El Pantera Negra nunca me dijo su nombre, pero sí el nombre de su taxi. Para ser un guerrero de capacidad mortífera en contra de la raza capitalista y del hombre occidental como un todo, el anciano le había puesto a su VW modelo escarabajo un nombrecito bastante mariconzón: Pupu.
El Pantera Negra ya no era el Pantera Negra de antes. Había envejecido. Y, mucho más humillante que la vejez: hacía poco que había renegado de su exilio militante en la Cuba de Castro (ya casi no quedaban Castros, ni Cuba). Así que ahora estaba de vuelta, sano y salvo, otra vez en sus natales Estados Unidos de América.
El pobre, pensé. Una pantera domesticada por la cercanía de su muerte natural. Una fiera herida de tiempo que a la postre tiende a su redil. Morir en lengua propia. Ya no más pantera ni negra, sino apenas un bobcat mulatico de ochenta y tantos largos años, casi un nonagenario Kunta Kinte al volante de su VW, aquel Pupu histórico que, según me dijo tan pronto supo que yo era cubano, finalmente él había conseguido sacar de la Isla (gracias a una gestión personal del escritor negro cubano Alberto Guerra Naranjo con el ministro del MITRANS).
El Pantera Negra lucía acabado. El cáncer se lo estaba comiendo por una pata. Por encima de su talante hecho talco, se notaba todavía que mi chofer de Uber había sido un negro pingú. Pero entonces me hizo un par de cuentos que, por supuesto, no le creí.
Además de pingú, sin duda era también un negrito papití.
Llegó a decirme incluso que en el verano de 1969 él solito (es decir, él y un juguetico calibre 38 cargado) le había robado un Boeing 707 a la TWA, para llevárselo secuestrado hasta Cuba, con 82 expedicionarios espantados a bordo (y la complicidad de los pilotos blancos, que tenía órdenes del FBI de no resistirse, para así ir saliendo uno a uno de aquel ejército de negros armados con la Segunda Enmienda).
Me pareció buena persona. Acaso un tin senil, medida de protección mental de dios contra la agonía terminal que se le venía encima. Tenía, por cierto, su dentadura intacta.
Pero, antes de despedirme de la carrera desde el barrio de Castro en San Francisco hasta los suburbios de Oakland (yo había venido desde Cuba sólo para ver a la pantera blanca cubana Achy Obejas, que reside allí), el Pantera Negra me dijo uno de esos detalles narratológicamente ininventables (al estilo de la tortura Hecha en Cuba con que los vietnamitas martirizaron al senador John McCain) que me hizo sospechar que, después de todo, aquel anciano tal vez sí se había robado un avión de verdad.
Me miró a los ojos y me dijo, en cubano callejero, no sin una sonrisa de sabiduría arcaica afroamericana:
―Me metieron preso en Cuba por culpa de aquel avión robado al Imperialismo.
Y entonces, después de pedirme que lo evaluara con cinco estrellas en la aplicación de Uber (y que le dejara como compliment una de estas dos frases: “we shall overcome” o “hasta la victoria siempre”), mi Pantera Negra añadió:
―La Revolución Cubana será eterna y todo, pero está repleta de comemierdas.
Uber Cuba 0037
El sueño del Sur norteamericano hecho realidad en la retórica de los intelectuales subnegros de la Revolución Cubana.