Uber Cuba 0102

Todavía se veía tan bonita.

Nunca pensé que yo podría escribir una frase así, tan tonta. Mucho menos al inicio de nada. Pero aquí está. En literatura, la tontería es preferible a la pedantería de la página perfecta: ese fundamentalismo fascista, esa comemierdad comunista. 

Así que aquí va de nuevo, con sus cinco palabras como franjas, cada una en un párrafo aparte. Por esta vez sin información visual, pero también por suerte sin digresión: 

Todavía.

Se.

Veía.

Tan.

Bonita.

Lucy. Probablemente, Lucía, una de las mil novecientas cincuentinueve novias que se le conocieron en público al comandante Camilo Cienfuegos (un “sastrecito lindo”, según Ernesto Ché Guevara), entre el enero y el octubre de aquel año funesto, funerario, fatal.

En cualquier caso, ella está hoy a punto de cumplir sus 88, infiniteces de la simetría sensual, como alguna vez suculento y sinuoso fuera su cuerpo de hembra habanera medio amulatada, con esos ojos verdes despampanantes, comparables única y exclusivamente con los atroces ojazos de Naty Revuelta, una contemporánea de Camilo que fue la amante más fiel del jefe de la revolución Fidel Castro, el mismo que terminaría asesinando y luego cínicamente canonizando al comandante de la sonrisa Colgate y el sombrero alón.

Pobrecito nuestro San Camilo de Lawton. Todavía se veía tan bonito cuando lo desaparecieron.

Lucy o Lucía se monta en mi taxi Uber en Miami y enseguida me reconoce de América TeVe. Es una viejita muy pizpireta, plena de vida y futuro (es decir, de tristeza):

―¡Tú fuiste el que estuvo ayer en el programa de Cao! ―me suelta de un tirón―. Muchacho, si estaba loca por conocerte… Déjame decirte una cosita, de corazón. Si tú supieras: te pareces como dos gotas de agua a quien fuera mi primer y último amor. ¡Qué cubano, por el amor de Dios, qué cubano!

Y entonces, a lo largo y tortuoso de nuestro viaje desde Miami Beach hasta Palm Beach, me cuenta atropelladamente quién había sido ese primer y último amor de ella, que para colmo se parece a mí como una gota de agua a la otra. O, mejor, como dos lágrimas. O lagrimones.

―Lo de nosotros fue un flechazo a primera vista ―me dice Lucía o Lucy, a estas alturas de la historia da igual―. Me quedé como boba cuando lo vi. Tan alto, tan gentil, tan limpio, tan cortés, tan Camilo. Y no fue por su traje del Ejército Rebelde, ni por sus grados de comandante, que a él poco le importaban. Sino porque aquel muchachote espigado, derechito como un pino, de sonrisa contagiosa y porte viril, como tú al timón ahora, tenía un don natural para la seducción.

En sus últimos años de Cuba, ella había vivido en el municipio Playa, antes de que una sobrina o algo así la reclamase para venir a morirse lejos de su país (en realidad, más cerca que si se hubiera muerto o mudado, por ejemplo, a Yaguajay).

Lucy lo recordaba todo de su relación o arrebato con Camilo Cienfuegos. Lucía lo recordaba mejor que la dirección a la que ahora iba y para ver a quién iba y con cuál motivo iba. El Alzheimer, como la muerte, siempre pierde sus peleas patéticas en contra del amor. El amor todo lo recuerda, todo lo recuenta, a todo le da cuerda.

Era como si su efímera vida con Camilo hubiera ocurrido ayer por la tarde. Como si estuviera ocurriendo de nuevo esa misma tarde. Como si estuviera a punto de ocurrir por primera y última vez la próxima tarde.

Camilo le había dicho tan pronto como se la topó:

―¿A qué hora terminas de trabajar? Estás más rica que tus sándwiches…

Y a ella le gustó su forma. Su talante. No sabe si porque tenía voz de mando. O porque su autoridad no se basaba en los alardes y alaridos de Fidel Castro. Camilo era un hombre al natural. Camilo era un hombre.

Lucy trabajaba en uno de los bares más concurridos de Centro Habana, en la esquina radionovelesca de San Rafael e Industria, en los bajos de un edificio que, como todos (incluso los estoicos que allí siguen en pie), ya no existe. El bar tenía una botellería mejor que la de cualquier bar de Manhattan, y encima vendía los mejores sándwiches de jamón y queso de todo el hemisferio occidental.

Lucía rebosaba deseos a sus 25 años y era preciosa, demasiado preciosa para ejercer con responsabilidad el monosílabo NO. Una Cecilia clásica, veintimonónica.

Lucy me dijo que Camilo era muy fogoso, un amante ardiente, al rojo vivo (sin implicaciones políticas). Hacía el amor como si de pronto se fuera a morir. Y lo sabía, Camilo de pronto se iba a morir: lo iban a morir. Él mismo se lo confesó a la veinteañera una madrugada especialmente silente (antes de los ciclones, en Cuba se hace un silencio espectral, espectacular), cuando Camilo le hizo el amor literalmente con las botas de militar puestas (mientras ella reía, inocente, iluminada, ignorante):

―Hacer el amor es como morirse, mujer. Y yo quiero abandonar este mundo con mis botas bien puestas.

(Y, por suerte, con tus botas bien puestas lo abandonaste, hombre, cuando ese otoño totalitario Fidel y Raúl Castro, con la complicidad del Ché Guevara, Ramiro Valdés y otros de tus compañeros de armas, te asesinaron a tiros a sangre fría en la Ciénaga de Zapata, traicioneros como reptiles de carroña, antes de echar a rodar la bola burlesca del accidente aéreo y las flores a un mar donde tú nunca has estado: el único mártir cubano del Club de los 27 años.)

Ella me mira a los ojos al borde del 2020 y me reitera la similitud entre Camilo Cienfuegos y yo:

―Igualitos, increíble… Como si no ocultaran nada malo en la mirada. Como si supieran que la vida no les iba a durar demasiado. Gracias, Dios, que todavía quedan cubanos libres de esa maldición tan propia de los cubanos.

Entonces soy yo quien se atreve con ella, quien se propasa, a medio siglo de distancia pero a medio segundo del deseo, violando todas y cada una de las resoluciones laborales contra el acoso sexual, impuestas despóticamente por la compañía californiana Uber.

―Lucy Lucía, Lucía Lucy: si en lugar de haber conocido a Camilo en aquel bar de buena muerte a medio camino entre el capitalismo y la Revolución, si en lugar de su sonrisa Colgate y su sombrero alón, si hubiera sido yo el hombre con botas al margen del horror que se te acercó en 1959, ¿te hubieras enamorado tanto también?

De propina me dejó en el App de Uber el mismo emojis tres veces, las tres veces entre corazón y corazón:  ❤️ ?? ❤️ ?? ❤️ ?? ❤️




Nota:
Este Uber Cuba se basa en el texto «Lucy y Camilo Cienfuegos», original de Tania Díaz Castro, publicado en 2012 por CubaNet: https://www.cubanet.org/articulos/lucy-y-camilo-cienfuegos/




Uber Cuba 0101, Ernesto Cardenal

Uber Cuba 0101

Orlando Luis Pardo Lazo

Ernesto Cardenal no era cardenal ni demasiado católico ni un carajo. Sólo en papeles era cura. Su relación más íntima con la Iglesia duró apenas medio minuto…