Nos pasábamos días y días, y hasta semanas, los dos fajados con una línea cualquiera de alguna canción en inglés. Éramos adolescentes cubanos de los ochenta, oyendo FM de La Florida y grabando lo que podíamos en casetes de cinta, Orwos y TDKs regrabados hasta el infinito, mientras nos hacíamos adultos solitarios en un barrio de las afueras de La Habana llamado Lawton.
Todos se iban, menos Fidel Castro.
Éramos El Chino Alexis y yo. Éramos cubanos analfabetos de mundo, y el inglés significaba por entonces la dignidad del afuera, de la belleza, de lo bueno, de la libertad. El inglés en aquella Cuba a punto de la debacle era para nosotros la otra Cuba, la contra Cuba, la no Cuba.
No tengo mucho más que decir.
Llamé al taxi Uber, con siglos de antelación, como de costumbre cuando cada vez que voy a volar. Hábitos de habanero provinciano.
El taxi Uber me recogió en El Palacio de los Jugos de la 87 SW Avenida de Westchester, rumbo al Aeropuerto Internacional José Martí de Miami. Estaba super adelantado y, sin embargo, ya iba con siglos de retraso.
Esa mañanita yo debía de volver, hosco y fosco, a mi rincón de alquiler en el Central West End de Saint Louis, Missouri, donde en una universidad privada, de las más caras de los Estados Unidos, los castristas de ocasión me machacan los cojones mucho más que la policía política de La Habana.
O tal vez sí tengo mucho más que decir, pero no tiene ningún sentido que te lo diga ahora a ti. No lo tomes como una agresión personal. Sabes bien que nadie quiere a los cubanos como los quiero yo. Es que tú tampoco entenderías ya nada. Mejor vuelve a lo tuyo y déjame a mí seguir con lo mío: se llama cubanidad.
El taxi Uber lo manejaba El Chino Alexis.
No había envejecido, como le corresponde a su raza ancestral. No nos pusimos contentos de vernos. No nos pusimos nada.
Nunca habíamos pasado días y días, y hasta semanas, los dos fajados con una línea cualquiera de alguna canción en inglés. Nunca fuimos adolescentes cubanos de los ochenta, oyendo FM de La Florida y grabando lo que podíamos en casetes de cinta, Orwos y TDKs regrabados hasta el infinito, mientras nos hacíamos adultos solitarios en un barrio de las afueras de La Habana llamado Lawton.
Nunca nadie se fue, tampoco Fidel Castro.
Nunca habíamos sido El Chino Alexis y Orlando Luis Pardo Lazo de cara a la eternidad cubana. Menos aún fuimos analfabetos de mundo, en un país-prisión donde sólo en el inglés encarnaba por entonces la dignidad del afuera, de la belleza, de lo bueno, de la libertad. Nunca hubo para nosotros la otra Cuba, la contra Cuba, la no Cuba. No pudimos ser nunca ni contemporáneos.
El Chino Alexis y yo, sólo eso. En un Uber del exilio cubano con destino a ninguna parte.