Uber Cuba 0019

Yo sabía que tarde o temprano era a mí a quien me iba a pasar. Fue a inicios de este año (el 2018 por si no lo recuerdas), en el downtown desértico de Miami.

Me monté en un Uber Pool con destino a Coral Gables o uno de esos corrales por el estilo. Era bastante tarde, sobre las dos de la madrugada, creo. Y yo todavía tratando de ahorrar unos pocos quilos. Como quien dice: cambiando tiempo de exilio por dinero.

Dentro del Uber Pool iba Luis. No voy a decir Luis quién. No hace falta. Digamos solamente que Luis, el doctor de la delegación deportiva del avión de Barbados.

No era octubre, ni era 1976. Luis iba ahora viejísimo. La piel de papel cebolla, piel de periódico con polillas a punto de hacerlo ya polvo. Pero su cara era inconfundible. Igualita, aunque irreconocible. Se parecía a aquellas últimas fotografías de Fidel viejísimo, con la piel de papel cebolla, piel de periódico con polillas a punto de hacerlo ya polvo, pero así y todo una cara inconfundible: igualita, aunque irreconocible. Fotos pirateadas por sus propios hijos, primero huérfanos y después suicidas, para complacer al morbo revolucionario de la TVC, así en La Habana como en Miami.

Luis era, como Fidel, un rey cadáver. La cabeza ya sin corona, caída a lo comoquiera hacia un lado, como si él fuera ahora otro monarca decapitado, cuya carencia de cabeza se hundía hasta mitad de cara sobre el hombro de la mujer en el Uber Pool a su lado, una tipa tan anciana como él.

Una mujer que no parecía ser su mujer. Tal vez fuera una hija huérfana o suicida, pensé. O tal vez era sólo una de las sobrevivientes del avión de Barbados. Para eso no tenía que ser octubre, ni tenía que ser 1976.

Pensé en el perdón imposible entre los cubanos. Debo advertir que estaba medio borracho: había bebido como un bobo en una taberna de corte remotamente irlandés. Cubanos que beben solos, cubanos que se quedan solos. Hacía rato que los Estados Unidos me deprimían hasta la debacle, tras cinco años de haber llegado a los USA hecho todo ternura y todo ilusión.

Qué perdón de qué pinga, pensé. Nunca se pronuncia esa mala palabra entre nosotros. No “pinga”, por supuesto, que es una preciosidad al lado de la palabra prohibida “perdón”.

Me pareció que el doctor Luis iba dormido. Casi seguro, soñando con los angelitos. Tenía la sonrisa más triste del mundo sobre sus labios hechos de todo tiempo pasado tiene que ser mejor. Ojalá nadie lo despertara, ojalá nadie lo hubiera despertado.

Querido Luis, perdónanos.

Querido Luis, te perdonamos.

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