Miré mis manos. Tan cansadas de manejar y manejar en la nada.
Miré el timón de mi taxi Uber, que en realidad habían sido decenas de timones en decenas de carros, a lo largo y estrecho de mis falsos años de exilio. El timón estaba gastado, raído por el uso. Lucía sucio, a pesar de no estarlo. Desencantado de la carretera y la ristra de pasajeros virtuales. Avergonzado de mí, chofer incapaz de llevarlos a ningún puerto seguro. Mucho menos al hogar.
Extranjeros, extraños. Manchas anónimas en el paisaje del capitalismo global, esa falacia de los intelectuales de izquierda. Sombras de sombras, entre sombras, con sombras de fondo. Reflejos reiterativos que ya apenas pueden ni reflejarse a sí mismos. Espejismos. Desesperanza.
Dejé de mirar mis manos, tan contentas de manejar y manejar en la nada.
Dejé de mirar el timón de mi taxi Uber, el palimpsesto de los incontables timones y carros y carreteras y pasajeros, a lo corto y ancho de esa biografía sin vida que los cubanos llamamos “exilio” a falta de una palabra peor. Y todas lo son: cada palabra es peor que la palabra anterior. Todas virtuales, ninguna verdad.
Avergonzado de ustedes, vocabulario incapaz de llevarme a algún puerto seguro. O por lo menos a mi hogar. Vocubalárido…
Entonces lo decidí. No sigo.
Me desloguié de mi cuenta gold de Uber. Desinstalé el Uber App de mi iPhone X. Apagué el motor de mi Ford Falcon rentado. Ahí mismo lo dejaría, en el drive-through de un Starbucks cualquiera. En este caso, el de Clayton Road, cerca del cine-teatro Hi-Pointe.
Después, pagaría la multa. Después, pediría perdón. Por el momento, a la pinga todo y todos.
Comencé a caminar. Con suerte, caminaría horas y horas. Caminar por el resto de la historia, por los restos de mi historia. De una punta a otra punta de la ciudad donde yo estuviera ahora. Total, que todas iban a ser siempre La Habana.
Caminar como en Cuba. Rápido, muy rápido. Demasiado rápido. Sin cansarme. Sin hacer la menor pausa. Sin darme cuenta de que ya estoy cansado, muy cansado. Demasiado cansado.
Caminar como un cadáver para que no me alcance nunca mi propio cadáver.
Adiós, extráñenme. Yo también ya me voy extrañando.
Librería
Mis felicitaciones a este bloguero ripioso sin ningún talento, el Gran O, por el tan cacareado lanzamiento de su nuevo libro…
Donald J. Trump, @realDonaldTrump