Le dije a la chofer del Uber que yo era cubano. Craso error. Ya casi nunca les digo la verdad cuando me preguntan de dónde es mi acento, tan lindo, tan sensual ―so cute, hotty―, con tal de que no empiecen enseguida otra vez con la resingueta de Cuba, Castro y la Revolución.
Bien, pues. Pero se lo dije. Soy cubano de Cuba. Porque esta chofer de Uber en particular era un rubia muy al estilo de la inmarcesible Mónica Lewinsky (Lingüinsky), quien, aunque no sea rubia, igual me sigue excitando más que a Bill Clinton en su Oficina Oval (Ovárica), cada vez que la veo con esa cara de caballuna y sus belfos de bebedora de semen presidencial en alguna entrevista perdida por ahí, en Vimeo o en YouTube.
Yo también tengo mis aspiraciones presidenciales en Cuba, no crean. Pero eso por suerte no se lo llegué a decir. O la rubia de rabia me hubiera acusado de asalto sexual. Directico contra los abogados de Title IX de mi universidad, los que por cierto ya me tienen identificado como un virtual violador (no les hace falta probarlo, la culpa se demuestra con la propia acusación: estos son los Estados Unidos que el presidente Barack Obama nos legó).
―Viví más de cuarenta años encerrado en la Isla de la Libertad ―ironicé un poquito en inglés―. Hasta que inmigré a América el martes 5 de marzo de 2013.
―How come America? USA is not America, but the worst part of America!
Oh, oh, pensé. Otra tipa traumatizadita por décadas y décadas de educación demócrata.
―Inmigrant, how come? ―siguió con su pataleta―. Cubans are not immigrants! Cuban cannot be immigrants, ever! ―parecía que se iba a venir, pero de anorgasmia―: ´Cause immigrants do not vote in block for the sonofabitch Donald Trump!
Y sin más ni más trató de sonarme una bofetada. Loca de mierda.
Le esquivé la mano de masturbar presidentes y le retorcí la muñeca, mientras el Uber iba a tope de velocidad por la calle 16 del Northwest, casi a la altura de la embajada cubana en Washington (no muy lejos de la paja clintoniana original, vestidito azul incluido). Casi nos vamos de cabeza contra las rejas de la embajada (noté que incluso a esa hora había una cola del carajo en la acera, no tengo ni idea de para qué).
Pero la chofer del Uber no paraba de pugilatear, con sus interjecciones iracundas de izquierda. Se cagó en mi madre en inglés. Yo me cagué en la mía en español, por mi mala suerte de republicano sin derecho a votar. Todas las mujeres norteamericanas han enloquecido desde la elección del presidente hijodeputa Donald Trump. Sentí un empingue que no veía. Entonces cogí y me saqué precisamente la.
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(Por respeto a la integridad moral del sitio web de esta Editorial Hypermedia, así como para evitar demandas judiciales que en nada contribuirían a la causa de la cultura libre en una Cuba sin castrismos ni Castros, he decidido, en plena posesión de mis facultades mentales o en plena facultad de mis posesiones mentales, y sin la más mínima coerción por parte del consejo editorial de Hypermedia, he decidido, repito, censurar esta columna ‘Uber 22’ aquí, a pesar de tratarse de una anécdota que, como todas las de mi sección ‘Uber Cuba’, son estrictamente verdad. ¡Abajo la Primera Enmienda! Muchas gracias por su comprensión. El autor.)
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