El chofer me dijo:
―Ya no tengo amor.
―¿Cómo? ―le dije.
―Eso, que me quedé sin amor ―dijo.
No sabía qué contestarle. Pensé que podría ser un chiste malo. Miami es una ciudad con un humor ahistórico, amnésico, extemporáneo. Sobre todo entre los fantasmas cómicos de los cubanos.
―Tengo 50 años y no tengo vida ―dijo―. Quiero decir, tengo 50 años pero nunca viví.
Yo me sentía por el estilo. Creo que es una cosa generacional. Pero no se lo dije. Al contrario, fingí consolarlo. Pero fue por gusto. Intenté entonces una torpe disculpa y, por supuesto, fue mucho peor.
El chofer me dijo:
―¿Tú sabes lo que es vivir sin amor?
Esta vez no le dije “¿cómo?” ni tampoco le dije ni carajo.
―Eso, lo que es quedarse sin amor ―me dijo.
No le dije ni que sí ni que no. No tenía sentido decirle nada. Ni decirnos nada. Y los dos lo sabíamos.
―Es allí ―le dije―, déjame debajo de aquel farol.
No era mi destino. Eso también lo sabíamos. El App de Uber no falla. Pero la luz era linda como ella sola. Una luz cálida, escuálida, casi conocida. Una luz compañera.
Me bajé y vi al taxi irse por una de esas callejuelas de Coral Gables que se llaman “avenidas” y encima cargan como mejor pueden con este o aquel nombre de alguna ciudad de España.
El tipo ya no tenía amor. Se había quedado sin amor.
Un tipo de 50 años, pero sin vida. Quiero decir, un tipo con 50 años a cuestas pero sin nunca vivir.
Y yo paradito como Dios manda debajo de aquel farol. Amarillento, mortecino, caricia de cadáver.
Bueno, pensé, hicimos lo que pudimos. Mientras pudimos. O, como dice Alex Otaola: hay que joderse.
Nos jodieron. Estamos jodidos.
Espantado de todo me refugio en Trump
El libro más reciente de Orlando Luis Pardo Lazo.
“El escritor cubano más audaz, el más incorrecto, el más sincero. Un libro que no te puedes perder”.