Eran las Navidades del 2018. Hacía por lo menos 30 años que el escritor de vanguardia se había ido de Cuba. Técnicamente, lo habían ido. Por perestroiko. Es decir, por defender a un socialismo con rostro humano en la Cuba de 1988.
Debo añadir aquí una intromisión algo incómoda. En este caso específico, estuve, estoy y estaré plenamente de acuerdo con la represión que ejerció el Estado cubano en contra de este intelectual cubano. La idea de “un socialismo de rostro humano” no amerita más comentarios de mi parte. Y mucho menos amerita perdón. Que se joda el escritor de vanguardia. Que siga boteando en su Uber de mierda hasta el fin de los tiempos, en su exilio de élite culturosa en Nueva York.
Era sábado 22 de diciembre, Día del Maestro en la Cuba de los antónmakarenkos. No sé si la fecha se conmemora en el resto del mundo. No me interesa saberlo. Da igual. Igual los cubanos arrastraremos de por vida nuestra pañoleta de pionero moncadista, con su respectiva ristra de infantilismos y efemérides.
Me monté en su Uber a la altura de la avenida Lexington y la calle no sé qué. Yo estaba demasiado triste, demasiado borracho, demasiado solitario bajo la noche inimaginable de Manhattan. La paideia de una diáspora en democracia es tan despótica como la pesadilla del totalitarismo insular. Y por eso ahora el escritor de vanguardia cubano llevaba en su taxi Uber una pegatina que decía, como un aura de odio sobre la cara del 45to presidente norteamericano Donald J. Trump: Fuck this fucker.
Pensé: caballeros, qué clase de comepingá.
Pero no le dije nada. Él también lucía demasiado triste, demasiado abstemio, demasiado solitario al volante de su carrito de cuerda o acaso de fricción. De ficción.
Pensé: pobre escritor, pobre vanguardia, pobres cubanos perdidos por todas partes.
Él, por supuesto, ni siquiera me reconoció. Yo no soy nadie. Nunca lo fui. Sin embargo, él sí seguía confiado en pertenecer a un futuro de renacimiento y reparación. Incluso ya había regresado a Cuba un par de veces. Y hasta lo había contado en su blog a todo bombo y platillo, con esperanza en la resurrección pedagógica de aquel mismo socialismo de rostro humano que antes lo condenó y expatrió.
Pensé: ojalá que la próxima vez que vaya lo metan preso en Cuba para el recontracoño de su madre.
Pensé: ojalá que el castrismo le robe su existencia entera por otros 30 años.
Pensé: ojalá que el escritor de vanguardia no se muera antes de la reelección en noviembre de 2020 del 45to presidente norteamericano Donald J. Trump.
Pensé: Fuck this Cuban.
Pero no le dije nada. No nos dije nada.
Lucíamos demasiado tristes, demasiado borrachos a la par que abstemios, demasiado solitarios dentro de un automóvil silente como un ataúd cayendo por gravedad hacia el downtown de Nueva York, la ciudad que nunca duerme, pero que tampoco le permite despertar a los pobres cubanos perdidos que me encuentro por todas partes.