Uber Cuba 0081

· Uber Cuba 0080


Nosotros, que nos 
aborrecimos tanto.

La noche trucutú de los exiliados cubanos, un exilio que no dejó ninguna ilusión atrás y que por eso mismo no regresa a ese otro lugar. El irrepetible y cíclico museo de las estaciones perdidas, sin familia y sin paisaje. Las estrellas del hemisferio norte, tan parecidas a las estrellas del hemisferio no tan norte de los tristes trópicos. El silencio que se hace espeso, sólido, estólido, entre las ocho y las ocho y media del largo atardecer de verano en los Estados Unidos. Esa jerga secundaria, el inglés, que ha perdido toda traza de su anglosajonidad primigenia, tanto como sus hablantes se han olvidado de cualquier reminiscencia de shakespearidad. El aire acondicionado, que en Norteamérica es una emanación espontánea de los automóviles de este o aquel penúltimo modelo. Los neones, las vidrieras decoradas acaso por minusválidos, los pósteres comerciales erigidos como torres de navegación aérea en una y otra costa de la carretera interestatal, que en Missouri le dicen la 64. Y mi cuerpo, el cuero incurable de Orlando Luis Pardo Lazo, envejeciendo en junio de 2019 entre palabras que él nunca pronuncia para nadie con la esperanza de que alguien lo escuche al oído alguna vez.

Atiéndeme. Quiero decirte algo.

Prendo el singao carro. Prendo la singá aplicación de Uber. Enseguida me cae una carrerita. A la calle. Es decir, a la internet. A ganar dinero digital. Y encima a acumular ocurrencias que sólo se le podían ocurrir a un escritor taxista como Orlando Luis Pardo Lazo.

Esta tardenoche son dos muchachonas. Pelo verde y pelo violeta. Ya no son tan jovencitas y lucen un tanto ridículas con esos colorines de adolescencia. También, una ristra de andariveles tintilín. Pero hay algo en ellas que me cautiva. Parecen tristes. Los ojos pegados a la alfombra del carro. Una mueca tras otra mueca en sus labios de goma. La vibra baja. Están muy tristes, las dos. Cuando por fin se bajan de mi Rambler, de pronto tengo la impresión de que una de ellas está muy enferma. O sea, de que una de esas dos cabecitas con pelos artificiales está a punto de toparse con la realidad incontestable de la muerte.

Las dejé por el laguito de Creve Coeur Memorial Park, con el corazón roto como su nombre en francés lo indica. En medio minuto ya tenía montado a otro pasajero. Un cura católico. Qué raro. Yo pensaba que nadie en los Estados Unidos era católico como tal. Yo creía que en este país pagano ya nadie creía como tal en Dios.

El cura, además de interesarse en Cuba desde el inicio, se interesó de inmediato en mí. Me los huelo. Quería salvar mi alma. Los veo venir a una milla de distancia, de deseo. No le hice el menor caso y fui tan rudo como me dio la gana de serlo. No sé para qué hacen sus venerables votos de castidad para, total, después pasarse la vida con esa babosería de bestias en celo, en culo.

Al tipo sotanizado lo solté en una esquina del Forest Park, cerca del zoológico de Saint Louis, ya me imagino a la caza nocturna de qué. Me deprimió su perversa presencia. Me deprime que en América el sexo gravite sobre todas las cosas excepto sobre la propia sexualidad. Miedosos, mediocres, mierderos. Sementales que así posponen un rato el suicidio o la masacre o ambos.

Me fui a la casa. Al carajo. A casa del carajo. Ya saben, el alma trémula y sola padece al anochecer. Todo rima. Todo es risible, ridículo. Relato raquítico.

Dejé el carro parqueado como a dos metros del contén de mi calle. Apagué la puta aplicación de Uber. Apagué el puto carro. A la cama. Es decir, al cadalso. A soñar mis pesadillas puntuales bajo la noche trucutú de los exiliados cubanos, un exilio que no tiene ninguna ilusión por delante y que por eso mismo no termina de irse nunca de Cuba. Sueños de tramoya bajo el inmetible y clínico mausoleo de las biografías sin vida. Alumbrado por las estrellas del hemisferio septentrional, tan parecidas a las estrellas del hemisferio menos septentrional de los tétricos trópicos. Soñar embotado por un silencio que se hace mutismo en la medianoche vil de envejecer a ras de los Estados Unidos. Sueñitos de aire acondicionado, pero en un catre cutre de Cuba. Relámpagos de neones, vidrieras, y propaganda política del proletariado. Pinga al por mayor. Y el cuerpo encuero de Orlando Luis Pardo Lazo, un autor incunable que puntualmente publica sus impotables palabras para saciar la sed de todos y cada uno de los cubanos.

Que quizás no entiendas. Doloroso, tal vez.

Mi regreso a Cuba va a significar una emancipación para el país y para su gente


“Mi regreso a Cuba va a significar una emancipación para el país y para su gente”

Jorge Enrique Lage

El regreso que estabas esperando. En exclusiva. La entrevista definitiva al escritor Orlando Luis Pardo Lazo.