El chofer me lo soltó a la cara, pero sin mirarme ni por un momento a la cara:
―Ni tú mismo sabes en lo que estás metido. Mira ―me dijo, siempre sin mirarme―, para mí, tú y todos los que andan metidos en lo mismo que tú, están locos pa´l carajo.
Era Miami, inevitablemente. Y el chofer del Uber era, inevitablemente, un cubano.
Un filósofo, claro. Y, con suerte, de los existencialistas escépticos. Es decir, un inocente cómplice del castrismo. Otro cubano que cree y quiere hacernos creer que no se puede hacer nada respecto a la Revolución cubana.
Ya los conozco desde Cuba. De hecho, así son la mayoría de los intelectuales cubanos, si no todos. Patéticos en su victimismo ilustrado, son unos tipos geniales en la argumentación de su cobardía personal (anecdótica hasta el aburrimiento), son también deslumbrantes para criticar la evidente mediocridad de la disidencia cubana (es muy fácil cogerla contra los negros y no contra los generales), así como son muy lúcidos a la hora de denigrar la labor histórica del exilio (esos dinosaurios y/o trogloditas) y encima culpar al pueblo rehén en la Isla (esos carneros y/o carneros).
Los conozco como si los hubiera parido, a esa especie endémica de las tiranías totalitarias. Sería el equivalente criollo de un negador del holocausto, del holocastro. Pero nunca había tenido a uno tan cerca.
―Cómo tú te llamas, brother? ―le pregunté por preguntar, pues su nombre estaba anunciado de antemano en mi Uber App.
―Fulanito de Tal ―me dijo.
―Tienes toda la razón, Fulanito de Tal ―le dije―. Pero, mira, mi hermano, no te me pongas bravo, pero tú tienes que saber que yo me estoy cagando en el corazón de tu madre.
Desde que salí de Cuba, el martes 5 de marzo de 2013 a las 4:44 de la tarde, esta ha sido la única noche en que tuve que dormir en una estación policial. Tenía que ser en Miami, por supuesto.
Sólo espero que eso no afecte ahora mis trámites de ciudadanía. Sería el colmo no haber tenido antecedentes penales en la Cuba de Castro y venir a tenerlos ahora en Miami.
Bueno, pero si los afecta, no me importa demasiado tampoco. Basta con haber sido cubano alguna vez, para seguir siendo cubanos todas las veces. Es una fatalidad. Igual me queda el consuelo de que, al menos por una noche, gracias a mi vocabulario y a mis seis-pies-dos-pulgadas, el filósofo escéptico-existencialista Fulanito de Tal quedó mucho peor.