Cuba 0105

Uber Cuba 0105

Orlando Luis Pardo Lazo

Era evidente que a los cinco los habían reventado justo un siglo atrás, en una de esas escaramuzas de la mal llamada Primera Guerra Mundial. Porque ni fue la “primera”, ni fue para nada “mundial”.