Uber Cuba 0129

Cuando la nieve cae, el exilio no es verdad.

Cuando la nieve cae, las avenidas se quedan mudas. Incluso si hay tráfico, ese tráfico no suena. La ciudad entera es como una alfombra. Paisaje de puertas adentro. Memoria imaginada de mi infancia. Habana nórdica de mis anhelos. Familia nueva. Lenguaje de estreno. Hogar.

Cuando la nieve cae, la noche es tan bella que no me deja dormir. Prendo el carro y salgo a manejar sin saber a dónde. No importa que el App de Uber casi nunca se active durante las nevadas. No estoy afuera para ganar dinero. De hecho, es preferible la ausencia de pasajeros. Estoy afuera para que la nieve no caiga sin mí, para no dejarla sola en su caída que, sospecho, podría ser la última en todo el planeta. La última en toda su historia. La última, también, en mi biografía que ya comienza a hacerse demasiado larga.

Cuando la nieve cae, hay amor generalizado en mis ojos de cubano sin Cuba. Las lágrimas me nublan la vista con sus copos tibios. No estoy triste, sino exultante. Todo es ternura y eternidad. El carro patina un poco, sí, pero tampoco es cuestión de caer en pánico. En la práctica, me da risa verme timoneando dentro de mi taxi-esquí. Perfectamente seguro, resbalando en cámara lenta de contén a contén. Como los carritos locos del Coney Island de La Habana. Feliz, efímero. Pensando en mí y en ti y en todos ustedes.

Cuando la nieve cae, quiero gritar. Pararme en el techo del carro, sin dejar de manejarlo. Ser un oso oteando dónde hibernar. O un lobo ávido de montar a su hembra, después de matar a un montón de presas para alimentarla. A ella y a la carne nacida de nuestra carne.

Cuando la nieve cae, la ropa sobra. La excitación misma me desnuda. Tal como la locura me mantiene a salvo de mí mismo.

Cuando la nieve cae, cubanos sin Cuba, es el gran momento de la reconciliación nacional. Todo lo escrito y todo lo pensado por otros viene a mí a ráfagas, envuelto en un halo azul de cine de barrio, oloroso a aire acondicionado prístino, republicano, siglos antes de la Revolución cubana. Entonces lo recuerdo todo. Yo, que normalmente ya no recuerdo nada. Y arropo cada escrito y cada pensamiento con un manto de compasión cósmica. La misma que sentí inmediatamente después del primer orgasmo, que es el momento en que se define si un hombre será o no será un criminal.

Cuando la nieve cae, la música de los portales y pasillos que pasan se hace inevitable. Todo resuena, todo se sintoniza en una especie de sinfonía silente. Vi tantas veces esta escena de niño. Y me asusté tanto. El futuro no es fácil cuando uno acaba de nacer y se sabe frágil e inmortal. Tuve tantas oportunidades para no llegar hasta este instante. Y todas las desaproveché por puro azar, acaso por no estar del todo presente para ejecutarlas. La vida fue también como este resbalar entre las aceras heladas, iluminadas de un blanco nube, blanco lucero, blanco Orlando Luis Pardo Lazo.

Cuando la nieve cae, suelto el timón y extiendo mis brazos hacia alguna parte para ver si esta vez no me sueltas y no te suelto las manos. Te extraño en paz. Por eso sé que ya es demasiado tarde para no soltarnos. No siempre fue así, lo sabemos. Pero a partir de cierto punto de nuestras existencias, también lo sabemos, no tuvimos otra opción que no fuera el torbellino. Se hizo tarde de repente. Dejamos de ser contemporáneos.

Cuando la nieve cae, compañeros.

Cuando la nieve compañera cae.




Orlando Luis Pardo Lazo

Uber Cuba 0128

Orlando Luis Pardo Lazo

Puse el televisor para quedarme dormido. En la esquina castrista, Miss CNN. En la esquina conspiranoica, Mr Fox. Nada nuevo, nada del otro mundo. Paz y amor. Sin noticias de impacto. Lo dicho desde el inicio: el pasado miércoles 6 de enero fue un día muerto. Y enterrado.